El trabajo sexual. La dificultad de hacerse escuchar
DOLORES JULIANO. Si hemos asumido que cierto sector social está constituido por personas que son 'otras' y que por eso actúan de determinada manera (lo que realimenta la creencia en su otredad) nada de lo que digan esos sectores será escuchado de manera ecuánime
"La prostitución es algo... que da dinero y, además, si te coge la policía las sentencias son leves. Si persevero, en unos pocos años podré haber conseguido una suma de dinero que me saque de apuros de una vez por todas. Entonces abriré una tienda... y eso será todo" (Bakr 1997) (p.105)
La prestigiosa novelista egipcia Salwa Bakr pone estas palabras en boca de una de sus protagonistas, presa por robo. Esa misma evaluación de la prostitución como opción mejor que el delito se encuentra en numerosos testimonios literarios, documentos judiciales y en las voces de las mismas mujeres. Sin embargo, este mensaje tiene poca aceptación y reconocimiento social, e incluso poca credibilidad, porque choca con la idea generalizada de que el trabajo sexual no es tal, sino el fruto de una imposición realizada sobre mujeres que se ven obligadas a hacerlo contra su voluntad. Reiteradamente se presentan socialmente dudas sobre la credibilidad de los discursos que plantean la libertad de opción o la voluntariedad de esta manera de ganarse la vida.
Es evidente que cuando las trabajadoras sexuales afirman que lo suyo es un trabajo y que lo realizan, entre otros motivos, porque "es mejor que delinquir", están recurriendo a un discurso legitimador, que les permite mejorar la aceptación social de una actividad muy estigmatizada [1]. Pero esto, explicar nuestras acciones en los términos que puedan ser mejor comprendidos y aceptados por los demás, es lo que hacen comúnmente todos los actores sociales, con un grado mayor o menor de intencionalidad, y es incluso la práctica más frecuente dentro de los discursos hegemónicos. Se trata de lo que de Certeau califica de "astutos trucos (dentro del) orden construido por el fuerte" (de Certeau 2001) (p.405). Los discursos explícitos tienen una función de comunicación social y no se agotan con su función explicativa, lo que no significa que sean falsos.
La explicitación de los motivos de una conducta tiene un fuerte contenido subjetivo y normalmente no se plantea su necesidad si no hay una demanda social al respecto. Así, podemos ver que la interpretación de la prostitución como una estrategia de supervivencia y un recurso para no delinquir se genera en dos ámbitos diferentes: uno, en el de los discursos de las propias interesadas, cuando ven seriamente cuestionada su opción por el trabajo sexual, por ejemplo cuando se las persigue, se las multa, expulsa o penaliza. El otro ámbito donde se genera esta interpretación es en el discurso académico, que compara los datos estadísticos de delincuencia de hombres y mujeres, analiza documentación histórica sobre los juicios penales a prostitutas en diversas épocas y países, observa y entrevista a mujeres con distintas estrategias para solucionar sus problemas económicos, lee las investigaciones que se acercan a este tema y llega a la conclusión que el trabajo sexual presenta una correlación inversa con la comisión de delitos (las mujeres se dedican más a él y delinquen menos, mientras que los hombres se dedican menos al comercio del sexo y delinquen más) y que la coherencia de esta correlación permite tomarla como una de las variables explicativas de la escasa actividad delictiva de las mujeres.
En el medio, en el espacio abierto entre el discurso teórico y la justificación personal, queda un amplio campo social en el que esta correlación inversa no se plantea. La sociedad en general saca provecho de la estigmatización de la prostitución que le permite criminalizar la inmigración. Las asociaciones de inmigrantes practican la "purificación endogrupal" (Goffman 1970) desentendiéndose de las trabajadoras sexuales, sus miembros menos aceptados. Por su parte, las mujeres que no se dedican a este tipo de trabajo, lejos de necesitar legitimarlo, buscan legitimar sus propias opciones discriminadoras relacionándolo con la violencia o con la debilidad moral, mientras que las mujeres que delinquen consideran su situación como consecuencia de un tropiezo o de un error y no lo incluyen dentro del campo de las opciones que se pueden asumir.
De este modo, cuando se habla del trabajo sexual como una de las estrategias para sobrevivir y asegurar la supervivencia de sus hijos e hijas sin delinquir, no se postula una conciencia colectiva al respecto, sino que se constata la consecuencia estadística de una serie enorme de tanteos individuales y de experiencias sociales, más vividas que teorizadas, que tienen también en cuenta los temores y prejuicios individuales y sociales. Esta estrategia sería uno de los recursos para sacar adelante los proyectos de supervivencia, junto con la capacitación mediante el estudio, la formación de redes de solidaridad, la aceptación de trabajos duros o no reconocidos, la donación de óvulos o la aceptación de relaciones sentimentales a cambio de apoyo económico (Juliano 2011). Depende en cada caso de una idea difusa e interiorizada sobre qué es lo que no se puede asumir por el nivel de riesgo que implica, cuáles son los límites manejables y cuáles los que se escapan de nuestras manos.
Escuchamos lo que queremos oír, y padecemos una sordera selectiva referente a cualquier enunciado que ponga en riesgo las certezas que hacen cómoda nuestra existencia |
Aunque el lobo adujera ante Caperucita Roja que unas grandes orejas permiten escuchar mejor, la verdad es que escuchamos lo que queremos oír, y padecemos una sordera selectiva referente a cualquier enunciado que nos inquiete o ponga en riesgo las certezas que hacen cómoda nuestra existencia. Si hemos asumido que cierto sector social está constituido por personas que son "otras" y que por eso actúan de determinada manera (lo que realimenta la creencia en su otredad), nada de lo que digan esos sectores será escuchado de manera ecuánime. Bien aleccionados por el psicoanálisis, detrás de sus discursos buscaremos la alienación, el autoengaño, la manipulación o la mentira, mientras que reservamos para los argumentos propios la salvaguarda de la objetividad y la razón. Así, no se considera necesaria, ni adecuada, la participación de las personas implicadas en el diseño de las políticas que las afectarán. Referente al problema de la trata, Flamtermesky constata: "Los expertos que inciden en las políticas de lucha contra la trata y en proyectos de atención a las víctimas con frecuencia no han conocido nunca una víctima... se produce una construcción simbólica imaginaria sobre las víctimas de trata que niega por completo su capacidad de agencia y su capacidad reflexiva y propositiva" (Flamtermesky 2013) ( p.13). Con respecto a las mujeres víctimas de trata, se espera de ellas que se comporten de determinada manera, se construye un imaginario sobre "la víctima ideal" y se desvaloriza o desconoce toda otra opción o interpretación, incluso y preferentemente las que proceden de las personas afectadas.
Esta dificultad para creer que las personas que están colocadas en posiciones socialmente consideradas muy desfavorables puedan tener su propia visión de los problemas, se repite ante muy diversas situaciones. Comentaba con unas amigas la película Ellas [2] y decían: "Es muy sorprendente ¿Te crees que es verdad que las prostitutas se sientan empoderadas delante de sus clientes? ¿Cómo pueden sentirse bien con una actividad tan degradante? ¿No crees que hay una manipulación de las historias?". Evidentemente en todas las películas hay una selección y manipulación de los mensajes que se transmiten. El problema es: ¿por qué sólo algunos nos resultan tan difíciles de creer?
En la película, una periodista de clase alta busca material para escribir un artículo sobre prostitución entre universitarias. Entrevista, a esos efectos, a una muchacha polaca y a una francesa que se costean los estudios recurriendo al trabajo sexual. Sorprendida, donde ella espera encontrar explotación y degradación se encuentra con una estrategia de supervivencia y una experiencia sexual más rica y satisfactoria que la que ella misma conoce en su vida de pareja. Pero no puede aceptar esta interpretación porque dejaría en evidencia que la desvaloración moralista del trabajo sexual constituye básicamente un elemento del control por clases sociales. Cuando la polaca dice: "He tenido mucha suerte, hace un mes que estoy en Paris y tengo un departamento cómodo y agradable", la periodista se asombra de que pueda considerar su situación como afortunada. La sorpresa llega a la confusión total cuando, en otro momento de la conversación, la muchacha se queja "no puedo quitarme de la nariz ese olor" lo que es interpretado por la periodista como una referencia al sudor o al semen de los clientes. La trabajadora sexual la corrige, divertida: "No, no, me refiero al olor de la pobreza". La película es un buen análisis del tema, en la línea de Princesas [3] pero menos dramático. Es precisamente la falta de dramatización de situaciones que desde una perspectiva de clases medias y altas resultan inaceptables, lo que la hace inquietante.
La presión social para que los sectores subordinados produzcan los mensajes apropiados para los controladores y no los que les resultarían útiles, toma la forma de otorgamiento de credibilidad. Esto abarca las conductas ya que, en la interacción social, todas las acciones pueden ser leídas y decodificadas como mensajes. Al mismo tiempo, los mensajes explícitos influyen en la interpretación de las conductas.
Existe una gran resistencia a escuchar enunciados que difieran mucho de las opiniones predominantes. Esto implica que, cuando se desea o se necesita exponer opiniones diferentes, se recurra a aproximaciones parciales y se subrayen los puntos de acuerdo, por mínimos que sean. Esto es lo que comentan las protagonistas del libro de Cather cuando discuten: "Tú tenías razón, no se puede decir a la gente lo que no sabe ya... -Sí se puede. Pero hay que decirlo de tal forma que no sepan que se lo estás diciendo y no sepan que lo están oyendo" (Cather 2001) (p. 418)
La persona que acomete la tarea de escuchar las voces silenciadas no sólo necesita esforzarse en escuchar, sino que debe vencer la resistencia a hablar de sus interlocutores. Gilligan señala que esto sólo es posible si se ha logrado que el interlocutor o interlocutora confíe en quien realiza la entrevista: "Para oír una voz 'diferente' -es decir una voz carente de sentido desde las categorías interpretativas dominantes- es imprescindible emplear una forma de escuchar que genere confianza" (Gilligan 2013) (p.16).
NOTAS:
[1] La estigmatización se manifiesta con más fuerza, cuando menor es el poder económico de la trabajadora sexual. Así se considera "indigno" que en un barrio exista prostitución callejera (aunque sea un lugar con mucha tradición al respecto) pero molesta mucho menos la que se realiza en pisos o clubes. Por otra parte la opción de tener que elegir entre prostitución o delito suele darse con mayor frecuencia en los niveles más bajos.
[2] Elles. 2011. Dirigida por Malgoska Szumowska. Fr. Pol. Al. 2011 1h 39' Protagonista Juliette Binoche.
[3] Princesas (2005). Dirigida por Fernando León de Aranoa. Esp. 113min. Protagonista Candela Peña.
BIBLIOGRAFÍA CITADABakr, S. (1997). El carro dorado. Tafalla, Txalaparta.Cather, W. (2001). El canto de la alondra. Madrid, Pre-Textos.De Certeau, M. (2001). De las prácticas cotidianas de oposición. Modos de hacer. Arte crítico, esfera pública y acción directa. P. Blanco and J. Carrillo. Salamanca, Univ. de Salamanca: 391-426.Flamtermesky, H. (2013). Mujer Frontera. Experiencia de investigación acción participativa feminista con mujeres víctimas de la trata de personas. Doctorado, Universitat Autònoma de Barcelona.Gilligan, C. (2013). La ética del cuidado. Barcelona, Fundació Víctor Grífols i Lucas.Goffman, E. (1970). Estigma. Buenos Aires, Amorrortu.Juliano, D. (2011). Presunción de inocencia. Riesgo, delito y pecado en femenino. Donostia, Tercera Prensa-Hirugarren Prentsa.
REFERENCIA CURRICULARDolores Juliano es doctora en antropología y profesora jubilada de antropología social en la Universitat de Barcelona. Sus líneas de investigación preferentes son antropología de la educación, movimientos migratorios y estudios de género en las sociedades modernas. Entre su obra escrita cabe destacar: Cultura Popular (Anthropos, 1986), Chiapas: una revolución sin dogmas (Casa de la Solidaritat, 1995), El juego de las astucias (Horas y Horas, 1991), Educación intercultural (Eumo, 1993), Las que saben... (Horas y Horas, 1998), La causa Saharaui y las mujeres (Icaria, 1999), La prostitución: el espejo oscuro (Icaria, 2002), Excluidas y marginales (Cátedra, 2004), Les altres dones: la construcció de l'exclusió social (2005) y Presunción de inocencia. Riesgo, delito y pecado en femenino (Gakoa, 2012).
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