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jueves, 25 de junio de 2015

Artículo de opinión de Marta Braña Villanueva




Marta Braña Villanueva. Feminista, animalista y psicóloga

Se ha abierto el debate sobre la prostitución y todo el mundo toma posición: legalizarla o abolirla.

El feminismo, como en otros temas de interés, también está dividido:
A un lado tenemos a quienes quieren legalizarla reclamando la libertad de cada mujer para hacer con su cuerpo lo que quiera. Y al otro quienes defienden que la prostitución es el hijo del patriarcado y las prostitutas son mujeres sin escapatoria.
En esta última postura he encontrado realmente interesantes los argumentos de Beatriz Gimeno:
La prostitución tiene que ver con la igualdad y no con el sexo. Los hombres no compran un cuerpo, ni sexo, sino una fantasía de dominio y masculinidad tradicional.

La prostitución está rodeada de violencia en todas sus etapas, desde la captación hasta la trata, la explotación laboral y sexual y las prácticas cotidianas. Si hay un grupo de mujeres contra las que la violencia de género se manifiesta en todo su dolor y desigualdad, estas son las prostitutas. Si hay un asesinato de género, un feminicidio paradigmático es este. Porque la prostituta es, en realidad, la mujer sin escapatoria. Es, además, una mega industria global (es la segunda industria mundial e implica a unas 40 millones de mujeres en todo el mundo) y, como sabemos, el que vende y el que compra, en el capitalismo, no están nunca en situación equiparable. Los pobres se ven obligados a (mal)vender a los ricos lo que estos determinan, una clase pequeña intermedia puede sacar ciertos beneficios y una minoría empresarial es la que definitivamente se enriquece. Y si todos los mercados son desiguales, los que atañen al género son doblemente desiguales.

Su crítica a la legalización de la prostitución es, sin duda, un soplo de aire fresco, pero no acaba de llenar mis pulmones. Entiendo perfectamente que tras el negocio del sexo esté el heteropatriarcado capitalista que establece relaciones desiguales. Pero en realidad el patriarcado, el machismo y el capitalismo están detrás de cada una de nosotras, de cada trabajo, de cada relación, de cada negocio. Y no veo que pidan abolir otras profesiones.
Entiendo el horror que supone la trata de personas, la violencia que ejercen las mafias sobre las mujeres que siendo engañadas se prostituyen sin escapatoria. Pero no podemos entender como sinónimos prostitución y trata de mujeres porque estaremos mezclando dos realidades distintas como si fueran una misma, dejando al desamparo las auténticas causas y soluciones a la violencia.

Y también entiendo que se ponga en duda la libertad de elección cuando la situación personal de muchas trabajadoras del sexo roza la desesperación. Pero son muchas las personas abocadas a decisiones desesperadas, a trabajos denigrantes, llenos de violencia y desamparo y la sociedad sólo se pone de acuerdo en rescatar a las prostitutas. ¿Por qué la sociedad tutela con tanta facilidad a las mujeres? ¿Acaso nuestra libre elección está tan alienada por el machismo como mis pensamientos?

Siento que no, siento que el problema de este debate está en querer matar al perro para acabar con la rabia. Y así, sólo acabas con los perros. De modo que abolir la prostitución no va a acabar con el machismo, el capitalismo, la violencia y las mafias. Sólo va a cambiar el escenario.
¿Es de locos pensar que una prostitución feminista pueda existir?

Que hombres y mujeres puedan tener relaciones sexuales libres e igualitarias a cambio de dinero. Que las relaciones de poder sean sólo un juego erótico entre iguales. Que los recursos del Estado se centren en eliminar las mafias que violan los derechos y libertades de las mujeres y no en decidir por nosotras. Que los políticos y las políticas en lugar de querer rescatar a las desesperadas, eviten que se den las situaciones de desesperación. Que las mujeres dejemos de ser un colectivo al que tutelar.

Es difícil, pero no de locos.
Es más fácil prohibir que crear.
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lunes, 2 de febrero de 2015

"Prostitución" por Ramón Llanes

 Una necesario reflexión: ¿por qué los humanos tenemos esa manía de opinar desde el desconocimiento, desde los prejuicios? Yo no opino de lo que no conozco, quiero ser una persona humilde, "mira yo de "el tema que sea" no opino porque no lo conozco. Para hablar de prostitución hay que conocer, la complejidad de este mundo, hay que conocer todos los contextos, conocer a las personas implicadas y contrastar minimamente, sino, mejor callar. Puedes decir, me gust o no el fútbol o yo no contrataría nunca servicios sexuales d epago, o yo prefiero robar que prostituirme, de acuerdo, pero de ahí a opinar...hay una gran diferencia
» La prostitución es un mundo -dicen los practicantes- que requiere un estudio sociológico en profundidad donde se intenten tomar las fotos desde todas las ópticas y donde los protagonistas se impliquen.
30 enero 2015
Ramón Llanes. No seré tan iluso de caer en el tópico cursi de escribir de prostitución sin entenderla, sin conocer el germen que la origina o la circunstancia que la alienta; desconozco los pasos a dar para formar parte de su complejo engranaje, no tengo la información mínimamente necesaria y casi diría que mis datos son falsos, siempre tuve -o me crearon- una mala conciencia sobre tal actitud y los teóricos la refieren como acción de perversidad y vicio y me temo que me equivoco y que ellos tampoco aciertan.
Otros advierten de la función social que cumple la existencia de la prostitución al ser cauce para ofrecer afecto a quienes lo demandan; los menos arbitrarios le concederían mejores fórmulas de bienestar, los cínicos la impulsarían, los ateos entrarían en todos los trapos, los más religiosos seguirían rechazando su práctica en los foros públicos y reconocerían su imprescindible misión regeneradora en las pláticas privadas. Nadie o pocos han preguntado a ellas o a ellos sobre su idoneidad. Y me temo que están en un error.
No tengo una opinión perfecta formada para escribir en un diario sobre algo que me resulta tan desconocido como incómodo y no me atrevo a descorrer cortinas con osadía de listillo para extender a los lectores un conocimiento del que carezco. La prostitución es un mundo -dicen los practicantes- que requiere un estudio sociológico en profundidad donde se intenten tomar las fotos desde todas las ópticas y donde los protagonistas se impliquen. Si acaso cerrar un prostíbulo soluciona o crea problemas, si acaso es lupanar la propia vida fuera de su definido ámbito, si acaso hetairas no son solo las que perciben su diezmo, si acaso es un mal necesario o si acaso de no existir la prostitución habría que inventarla, son cuestiones espirituales a las que nunca he tenido acceso directo y temática de importancia poco tratada en los versos, ello me obliga a zanjar mi reflexión y dejar para los expertos tan delicado asunto, yo no me atrevo a escribir de algo que no entiendo.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Putas y sujetas de derecho por Mar Candela

Las mujeres en el poder no tienen claro que la dignidad de una mujer no está en lo que ella hace o deja de hacer con su vagina.
Mar Candela. Foto: SEMANA. 
  “Que tiempos serán los que vivimos, que hay que defender lo obvio” Bertolt Brecht.

Antes que todo quiero ofrecer disculpas por no usar la expresión “Trabajadora sexual”.  Desde donde lo veo, es un eufemismo que, por limitaciones en “letras”, no explicaré en este espacio. Pido el favor de que comprendan que uso las palabras prostituta o puta, tan castiza la una como la otra, con todo el respeto humano y sin ninguna intención de ofensa. Espero exponer mis argumentos sobre mi rechazo al eufemismo “trabajadora sexual” en otra ocasión.

Por lo pronto, aclaro: puta es el diminutivo de la palabra prostituta, que hace referencia a una mujer que vende sexo. La palabra prostitución viene del latinazgo prostituere, que significa ‘mostrar para vender’. De ahí se deriva el término prostituta y en ese orden de ideas no estamos hablando de una “mala palabra” o de una “vulgaridad”, sino del nombre de una actividad.

Es más, si somos rigurosos con el sentido de las palabras, esto deja sentado que todas las personas somos prostitutas porque siempre estamos en la dinámica de “mostrar para vender”. Nadie contrata a alguien si no se muestra, sea en la profesión que sea. Por eso, insisto, no tengo idea de a quien se le ocurrió encasillar la palabra prostitución en el contexto de “vender sexo”, como si sólo las personas que venden sexo tuvieran la tarea de “mostrar para vender “.

Voy a hablar desde los paradigmas y lineamientos de feminismo artesanal. En nombre no de todas las mujeres, sino de las que consideramos que las mujeres somos diversas, que los derechos humanos son para todas y no sólo para las que llenan expectativas de comportamientos sociales.

Esta es mi historia, o al menos parte de ella. Al sentir la realidad de tantas mujeres y ver que tanto la prostituta como la trabajadora convencional eran vulneradas cuando tomaban una decisión sobre su vida en contra de lo que se supone que es políticamente correcto con la excusa de que se “portó mal”, comprendí que todas las mujeres en algún punto seriamos sancionadas social, moral, física y económicamente entre muchos más imaginarios de castigo argumentando que “somos o parecemos putas”.

Entonces llegué a la conclusión de que hay que exigir calles para mujeres libres y desde allí, empecé a invitar a todas las mujeres a reconocerse como “putamente libres”. Después de años de lidiar con diversas realidades femeninas comprendí que eso que denominamos “patria” agoniza porque hemos violentado y vulnerado en todos los sentidos a la Matria, es decir: la matriz de todas las sociedades. Esta no es sólo el vientre femenino que reproduce a la humanidad, sino también la naturaleza femenina, habite está en un cuerpo útero vaginal o no, la naturaleza femenina ha sido olvidada y pisoteada de generación en generación y si bien es cierto que el feminismo ha ganado grandes batallas de derecho y espacios valiosos para las mujeres, también es cierto que en pleno siglo XXI tenemos que seguir resistiendo a la falta de equidad y justicia social.

Yo me paro en la realidad innegable, la realidad de que el patriarcado y el machismo han mantenido soberanía política, social, económica, religiosa y cultural porque convencieron a las sociedades de que sí existen mujeres que deben despojarse de sus derechos por pensar, decir y vivir diferente.

Nos metieron en la cabeza que las mujeres políticamente correctas, correctas sólo por obedecer al sistema social, económico y moral impuesto, eran las únicas que podían exigir derechos en teoría, por el hecho de que su nombre “no tenía mancha”, nos convencieron de que existían mujeres que se “buscaban su mala suerte” por decidir sobre su cuerpo y todos los aspectos de su vida.

Nos metieron en la cabeza que la prostitución es inmoral porque se trata de un pecado y desde allí la convirtieron en un delito. Por suerte ya en muchos países, incluido Colombia, el debate sobre si es o no es un trabajo ya se ha dado y ha quedado claro en muchas partes que sí es un trabajo y no un trabajo de simple desvare, sino un trabajo tan digno como todos.

Yo me planto en la verdad de que la dignidad de una mujer no está en lo que ella hace o deja de hacer con su vagina, que el ejercicio de nuestra sexualidad, sea cual sea, no pone ni quita una sola tilde a nuestros derechos humanos.

En esta sociedad de dobles discursos varias personas quieren hacer creer que no marcar lineamientos políticos y derechos claros para las personas adultas que ejercen la prostitución por determinación e incluso el pretender abolir el ejercicio del trabajo de la prostitución se trata de velar por los derechos humanos, con el pretexto de que son muy pocas las personas que quieren voluntariamente ejercer ese trabajo. Es más, algunas corrientes feministas insisten en que al abolir la prostitución voluntaria se acabara el tráfico sexual.

Disculpen si se sienten agredidas, pero tengo que decirlo y no sé de qué otra manera hacerlo, muy ilusas las mujeres que en nombre de sus movimientos se aferran al discurso abolicionista, al creer que de verdad benefician a las mujeres prostitutas, y muy ingenuas al no comprender que lo único que hacen es lanzar a estas mujeres a vivir, padecer e incluso morir en la clandestinidad.

No es menos violencia de género esto que cualquier conducta machista. Algunas mujeres quieren ser redentoras y salvadoras a cualquier precio. Al patriarcado no le duele que existan mujeres que decidan ser putas, lo que le duele es que escojan el cliente, la tarifa y exijan condiciones humanas dignas para ejercer. Muchas mujeres consideran que el cuerpo de las mujeres es suyo y que las mujeres decidimos sobre el ejercicio de nuestra sexualidad si y sólo si, decidimos no vender atención sexual ¿Quién les da el derecho a algunas mujeres a decidir sobre el cuerpo y vida de las minorías femeninas?

Los derechos humanos no son un tema de cifras, una sola mujer que decida ser prostituta debe tener la opción y las garantías de derecho sin censura, ni sanciones.
Comparto un sentir personal:

Todas las mujeres tenemos que reconciliarnos con la prostituta sagrada que llevamos dentro porque con excepción de las mujeres asexuales, todas somos receptoras y dadoras de placer y fuimos educadas para no ejercer nuestra sexualidad sin un beneficio, a tal punto que nos educaron para no relacionarnos con hombres que no tuvieran algo que ofrecernos. Es más, antaño el patriarcado no concedía el matrimonio sin dote. Antes de casarse, a las mujeres nos vendían al mejor postor para que nos enamoráramos en el camino, el amor y el placer no fueron prioridad para casar a las mujeres, prioridades eran el dinero y el poder social y político que el casamiento de dos apellidos engendrara.

Así que dejemos la moralina, lo que le atormenta al patriarcado es que las putas hoy deciden; lo que le incomoda a enemigos de la libertad es que las mujeres entendamos que somos sujetas de derecho aun siendo putas, seamos putas por vocación, por necesidad o por simple sospecha, porque en esta sociedad la mujer es denominada puta sólo por salirse de los paradigmas y lineamientos establecidos por las tradiciones. Lo que le duele al patriarcado es que las mujeres decidamos ser putamente libres y nos abanderemos de nuestro derecho a decidir no sólo sobre nuestro cuerpo, sino sobre todos los aspectos de nuestra vida.

Cuando decidí, en compañía de otras ciudadanas, llevar a cabo la versión de la marcha de las putas en Colombia, recuerdo cuando algunos colectivos me acusaron de apropiarme de una causa social que no me competía; sin conocerme afirmaban que yo no era prostituta y por ende no tenía autoridad moral para hablar del tema ni conocimiento de causa, como si para entender que las comunidades de negritudes son ciudadanía sujeta de derechos se necesitara ser negro. ¿Cómo saben si soy o no soy prostituta en una sociedad donde cientos de mujeres ejercen la prostitución en la clandestinidad por terror al escarnio público y por la existencia de la limpieza social que decide asesinar a las mujeres que ejercen este trabajo? ¿Qué cosa debo saber sobre la realidad de las mujeres prostitutas aparte de que son sujetas de derecho y que ninguna debe ser tratada como ciudadana de segunda categoría? ¿Qué debo saber sobre la realidad de la puta además de que ella debe ser cobijada de todos los derechos humanos, incluidos los laborales, como todas las demás trabajadoras de los diversos campos de acción?

No soy abogada ni tengo poder político para hacer leyes, por eso desde cuando supe de la existencia de este proyecto lo he acompañado de lejos y aunque sé que debe ser revisado por todas las colectividades que trabajan el tema, aplaudo que esté sobre la mesa. Es absolutamente justo que hoy en el Congreso de la República se dé el debate sobre la reglamentación de los derechos laborales de las prostitutas. Desde donde yo lo veo, el hecho de que sea un hombre y no una mujer quien haya abierto este debate sólo deja claro que las mujeres en el poder no siempre representan los intereses de todas las mujeres en Colombia, a pesar de los discursos abolicionistas. El debate sobre si la prostitución es o no es un trabajo ya se dio en Colombia y quedó estipulado que es un trabajo, aunque algunas personas quieren volver al pasado y piden penalizar ya sea a la prostituta o a su cliente.

Lo cierto es que eso es retardatario y que ahora lo que debemos hacer es enmarcar todos los derechos laborales para las personas que ejercen la prostitución voluntaria. Comparto las palabras de Cristina Garaizábal, del Colectivo Hetaira, una activista española por los derechos humanos de las prostitutas:
“...La experiencia demuestra que la puesta en práctica de políticas abolicionistas profundiza el abismo entre las prostitutas y el resto de la sociedad y aumenta el estigma, la exclusión y la marginación social que muchas padecen (...) Desde nuestro punto de vista, las posiciones abolicionistas, Por impracticables e impositivas, son las que más favorecen las mafias, pues, como se ha demostrado también en otros asuntos, son precisamente las condiciones de clandestinidad y de falta de derechos reconocidos las que favorecen que los poderosos campen por sus respetos y los sectores más desfavorecidos (en este caso las mujeres y los niños) queden totalmente desprotegidos frente a los abusos y la explotación”.

Hoy me atrevo a dejar esta conclusión en nombre del movimiento feminismo artesanal:
Somos putamente libres.

La explotación sexual es delito de lesa humanidad y nada tiene que ver la prostitución voluntaria con el hecho de que existan delincuentes dedicados a someter a todo tipo de vejámenes a personas para explotar el negocio del tráfico sexual.

*Mar Candela – Ideóloga feminismo artesanal

domingo, 14 de septiembre de 2014

La prostitución: una profesión legalizable y dignificable Josep Martí. Artículo de opinión



La prostitución: una profesión legalizable y dignificable


Josep Martí
         
Durante las pasadas vacaciones estivales cayó en mis manos un pequeño artículo sobre la prostitución firmado por la socióloga Eulàlia Solé[1]en el que se reflejaba la mentalidad socialmente generalizada sobre esta problemática. El artículo me produjo una cierta indignación, pero no por su contenido, sino por el hecho de que fuese una profesional de la sociología su responsable, limitándose, en lugar de reflexionar, a asumir de manera plena y acrítica los valores sociales imperantes. Se condenaba la prostitución y a los que la ejercen ignorando que la causa verdadera del problema radica precisamente en la vigencia de estos valores sociales.
          En el citado artículo, Eulàlia Solé rechazaba de plano la idea de legalizar la prostitución. Entendiéndola como surgida de la trata de blancas, abuso de menores, la explotación por parte de los proxenetas, la violación sexual, el hambre o la drogodependencia, se infería que "resulta moral y jurídicamente  inaceptable" su legalización. En otra parte del artículo, se manifestaba ingenuamente que antes de pensar en la legalización de la prostitución habría que lograr que la sociedad pudiese ofrecer un trabajo digno y remunerado a toda mujer que lo desease.
          Este tipo de argumentación, además de no representar ningún avance para la comprensión de los problemas que implican la práctica de la prostitución, pone claramente de manifiesto la ignorancia social -real o fingida- sobre la naturaleza de la problemática. En relación a la condena que sufre la prostitución  hay que tener en cuenta dos aspectos fundamentales: a) La equiparación del ejercicio de la prostitución a una serie de efectos colaterales claramente censurables como la explotación, el abuso de menores o el comportamiento delictivo de los "protectores". b) El poco interés en dignificar una profesión que como tantas otras no hace sino satisfacer necesidades y proporcionar un medio de vida a quienes la practican.
          Por lo que se refiere al primer aspecto de la problemática, resulta claro que todos estos fenómenos negativos que acompañan el ejercicio de la prostitución no se deben a ella en sí misma sino a la ausencia de un corpus legislativo que la regule. Parecidos abusos eran asimismo moneda corriente en los inicios de la revolución industrial, cuando se explotaba en las fábricas a hombres, mujeres y niños. Mientras no se considere legal la prostitución, la sociedad no se preocupará de aplicarle las mismas condiciones que son válidas para el mundo laboral legalmente establecido.
          Pero íntimamente relacionado con el punto anterior se encuentra lo que yo creo que es el aspecto más importante de la cuestión. La idea propia de nuestra sociedad de considerar la prostitución como una práctica baja e indeseable. Aquí entramos ya en el ámbito de los valores, y como sabemos, no hay nunca valores que sean absolutos e inmutables. Es un hecho que nuestra sociedad considera la prostitución indigna, de manera que aquellos que la practican, a efectos prácticos, devienen verdaderos parias de nuestra sociedad. Pero nadie nos dice que ello tenga que ser desde siempre y para siempre forzosamente así. El ámbito de los valores surge como producto de la elaboración cultural de los datos que nos proporciona la experiencia. Se trata de elecciones culturales realizadas a lo largo de la historia que, como tantas otras cosas, pueden y en ocasiones deben ser replanteadas. La antropología nos ofrece un sinnúmero de ejemplos para la arbitrariedad de tantas costumbres y valores humanos. Basta que pensemos en el ámbito del pudor o el de la alimentación. El uso del velo femenino en las culturas islámicas o la misma evolución histórica del traje de baño en occidente nos demuestran la versatilidad a través del tiempo y del espacio de lo que se considera bueno o malo en materia de pudor corporal. Por lo que se refiere a los hábitos alimenticios, sabemos que hay culturas que devoran con deleite el pescado crudo, determinados gusanos, carne en estado de putrefacción u hormigas. Si el español se horroriza ante la idea de tener que consumir tales manjares, por otra parte no tiene reparo alguno en otorgar al conejo un puesto de honor en la mesa, algo que todo inglés que se precie considera abominable.
          Toda cultura se ha ido forjando, pues, sus propias reglas y valores. La colectividad inventa las reglas e inventa también los valores sobre los que aparentemente se sostienen. En ocasiones, los códigos culturales son el reflejo de la forzosa interacción de la sociedad con su ecosistema, en otras son tan solo el producto de la necesidad social de contar con unas reglas por razones de identidad. La coherencia grupal y el funcionamiento del sistema deben mucho a estas reglas y valores aparentemente arbitrarios para el observador ajeno a la cultura. En este caso estas reglas serán más importantes por ellas mismas que, de hecho, por lo que puedan llegar a permitir o prohibir. Es decir, aquello que interesa en primer lugar es que existan reglas; aquí podemos hablar ya de una cierta arbitrariedad. Como resulta evidente, no debemos considerar negativamente ya por principio todo aquello que la cultura nos ha impuesto más o menos de manera arbitraria a lo largo de los siglos. Hoy por hoy, no veo la necesidad de iniciar una gran cruzada contra el hábito de usar los tan antinaturales bañadores en las playas o contra la repulsión -culturalmente adquirida- que sentimos los occidentales a alimentarnos de ciertos alimentos que para otras sociedades pueden ser muy apreciados. Pero cuando estos valores asumidos a lo largo de la práctica cultural de muchas generaciones implican injusticia social o una postura incoherente con la realidad que nos envuelve, entonces sí que emerge la necesidad de hacer un replanteamiento de los parámetros que regulan nuestra existencia. La cultura, a través de los códigos y valores que establece, determina nuestra vida, pero es la especie humana al fin y al cabo la única responsable de forjar esta cultura. Somos nosotros los que decidimos si es bueno o malo segar vidas humanas, si es o no aceptable discriminar por el color de la piel o si es o no permisible mantener relaciones sexuales fuera de la institución matrimonial. Un somero repaso de nuestra historia basta perfectamente para dar una idea de la ductilidad de estos valores. Que es posible cambiar la visión tan negativa que se tiene de la prostitución lo prueba el hecho de que no todas las culturas han censurado las relaciones carnales al margen de la familia o del amor. Sabemos, por ejemplo, que en la antigüedad grecoromana habían sacerdotisas que se prostituían como ejercicio de santidad para bien de su templo; y es harto conocida la tradición de algunos pueblos en la que se estipula ofrecer confort sexual a los visitantes que llegan de lejos como muestra de hospitalidad.
          La prostitución implica la satisfacción sexual de un/a cliente bajo criterios mercantiles. Que se trata de una profesión socialmente "útil" lo pone en evidencia su misma existencia; véanse si no las páginas de anuncios de los periódicos, por cierto, uno de los mejores barómetros de nuestra sociedad. Los usos sociales que regulan las posibilidades de relación sexual permisibles y no mercantiles entre los individuos de nuestra cultura son a todas luces incapaces de garantizar la realización personal en este sentido de una buena parte de los  miembros de la sociedad. La escritora Eulàlia Solé planteaba en su artículo la necesidad de que el sexo masculino estuviese dispuesto a renunciar a sus derechos y a satisfacer sus  "urgencias" (sic) por cauces ni mercantiles ni violentos para así poder acabar con la prostitución. De acuerdo no obstante con los valores imperantes en nuestra sociedad relativos a la práctica de la sexualidad, ¿cuáles son estos cauces de los que nos habla la escritora? El modelo de sociedad samoana caracterizado por una gran libertad sexual no es precisamente el nuestro. Si la institución del matrimonio así como otros recursos socialmente aceptados no bastan para la satisfacción de las necesidades de parte de la población, bienvenida sea, pues, la prostitución.
          Parece ser que nuestra sociedad aún no ha llegado a ser consciente de que la prostitución es precisamente la solución que históricamente ha escogido no tan sólo para poder ofrecer un recurso más de satisfacción sexual a sus miembros, sino también para poder dar estabilidad al matrimonio y con ello proteger a la familia, pieza fundamental de nuestra vida colectiva. Así, de facto, se opone la familia al mundo de la prostitución. Si la primera está marcada por el sello de la sacralidad -recordemos que existe el sacramento del matrimonio- la prostitución, por lógica estructural, debe estar marcada por el de la indignidad. Un mero juego de arbitrio cultural que contribuye al mantenimiento del sistema. No obstante, lo perverso de este sistema axiológico que tan útil se ha manifestado a lo largo de la historia reside en el hecho de que al declarar indigna la prostitución, se condena al mismo tiempo a todo un colectivo que, de hecho, no es sino una parte más del engranaje.                    
          La injusta realidad de la prostitución es similar a otras muchas problemáticas surgidas de la arbitrariedad de la cultura. En el Japón tradicional, en el que por razones religiosas se consideraba impuro todo contacto con cadáveres, existían castas marginadas una de cuyas principales funciones consistía en ejercer oficios relacionados con la muerte y los cadáveres: eran los enterradores, los matarifes, los artesanos del cuero, etc. Hoy día, los descendientes de estas personas a los que se conoce con el nombre de burakuminsiguen siendo despreciados y sufren una injusta discriminación que les condena  a la endogamia y al rechazo social[2]. Se trata de una problemática poco conocida fuera de las fronteras del Japón que afecta a unos tres millones de ciudadanos. Los burakumin continúan en muy buena parte ejerciendo las profesiones "indignas" de sus antepasados, profesiones necesarias para la sociedad japonesa pero que cuyo ejercicio despierta hoy todavía el horror de muchos connacionales. Requerir por una parte sus servicios y por la otra despreciarlos por el ejercicio de estas mismas profesiones no es tan sólo incoherente sino socialmente injusto y brutal. Al europeo puede parecerle totalmente injustificado que se pueda considerar impuro a un grupo y que se le recrimine el ejercicio de profesiones tales como las mencionadas -tan necesarias para la sociedad japonesa como para la occidental- y que como consecuencia los burakuminsean víctimas de una fuerte discriminación en muchos ámbitos de la vida social. Pero por otra parte, estos mismos europeos hacen algo parecido al considerar despreciable la práctica de la prostitución.
          Hasta ahora se considera reprobable dar el propio cuerpo por razones ajenas al amor institucionalizado. Nadie nos dice no obstante que no podamos modificar esta visión si a cambio vislumbramos un beneficio social. La idea de la relatividad cultural aplicada a los valores no postula su inexistencia sino que implica sencillamente que es el ser humano al fin y al cabo quien decide sobre la pertinencia o no de estos valores. Más importante que los cánones establecidos sobre moralidad sexual me parecen los valores de respeto a la persona. Dar el propio cuerpo por razones ajenas al amor no tiene que ser reprobable siempre que no exista engaño y siempre que la persona que así lo disponga reciba a cambio un beneficio que ella misma considere satisfactorio por la acción realizada. En el artículo antes mencionado de Eulàlia Solé salía claramente a relucir que el ejercicio de la prostitución ocupa el grado más bajo de la escala de las posibles actividades laborales. Pero si tan necesario consideramos jerarquizar, resulta más inteligente creer en criterios de "utilidad social" como eje valorativo, antes que en los tradicionales criterios de moralidad sexual típicamente esgrimidos por nuestra sociedad cristiana. Según esta perspectiva, podemos estar seguros que la prostitución no ocuparía ni mucho menos los últimos lugares del ranking. Además, nos tendremos que ir acostumbrando poco a poco a no hablar tan sólo de "urgencias masculinas". Existe una prostitución femenina pero también existe una prostitución masculina destinada a satisfacer "urgencias femeninas". Y si hasta el momento ésta se manifiesta en menor medida que la primera es también en muy buena parte -a no ser que se crea en dudosos determinismos biológicos- a razones socioculturales. Es evidente que uno de los diferentes recursos para garantizar el dominio del hombre sobre la mujer es el de negarle estas urgencias. Si participamos de esta ideología contribuimos al androcentrismo que tan fuertemente ha marcado y sigue marcando nuestra sociedad. Si continuamos considerando indigna una profesión que ejerce sus funciones hasta el momento socialmente necesarias, contribuimos a perpetuar la situación injusta de un colectivo que no se merece la condición de marginalidad que se  le impone.                                                      
          El ejercicio de la reflexión colectiva es algo que ha caracterizado la especie humana desde sus inicios, y es a través de esta reflexión lo que permitirá que en un tiempo no muy lejano la prostitución acabe siendo considerada una profesión tan digna como las otras. Que no será ni un proceso fácil ni posiblemente alcanzable por una sola generación resulta evidente. Una cosa es la solución racional del problema y otra poder modificar una determinada manera de sentir que ha sido machaconamente inculcada a través de la enculturación a lo largo de la historia. De momento se pide su legalización aunque aún se  tropiece con una voluntad social hipócrita que desea seguir creyendo en su amoralidad y en la calidad de parias de sus profesionales. Pero al mismo tiempo, debemos luchar por conseguir  algo mucho más importante: su dignificación.



    [1] La Vanguardia, 7.8.1996, p. 11
[2] Véase J. Martí, “Los burakumin, en la sociedad japonesa”, Revista Interna­cional de Sociología 16, 1997, pp. 183-203.                                                

martes, 15 de julio de 2014

PUTA, artículo de opinión


Suena mal la apócope de la palabra prostituta, tan mal como que es uno de los insultos más usados: puta o también hija o hijo de puta son algunos de nuestros improperios preferidos... La palabra suena tan mal como la situación real de estas mujeres. Su situación legal, su falta de seguridad, de derechos, de libertad... Pese a que, desde mi punto de vista, deberían ser trabajadoras como las demás. Sin embargo el hecho de que sus servicios sean sexuales les coloca en una situación de desprotección, que no es comparable -al menos en apariencia- con otros tipos de trabajos.
Pero, ¿es más degradante mantener relaciones sexuales por una cantidad de dinero justa que trabajar hasta la extenuación en un bar seis días por semana por un sueldo de miseria? ¿Es menos vejatorio vender seguros, libros o menajes de cocina en lo que se llama venta a puerta fría? Un tipo de trabajo en el que si no vendes nada no ganas nada, tras jornadas de doce o catorce horas. ¿Por qué ofrecer un servicio sexual es peor que el trabajo que realizan un portero de finca abusado por los propietarios; una limpiadora humillada o un trabajador del campo explotado durante interminables jornadas para finalmente recibir un jornal de miseria? ¿Por qué hay que proteger a las prostitutas africanas explotadas y no a las africanas explotadas en la recogida de la aceituna o la uva? En mi opinión ni unas ni otras pueden elegir. Toda explotación parece tener origen en el sexo y el sexo es, aparentemente, la madre de todas los abusos, pero no siempre es así de sencillo.
Todo lo relacionado con el sexo -juguetes sexuales, pornografía, fetichismo, prostitución- aparece siempre ante nuestros ojos con una carga negativa para la sociedad puritana que somos, aunque no seamos conscientes de ello. Una sociedad que por una parte reniega del sexo, pero por otra no puede prescindir de él. ¿Por qué no puede la prostitución -masculina o femenina- ser considerada un trabajo como otro cualquiera? Autónomo o por cuenta ajena un trabajador o trabajadora sexual -sexo servidor se dice también- tendría que poder ejercer su trabajo con los mismo derechos y el mismo nivel de protección -evitando por ejemplo que caiga en manos de las mafias o que ejerza siendo menor de edad- que un empleado de banca, un comerciante o un bombero. Todo lo demás son prejuicios antediluvianos.
Si en una profesión se producen abusos, ¿nos tendríamos que cuestionar la existencia de esa profesión o por el contrario nos tendríamos que plantear realmente cómo proteger mejor a los trabajadores? Si se producen constantes denuncias de abusos dentro del sector de la hostelería, ¿tendría que desaparecer la profesión de camarero por ejemplo y que sean los clientes los que se sirvan? Suena absurdo, ¿verdad? Pues a mí me suena igual de surrealista que se quiera prohibir la prostitución por los abusos que se cometen contra las prostitutas, en lugar de regular la profesión de meretriz y proteger a las trabajadoras que deciden libremente ejercer esta profesión.
Sin embargo la evidente realidad a día de hoy es que muchas mujeres ejercen la prostitución en situaciones de explotación y semiesclavitud, forzadas por mafias que las mantienen secuestradas en los mismos burdeles o en las calles, que les coaccionan con hacer daño a sus familias o a ellas mismas, que les drogan para que puedan soportar jornadas extenuantes sin que los poderes del Estado: políticos, policía o jueces hagan prácticamente nada para ayudarlas y protegerlas. En todo caso la única solución que les ofrecen es enviarlas al paro y que dejen de ejercer, sin darles una alternativa real, un trabajo del que poder vivir con dignidad. Porque lo indigno demasiado a menudo es el sueldo de miseria que recibe un trabajador, no el trabajo en sí. Porque en ese caso los trabajos peor valorados socialmente serían labores, digamos algo sucias como las que realizan los poceros o algunas especialidades médicas y no veo que eso ocurra.
Entre tanto las prostitutas (hablo de ellas sobre todo porque son las más desprotegidas y abusadas) se encuentran en un limbo legal que permite al Estado ejercer sobre ellas un poder despótico y ciego, encarcelarlas o reprimirlas, prohibiéndoles ejercer un trabajo que les permite, en muchas ocasiones, vivir de una forma digna. No sé si la prostitución es necesaria o no -sospecho que sí- el caso es que existe y no sirve de nada mirar hacia otro lado o tratar de convencer a quienes la practican de que no deben hacerlo con mensajes de una moralidad absurda.
Lo que hay que hacer es legalizar y regular la prostitución y poner los medios para que quienes la ejercen puedan hacerlo con todas las garantías legales y sanitarias. ¿Por qué no podemos considerar la prostitución un trabajo como otro cualquiera? Si existen mafias que controlan a las prostitutas es porque el Estado lo consiente. ¿Consentiría el Estado mafias que controlasen el tráfico de órganos o el comercio ilegal de azúcar, apartamentos u ordenadores? Estoy seguro de que no. El Estado lucha contra el tráfico de drogas o de tabaco, controla la calidad de los alimentos que comemos o la resistencia de los edificios en los que habitamos ¿Por qué no puede hacer lo mismo con la prostitución? Simplemente por un prejuicio religioso (pese a que somos supuestamente un Estado laico) que le lleva a pensar-legislar que es algo malo o amoral y que tiene que prohibirla y castigarla. Sin embargo no acaba de hacerlo, porque quienes redactan las leyes también son usuarios y estoy seguro de que no quieren castigarse a sí mismos. Además la prostitución seguirá ahí, pase lo que pase, y pese a que se prohíba continuará existiendo y ejerciéndose, aunque sea en las peores condiciones imaginables.
Me parece interesante, y a la vez un ejercicio de cinismo, la entrada de la prostitución en el cómputo del Producto Interior Bruto de los países de la UE. Sobre todo porque seguramente esta entrada no va a suponer la obligación de realizar cambios legislativos tendentes a normalizar una profesión cuyos ingresos sin embargo sí se evaluarán en el PIB a partir de septiembre. Aunque también tengo que decir que no veo al ex falsoprogre (ahora ya ni eso) Alberto Ruiz-Gallardón legislando sobre la materia sin antes pasar media docena de veces por el confesionario. Y todo para al final, casi con toda seguridad, dejar las cosas como están -o peor incluso como va a pasar con su Ley antiaborto- y que se salve el que pueda.
Por lo que se ve la religión manda demasiado para que la clase política se decida a solucionar un problema que tiene miles de años de antigüedad y que afecta casi exclusivamente a las insignificantes mujeres, como el aborto por ejemplo. Los políticos -ellos pero a menudo también ellas- miembros de partidos supuestamente progresistas como el PSOE, entre otros, dicen no ser machistas, sin embargo con su carga de secular paternalismo (con la excusa de defender los derechos de las mujeres y víctimas de un falso feminismo) intentan hacer desaparecer una profesión milenaria que pese a sus prejuicios seguirá existiendo.

 http://www.huffingtonpost.es/pablo-peinado/puta_b_5569784.html?utm_hp_ref=tw

martes, 18 de marzo de 2014

Erika Trejo. El trabajo sexual. Artículo de opinión

 http://www.saforinformatiu.es/erika-trejo-el-trabajo-sexual-y-la-migracion-hoy/


Estos escritos se basan en libros que me han inspirado y aportado significativamente mi percepción sobre
trabajo sexual y conceptos para desarrollar en mis performances y vídeos, es decir, en mi producción
artística, también da cuenta mi propia experiencia de vida como actriz erótica y demás trabajos en la
industria del sexo y por último, la enriquecedora colaboración, -que espero no termine nunca- con CATS
(Comité de Apoyo a las Trabajadoras del Sexo)
La primera que me influyó y me llegó directo a las entrañas, sin duda, fue Laura Agustín, audaz y brillante en
enfocar el tema de trabajo sexual con migración, fuera de juicios o de discursos victimizantes y coloniales,
Laura Agustín de un tirón desplaza los tópicos migratorios, no sólo en el día a día de Europa, si no
específicamente en la Industria del Sexo, el título de ese brillante libro, primero que leo de ella así se titula:
Trabajar en la Industria del Sexo y otros Tópicos Migratorios.
Agustín deja entrever esa noción que automáticamente se tiene en Europa de las migrantes: analfabetas,
atrasadas, débiles, pobres y por supuesto calentonas robamaridos de las nativas, hablando claro, putas, todas
vienen a prostituirse.
Sin embargo, los migrantes actúan motivados por las ganas de vivir mejor. Son decisiones vitales que toman
cuando se arrancan de sus casas, considerándose personas con valor y espíritu de aventura, incluyendo los
casos en que en le futuro implica trabajo sexual.
El hecho de tener un trabajo en la industria del sexo no le quita al migrante su papel trasnacional. Además
lxs prostitutxs migrantes son un fenómeno especial:es normal que no se asienten en un lugar a vivir, siguen
migrando o mejor dicho siguen viajando. A la trabajadora sexual que hoy encuentras en Madrid puedes
encontrarla mañana en París, el próximo mes en Ámsterdam y al año otra vez en España. Y no es el
resultado de un intento de esquivar los controles policiales; existe una cultura de conocer Europa y en la
que se tiene sus sitios preferidos. Aunque son a menudo pobres e ilegales viajan de manera cosmopolita.*
En Europa se suele decir que las migrantes vienen a trabajar como víctimas engañadas, un discurso de
proteccionismo patriarcal y colonial, este discurso nos dice que las mujeres no pueden conocer mundo,
mucho menos si son del tercer mundo y aún hay más: las mujeres no viajan solas; este discurso victimizante
y reitero colonial, perpetua la imagen de la mujer primero y de la migrante después, como niñas que deben
de estar bajo tutela y vigilancia del héroe- o heroína, en el caso de las abolicionistas- blancx occidental.
Una concepción que en realidad fomenta el verdadero tráfico de personas.ya que las leyes de migración y de
agrupación familiar, como un enramado patriarcal a rajatabla, presiona a las latinoamericanas así como las
europeas del Este, que son las primeras en migrar dejando atrás marido e hijos , en las agrupaciones
familiares, no dejo de sorprenderme que insistan en preguntar por que ella ha de reagrupar al marido y a lxs
hijxs, y no el hombre, está claro!! Ella ha venido primero, Inmigración despues de tener que hacer este tipo
de reagrupaciones con miles de mujeres se ha dado cuenta que esa es la dinámica y ceden a hacer la
reagrupación, pero recuerdo antes sorprendía mucho en las oficinas de migración.
Sí, efectivamente, eso a lo que los gobiernos europeos y abolicionistas llaman trata -no la trata de la que
todos sabemos que es explotación, desplazamientos a la fuerza, etc, y que con el cual no estamos de acuerdo-
no es más que un medio, para cruzar el charco o atravesar Europa, amigos que ponen en contacto con otros
que viven aquí y que por una cantidad considerable, consiguen permisos de residencia falsos y lugares de
trabajo, sea doméstico o trabajo sexual, sin esas personas, sería prácticamente imposible venir aquí.
Por qué? Por que ser latinoamericana es ser de segunda, para entrar aquí necesitas un permiso de residencia,
que se comprueba en tú país de origen mediante nóminas y propiedades- absurdo, es precisamente lo que no
tienes y por eso migras- y si quieres trabajar, más difícil, necesitas un permiso de trabajo que como todas sabemos, no lo tienes; ¿Cómo alguien desde España por ejemplo va a contratarte sin conocerte?
Efectivamente estás son las verdaderas leyes que fomentan todos estos movimientos de personas, conseguir
permisos y pasaportes falsos, las leyes de migración son las que fomentan ésta supuesta trata, impiden el
paso a la sociedad del bienestar y todxs queremos vivir bien, existen todas estas personas que pagando logran
hacer nuestros sueños realidad, a veces tal y como lo habíamos pensado, a veces de una forma muy distinta;
quizá más sórdida; una cosa está clara, el deseo y la ilusión de salir de allá está presente, como comenta
Agustín, en Latinoamérica, hay una cultura de conocer Europa y pagando unos cuantos dolares, las mujeres
podemos trabajar y por supuesto vivir otras experiencias; otra vez Agustín; podemos ver mundo
Agustín muestra las cosas muy claras, las migrantes ni son analfabetas, ni miserables, ni niñas, son mujeres
emprendedoras y valientes, que dejan una vida atrás aventurándose con valor el residir en otro país y con una
cultura diferente, audaces para aprender in situ otros idiomas, que además de querer ganar dinero, quieren
vivir experiencias distintas y sentir más libertad, ¿Les parece que esto concuerda con la imagen de víctima
sin voz que quieren hacer de las migrantes?
Sus personalidades individuales juegan un papel: el grado de autoconfianza, la voluntad de correr riesgos y
la adaptabilidad frente al cambio, ocupar una posición menos poderosa en términos estructurales no
significa que no puedan tomar decisiones y estas decisiones estén influenciadas por una multitud vasta de
circunstancias, incluyendo el deseo individual, ser económicamente pobre no te hace pobre espiritualmente.
La mirada del cosmopolita está puesta en el mundo, no en la casa, y no hay nada en el concepto de
cosmopolita que le impida ser pobre o trabajar en la industria del sexo.*
Todas las versiones y discursos que victimizan o quieren salvar a las mujeres migrantes de la industria del
sexo en España, no son mas que enfoques de un fuerte carácter moralizador y colonial, que responden al
miedo a lo desconocido, supongo, que obedecen a la cultura de la doble moral y la hipocresía respecto al
sexo en la cultura española y europea en general.
Parten de suposiciones sobre el lugar correcto del sexo (la casa de una pareja) sobre las buenas formas del
sexo (con amor, en pareja y sin dinero) y sobre algunos conceptos de la clase media occidental, poco fáciles
de imponer ( por ejemplo la identidad personal o el yo, la autoestima, la dignidad del trabajo) Estos
discursos sólo se pueden seguir manteniendo mientras que nadie preste atención a lxs sujetxs implicadxs.
Existe otro argumento para no perpetuar la construcción de la prostitución como un solo tipo de relación
(hombre poderoso/ mujer desempoderada) Law señala como ésta representación -ciertamente importante
para demostrar las desigualdades económicas, políticas y sociales de las personas involucradas- tiene a su
vez el efecto de fijar las identidades de opresor y víctima convirtiéndolas en un discurso hegemónico en el
que lxs sujetxs encuentran poco espacio para maniobrar.*
Así que, lo mismo que exigen lxs compañerxs europexs, ésta estrategia de que hablen lxs expertxs de la
industria del sexo, no hace más que callar las voces involucradas, los cuerpos involucrados y las
motivaciones y situaciones que llevan a una persona a la industria del sexo, no hace más que fomentar el
discurso colonial y hegemónico, no reconocer la prostitución como trabajo sexual, es dar cabida a
condiciones laborales irregulares y de explotación, dando lugar a la marginalidad, dando el no lugar. lugar
que merecen las personas que trabajan en la industria del sexo,fábrica de sueños y fantasías eróticas, tan
consideradxs por todxs lxs clientxs.
*Trabajar en la Industria del Sexo y Otros Tópicos Migratorios, Agustín Laura