A finales de este mes el gobierno francés presentará un proyecto de ley que refuerza la política abolicionista frente a la prostitución, con una medida que penalizará al cliente. Esta reforma se da más de diez años después de que los países nórdicos abrieran la vía con reformas similares.
Para entender el trasfondo de esta propuesta, hay que conocer las orientaciones de las políticas públicas en Europa frente a la prostitución y el debate entre abolicionistas y reglamentaristas.
Las políticas públicas frente a la prostitución
Históricamente, las políticas públicas frente a la prostitución han sido tres:
1. El prohibicionismo, de inspiración religiosa, es practicado en Estados Unidos y en el mundo musulmán. Considera que las relaciones sexuales por fuera del matrimonio son pecaminosas e ilícitas, y penaliza a todos los actores de la prostitución: proxenetas, prostitutas y clientes.
2. El reglamentarismo, nacido en el siglo XIX, buscaba originalmente reglamentar la prostitución para asegurarse de que las prostitutas no se convertirían en un vector de enfermedades o delincuencia. El control es sanitario (exámenes periódicos), policial, geográfico (establecimiento de zonas de tolerancia), o financiero. Es la política vigente en Suiza, Alemania, España, Holanda y Nueva Zelanda, entre otros países.
3. El abolicionismo, llamado así porque anhela una sociedad donde haya sido abolida la prostitución, surge en el movimiento feminista a finales del siglo XIX. Considera que el comercio con el cuerpo de una tercera persona es una forma de violencia. Combate la trata de seres humanos y el proxenetismo, pero nunca a las prostitutas, que considera como víctimas de un sistema. Ha sido la posición de los países nórdicos y de Francia desde hace 60 años. En la última década, el abolicionismo ha buscado sancionar al cliente.
Abolicionismo y reglamentarismo: dos concepciones opuestas de las relaciones entre los sexos En Francia, donde se reforzará la ley vigente, abolicionista, con la propuesta de penalizar al cliente.
El debate abolicionista y reglamentarista va más allá de las prostitutas y de quienes “consumen” prostitución. Es un debate que habla del estado de las relaciones entre los sexos y de la orientación de la sociedad. Esto se ha visto claramente en Francia, donde se reforzará la ley vigente, abolicionista, con la propuesta de penalizar al cliente
[1]. Así, siendo un país con bajo porcentaje de hombres que van “de putas” (6% contra 39% de los españoles), y con un número relativamente bajo de prostitutas, el tema se ha convertido en polémico y ha generado enconadas reacciones, como la de los “343 salauds (cabrones)
[2].
¿Por qué, siendo un asunto que toca directamente a un bajo porcentaje de la población, se desata la controversia? ¿Por qué, si una
amplia mayoría de los franceses (70%) está a favor de responsabilizar a los clientes, se le da tal publicidad a esos comunicados?
El área de Pigalle, en París. Foto: gillescrampes |
La respuesta tiene que ver con el viejo fantasma masculino que agita la prostitución. Un análisis en perspectiva feminista ayuda a espantarlos, y sobre todo a entender porqué la prostitución hace parte del imaginario masculino. La idea de que haya mujeres disponibles, a cualquier hora y lugar, para satisfacer el apetito sexual (y emocional) de los hombres hace parte del régimen de apropiación que una categoría de personas (los hombres) ha establecido sobre otra categoría (las mujeres). Una serie de mitos refuerza este régimen de apropiación (como el mito de la pulsión sexual insaciable del varón versus a la posición pasiva o inerte de la mujer).
La disponibilidad sexual de las mujeres para beneficio de los hombres se resume en el slogan del manifiesto de los 343 cabrones: « no te metas con mi puta ». Ahí se prescribe un “derecho”, el de ir de putas, en nombre de una idea de “libertad” perfectamente egoísta, referida a la posibilidad que quieren seguir teniendo los hombres de usar un cuerpo para su placer.
Este sistema desigual de relaciones entre los sexos, donde uno tiene la posibilidad de ejercer una dominación sobre otro, concretamente mediante la compra de su consentimiento, es sobre lo que el abolicionismo llama la atención. En este sentido, esta posición es el resultado de un análisis propiamente feminista (siendo éste un sistema de valores que busca una igualdad entre los sexos, y no, como a veces se malinterpreta, como la inversión de los privilegios).
Cuestionar la distribución desigual de hombres y mujeres en la prostitución lleva a comprenderla como parte de la dominación masculina. Permite entender que hay determinantes sociales, es decir que hay sectores más vulnerables que otros frente la prostitución. Allí donde el reglamentarismo dice que es un trabajo como cualquier otro, el abolicionismo demuestra, y esto a lo largo de la historia, que quienes ejercen esta actividad son quienes no poseen capital económico, cultural o social: son mujeres deshonradas por ser madres solteras, mujeres que han padecido violencias en su familia (incesto, abusos…), migrantes provenientes de sectores rurales en la ciudad, mujeres pobres.
Efectos sociales
¿Cuáles han sido los efectos de estas dos políticas? La comparación es elocuente: en los países reglamentaristas hay una proporción mucho más elevada de prostitutas que en los abolicionistas
[3]. Pese a las reglas, sus condiciones de trabajo son muy duras: los dueños de los clubes pueden imponer lo que quieran para satisfacer a los clientes, como los “paquetes promocionales por horas”, o la rotación de “chicas”; las prostitutas no tienen reales garantías (así, en Alemania, sólo 44 se han inscrito en los organismos sociales).
Manifestantes en la ciudad de Nueva York, en defensa de la legalización de la prostitución. Foto: JasonPier in DC |
La naturalización de la prostitución tiene consecuencias para el conjunto de la sociedad: ya no se le considera un “mal menor”, sino algo asumido como parte del programa de “liberación sexual”. Las escorts son presentadas como un modelo para la prostitución de “categoría”. Actividades como el strip tease, pole dancing se vuelven opciones atractivas de inserción laboral: en Alemania, la agencia estatal ofrece a las desempleadas trabajos en este sector; en Suiza, las extranjeras que trabajan en clubes nocturnos obtienen permiso de estadía automáticamente; en Holanda, el sindicato de enfermeras ha tenido que aclarar que dentro de sus funciones no está atender sexualmente a los pacientes.
Y no se trata de un problema moral o pecaminoso, sino de un problema de relaciones de dominación de los hombres sobre las mujeres, de un problema de poder. En el sistema patriarcal, las mujeres han sido objetos sexuales y/o objetos de reproducción. Que la prostitución sea masivamente la “opción” de las mujeres es una forma de subrayar que el sistema las sigue asignando esta función.
Mientras tanto, los grandes ganadores con la prostitución, los proxenetas, se han convertido en verdaderos emporios, afianzando a sectores mafiosos con gran capacidad de incidencia económica y política. Hoy, la industria del sexo representa el 2% del PIB de España.
Los países abolicionistas, por su parte, no están libres de la ideología que acompaña este sistema de dominación (por medio de la cultura popular, la publicidad), pero la forma de enfrentar la prostitución es diferente: se persigue a los proxenetas y se busca darles otras oportunidades a las mujeres.
El actual proyecto de ley francés contempla la creación de un fondo financiado con los bienes incautados a los proxenetas y redes de trata para crear otras oportunidades laborales. Otros puntos de la ley son la derogación de la medida que había introducido en el año 2003 Sarkozy y que penalizaba a las prostitutas, y la regularización de las prostitutas que denuncien a los proxenetas.
Conclusión No se trata de un problema moral o pecaminoso, sino de un problema de relaciones de dominación de los hombres sobre las mujeres, de un problema de poder.
Cuando se debatió en Suecia, la ley que penaliza a los clientes tuvo una fuerte oposición; hoy es ampliamente aceptada. Diez años después, la prostitución de calle se acabó y los hombres bajaron su “consumo” (menos de 1% admite hoy “buscar putas”).
Ayer en Suecia, hoy en Francia, países que no se caracterizan por su mojigatería, estas leyes están apuntando a otros modelos de sociedad y de masculinidad (con hombres feministas y opuestos a la prostitución, como la asociación
Zéromacho).
En un mundo con relaciones un poco menos desiguales entre los sexos, el deseo se sublimará menos con la violencia, dominación y sumisión. ¿Serán capaces los humanos de inventarse otros fantasmas?
* Doctora en sociología de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París, investigadora asociada al Urmis, Universidad París Diderot.