Os dejo esta entrevista con el sociólogo Santiago Morcillo que está realizando un trabajo de investigación con las mujeres que ejercen la prostitución en las calles de Buenos Aires.
Una vez más, como en todos los trabajos de campo realizados con rigor se puede constatar que varios puntos que más de una vez he dado a conocer y que desmontan los argumentos abolicionistas:
-El estigma, es decir la discriminación es lo que más afecta en el trabajo sexual
-La dureza de ejercer la prostitución es compensada por los altos ingresos y por la flexibilidad en relación a otros trabajos
-Las alternativas que se ofrecen para ejar la prostitución son a todas luces insuficientes ya que no permiten el ascenso social ni progresar como seres humanos. (según la DUDH, todos los seres humanos son iguales, pero está claro que unos más iguales que otros)
-Se constata que entre la polarización de esclavitud o trabajo hay un continuum de realidades diferentes.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-6992-2012-01-07.html
Ante el debate sobre cómo nombrar a las mujeres que tienen sexo por dinero –si prostitutas, trabajadoras sexuales, esclavas o mujeres en situación de prostitución–, el sociólogo Santiago Morcillo intenta escuchar a las mujeres que están en las calles de San Juan y de Buenos Aires para rescatar sus propias experiencias con el objetivo de no estigmatizar, combatir la violencia policial y, a la vez, potenciar mayores posibilidades de vida.
Por Luciana Peker
“La palabra prostitución sirve para reforzar la estigmatización y discriminación de las mujeres, varones y travestis. Por eso, ante todo, respeto las definiciones de las mujeres organizadas, aunque utilizo la idea de sexo comercial. Es una forma de pensar a la prostitución como una de las maneras de intercambiar sexo y dinero, lo cual ocurre en distintas condiciones, desde la trata –donde la persona tiene sus márgenes de acción reducidas–, pero en otras relaciones menos asimétricas como el matrimonio también hay un intercambio de sexo por dinero”, dice y provoca –desde el vamos– repensar una temática que de tan debatida parece haberse vuelto radicalmente innombrable. Santiago Morcillo defiende la idea de no estigmatizar a las mujeres que esperan en la calle un cliente como víctimas de un destino irrefrenable, pero tampoco hace apología de cuerpos presumidamente rendidos ante el dinero y el cuerpo sin deseo. “No hay que estigmatizar a las mujeres que trabajan e intentar que nadie se vea empujado a hacer eso”, equilibra en una definición sobre las mujeres que pueblan las esquinas y que parecen –hoy en día– tener sólo dos veredas para debatir. Pero la calle es más ancha.
Por eso, un nuevo nombre –sexo comercial– es una manera de hablar y de volver a escuchar a las mujeres de la calle. De eso se trata la investigación de este sociólogo, un varón que también se ha sentido diferente –como muchas de las mujeres que entrevista para su tesis de doctorado llamada “Identidades y experiencias de mujeres que realizan sexo comercial en San Juan y Buenos Aires”, de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA– en su provincia natal, en la que todavía la educación sexual se hace un repollo de silencio, el preservativo no se nombra y los DIUs se esconden bajo las siete llaves del armario de alguna moral. No de todas. Ni siquiera la de los matrimonios ¿bien constituidos?
Una banda de punk rock llamaba a las esposas “prostitutas por deber”. ¿Hay algo de eso en la provocación de marcar al matrimonio como un arreglo, también, de sexo comercial?
–Yo reservo el término sexo comercial para referirme a lo que comúnmente se denomina prostitución. Pero sí me parece que el matrimonio es un intercambio sexual y económico. Es claramente una empresa. Por ejemplo, está la cuestión de los bienes gananciales y el débito conyugal. Está legislada la cuestión económica y sexual en el matrimonio mientras que, históricamente, la prostitución aparece como el reverso del matrimonio. La sociedad occidental tiene la necesidad de regular la relación entre las personas. El matrimonio es una de esas regulaciones y la prostitución es la contracara.
Es interesante ver que hay mujeres que también sostienen un matrimonio por las conveniencias o sostenes económicos, pero también del matrimonio es más fácil correrse –divorciarse– que de la prostitución...
–Hay distintas condiciones en las que uno puede vender sexo. Nadie vende libre y graciosamente su sexo sin pagar ningún costo. Tampoco nadie se separa de un matrimonio sin pagar ningún costo. En la sociedad moderna el divorcio es vivido como una catástrofe y muchas personas no se atreven a divorciarse para no pasar por esa catástrofe. Son coacciones distintas. En la prostitución hay una coacción económica muy fuerte y una imposibilidad de dejar esa actividad porque no hay otra alternativa que pueda dar un ingreso similar al que necesitan las mujeres. Y también muchas mujeres dicen que prefieren hacer eso, aunque no lo hagan graciosamente, porque les da algunos márgenes para manejar sus horarios, tener más contacto con sus hijos y ocuparse más de su rol de madres. Yo hago entrevistas en Buenos Aires y en San Juan y trato de conectarme con chicas que están en la calle, en departamentos, en organizaciones y en distintos niveles de prostitución y, en la mayoría de las mujeres con las que hablé, el rol materno tiene un peso muy fuerte.
En el imaginario discriminatorio “son malas madres” y en el piadoso son “mujeres que se sacrifican por sus hijos”. ¿Cómo lo viven ellas?
–Muchas veces hay una dosis de culpa, la prostitución y la cuestión del hijo aparece junto a la necesidad de preguntarse por qué están haciendo eso. A mí me parece que esto es profundamente preocupante, incluso más que la violencia de los clientes. En mi experiencia con las mujeres la violencia no es terriblemente recurrente. Es mucho más insidiosa la estigmatización y la mirada del otro: de los vecinos, de las otras mujeres.
Hay organizaciones que consideran que ninguna mujer nace para puta, otras que son trabajadoras sexuales y algunas que consideran que son mujeres en situación de prostitución. ¿Vos te sentís identificado con alguna de estas posturas o preferís hacerte a un costado de este debate?
–No me quiero hacer a un costado del debate porque el debate está planteado y hay que encararlo. Pero me parece que los términos son dicotómicos y yo pienso en un continuo. La prostitución no es el único intercambio sexual y económico. Hay distintas modalidades en donde las personas tienen más o menos poder. Se polariza demasiado la idea de trabajo o esclavitud. En un caso es una heroína de la lucha contra el patriarcado y es una figura de la emancipación sexual de la mujer o es una víctima oprimida silenciada y sufriente del patriarcado. Me parece que ninguna de las dos versiones refleja mucho lo que pasa en la realidad. A mí me interesa tratar de ver cómo son las experiencias de las mujeres que realizan esta actividad.
¿La sexualidad puede implicar un trabajo?
–El término trabajo tiene connotaciones en donde resuena la cuestión de que el trabajo “dignifica”. No se puede pensar culturalmente como un trabajo. Sí se puede pensar económicamente como un trabajo en tanto es una actividad que genera una remuneración. Lo problemático de la prostitución es pensar el sexo como fuerza de trabajo, ya que –socialmente– se piensa al sexo como una cuestión de intimidad y de afecto que tiene que ver con las emociones y la identidad. El sexo es el lugar donde se expresa la identidad. Por eso hace un ruido terrible pensarlo relacionado con el dinero. A mí me parece que es difícil analizarlo como un trabajo igual que cualquier otro. A su vez, me parece que es necesario repensar si el sexo tiene que ser siempre y para todas las personas ese lugar de intimidad, afecto y emociones o hay personas que pueden construir las prácticas sexuales de otras formas.
¿Las mujeres de la calle se preocupan por estos términos o están pensando en el día a día?
–Desde la academia, muchas veces, se pone el énfasis en cuestiones teóricas y en definir si es un trabajo o esclavitud y, desde la experiencia de las mujeres que ejercen esta actividad, eso no juega un rol muy importante. Es importante que se escuche a las organizaciones que representan a las mujeres que están realizando esta tarea. Pero, salvo para las que participan en organizaciones, que me parece fundamental que existan, no es una cuestión importante ni urgente en sus vidas este debate.
¿Qué les atraviesa la vida?
–El acoso policial que, muchas veces, está naturalizado. En San Juan, el Código Contravencional sigue penando la prostitución escandalosa o peligrosa y no se define qué sería “escándalo”. Es una figura antigua que termina definiendo la propia policía en una práctica inconstitucional y en contra de las garantías ciudadanas. Las mujeres que trabajan en la calle están muy expuestas a que se les inicien causas y a la violencia policial. También es muy fuerte la mirada reprobatoria que les produce un daño importante. Es como si vos no pudieras decir en ningún lado que sos periodista...
¿Tienen demandas o deseos, como acceder a capacitaciones para ejercer otras tareas, contar con redes de escuelas y jardines maternales para cuidar a sus hijos o subsidios estatales para generar microemprendimientos?
–Su primera necesidad es que las dejen de enjuiciar como si hubieran cometido un pecado terrible. Después, hay una buena parte de las mujeres que llevan la actividad como un sufrimiento importante y para las cuales sería vital tener una respuesta del Estado en alternativas laborales –firmes y verdaderas, no darles tres máquinas de coser y que se arreglen–, que les permitan mantener el ingreso sin trabajar veinte horas por día. A su vez, hay otras mujeres que no quieren ser salvadas y que alguien venga a sacarlas del mundo de la prostitución.
¿Las obsesiona o presiona mucho el estado de su cuerpo y el paso del tiempo?
–Una chica joven hace cinco salidas y una mujer grande una sola. Se da una competencia medio fuerte. Muchas te dicen “a esta altura de la vida quisiera estar haciendo otra cosa”. Pero, en realidad, me parece que las que están más obsesionadas con su cuerpo son las mujeres de clase media que, en general, están más bombardeadas por las publicidades y las imposiciones sobre cómo tiene que ser el cuerpo femenino. Las mujeres que hacen sexo comercial saben que su cuerpo es su herramienta para generar sus ingresos y saben que con el paso del tiempo va a ser menos rentable y planifican su retiro.
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