Voy a contarles un secreto: la prostitución, esa pretérita ocupación que estos días vuelve a cuestionarse, no es el oficio más antiguo del mundo; más bien lo sería el chismorreo. Fíjense que ya la mismísima Eva cotilleaba con la serpiente y ponían a Dios a caer de un burro. ¡Mira que tocarle el lelo, el memo, el atontado de Adán! Desde entonces y hasta ahora, la prostitución ha sido tan necesaria como criticada.
Y les digo que este es un tema que vuelve a cuestionarse porque apenas me desayuné con la noticia de la aprobación de la nueva Ordenanza de Civismo de Barcelona. Lo cierto es que Josep Lluís Cleries González tiene mucho que aprender de Carmen Machi en La concejala antropófaga. El conseller de Bienestar Social y Familia del Gobierno de Cataluña se ha propuesto poner cada vez más dificultades al ejercicio de la prostitución no solo en Barcelona sino en toda Cataluña para seguir un proceso que culmine, según sus propias palabras, con “el estadio ideal último de la abolición” para “acabar con este sistema de esclavitud” . ¿La abolición de la esclavitud? Tal grandilocuencia solo puede esconder una gran ignorancia. ¿Civismo o cinismo? Más bien parecen las mentiras del barquero, que habrá que ir señalando, una a una.
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El gobierno municipal barcelonés, llamado entonces Consell de Cent, estableció a lo largo del siglo XIV una serie de reglamentaciones que no buscaban combatir la prostitución sino la convivencia entre mujeres públicas y los demás ciudadanos. A principios del siglo XIV, el Consell, prohibió que las prostitutas tuvieran las puertas abiertas de sus casas, ni encendieran velas, después del toque de campanas, cuando se cerraban las puertas de la ciudad. Esta prohibición se dio exactamente en la calle de Viladalls, que el señor Cleries de seguro conoce.
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Si quieren le damos a la máquina del tiempo y vamos aún más atrás. ¡Vayamos a los principios de los principios, al meollo de la cuestión, al atavismo más grande! ¿Cuál es? Muy fácil: el atavismo de la reproducción, que esconde, en realidad, los mitos de la santa y la puta, la buena y la mala, la ínclita esclava y la soberbia furcia, la que garantiza la prole y la distribución de la herencia y la que garantiza el relajo sexual. Ambas en el fondo caras opuestas de una misma moneda. Fíjense en la historia de la humanidad: quien controla la vagina controla el mundo.
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En cualquier caso, si nos quitamos de gazmoñerías judeocristianas y hablamos con el corazón en la mano y los archivos sobre la mesa, hemos de coincidir en que hasta bien entrado en siglo XIX nunca fue el matrimonio cobijo de la afectividad, universo reducido de los sentimientos, sino que fue un acuerdo entre grupos familiares, un contrato que trascendía la voluntad individual para albergar el pacto de orden, interés y convivencia entre colectividades; de ahí que hubiera mayor tolerancia con la prostitución y su espacio social absolutamente normalizado. ¿Y a día de hoy cuántos matrimonios son “cobijo de la afectividad, universo reducido de los sentimientos”?
Fíjense que hasta para San Agustín, los prostíbulos funcionaban como un seguro contra la corrupción de las costumbres y lo que él llamaba “desórdenes sexuales”, del mismo modo que las cloacas y sentinas, que aunque repletas de inmundicias, salvaguardaban la sanidad del resto de la ciudad. Posteriormente Santo Tomás de Aquino apoyó esta idea en Summa Theologiae. Otro que el señor Cleries conoce bien, el fraile franciscano Francesc Eiximenis en su obra Lo Crestià, también recogió las ideas de San Agustín y Santo Tomás y añadió que las mujeres públicas no debían mezclarse con las honradas.
Con la nueva Ordenanza buscan convertir la prostitución en el chivo expiatorio y la sombra colectiva de nuestros males. El ritual de transferir y expulsar maldades y culpas hacia fuera es un fenómeno familiar que ha sobrevivido desde que el mundo es mundo. ¿Será casualidad azuzar el tema en medio de todos los recortes en sanidad y educación, con el tema de los peajes, con la constante pérdida de solvencia de Cataluña, con la nada soslayada intervención de la UE?
Y fíjense que si me apuran las personas que se dedican a la prostitución no pueden ser el problema sino más bien, precisamente, el diagnóstico; en términos capitalistas es la ley de la oferta y la demanda. Y ya que hablamos de dinero, no parece difícil columbrar que imponer a la Guardia Urbana la capacidad de poner directamente las denuncias y las multas invita a mayores problemas, por no hablar de las vistas públicas ante el juez.
¿Y por qué no reconocen a los trabajadores sexuales, ustedes, los catalanes, siempre en la vanguardia de la vanguardia? Hombres y mujeres, travestis y transexuales que se dedican al segundo oficio más antiguo de la humanidad. Sí, ¿acaso no sabían que hombres, travestis y transexuales son de lo más demandado en el mundo de la prostitución? Legislen su actividad, legalicen su trabajo, garanticen su acceso a los servicios sanitarios y dejen la impostura de esa estudiada ambigüedad. Promuevan el ejercicio del deseo y se evitarán males mayores: estamos apuntando concretamente a la violencia doméstica. En cristiano paladín: “marido bien follado no agrede ni mata”.
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Que la Verdad es el camino ya nos lo dijo Jesús: “Dejad que los chóstomos se acerquen a mí”. Y digo ‘chóstomos’ y digo bien por eso del ‘todo por la parte’ ¡y vaya parte! Imagínense a Príapo el magnánimo susurrándoles oído y paladeen cada palabra: Los chóstomos con las chirlas, pichando camarones y ciciriscos, rabos, nabos, coños y chimbas, chimbas de oro, chimbas ricas, pechos de leche, culitos de durazno, gemidos, mordiscos, arañazos, pichas chorras, chorras pichas, cogiendo, jodiendo y culeando, en el nombre de la verija, el zipote y el carajo. ¿Acaso no entendieron nada? Es bien sencillo y cuanto antes lo asumamos todos antes llegaremos a un acuerdo y una solución: la jodienda no tiene enmienda, sin sexo la humanidad enloquece. Y ahora van y lo cascan, que para algo es el oficio más antiguo del mundo.
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