Me complace comunicaros que la periodista Samanta Villar, acaba
de publicar un libro, en el que recoge varios relatos de prostitutas,
entre ellos el mío. "Nadie avisa a una puta". Lo ha escrito sin nada de
amarillismos, historias reales. Muchas gracias Samanta Villar, te deseo
todo lo mejor y que sea el principio de tu incursión literaria.
http://cadenaser.com/programa/2015/06/11/hoy_por_hoy/1434018205_808324.html
En casa dicen que salen a comprar el pan, así que algunos hombres llegan corriendo al piso de Tania, al mediodía y con la barra debajo del brazo, y piden que el trabajo sea rápido. Su historia contrasta con las de quienes van más tranquilos, por la noche, y conocen a las chicas una a una antes de elegir; desde luego, también con las de las jóvenes que quieren ser las últimas en presentarse a los clientes, ya que estos suelen olvidar los nombres que escuchan en primer lugar. Nadie avisa a una puta es el primer trabajo literario de Samanta Villar y, como los vaivenes de aquel local de citas, recoge siete relatos periodísticos sobre el mundo de la prostitución.
De sus protagonistas, solo una se ve acosada por la trata. Las demás muestran un paradigma al que estamos desacostumbrados: la de las mujeres que venden su cuerpo voluntariamente, aunque también en este otro caso haya vivencias muy dispares. Desde la escort de lujo que gana 3.000 euros en una hora, hasta las chicas que nunca desbancarán a la preferida del piso compartido; ese al que los parados llegan los días 10 y los jubilados, los 25. "Las condiciones obligan a todos a coger trabajos que no queremos. No solo a nosotras", anota Montse Neira, prostituta especializada en las personas con discapacidad.
A los cincuenta, y contra su propio pronóstico, sigue trabajando, ya que su cartera de clientes envejece con ella. Está licenciada en Ciencias Políticas, cuenta con un posgrado y su discurso figura en su libro, Una mala mujer. Se asomó al sexo por dinero cuando se vio con hijos, sin trabajo y rodeada por las deudas, pero no lamenta nada; y tras quince años ocultándose a su familia, decidió dar la cara, contar al mundo lo que era y cultivarse hasta derribar todos los estereotipos. Fue un coloquio sobre la abolición de su trabajo lo que le llevó a sacar la bandera: "Me sentí insultada por mujeres de la élite, de la burguesía catalana, que decían protegerme".
"Si hay talleres clandestinos, no se prohíbe la industria textil. Si hay trata, se critica la prostitución", recuerda Villar. Las desigualdades en el mercado del sexo son abismales, así como apartan a mujeres y hombres de los derechos laborales que el Estado, en principio, concede a otras profesiones. Con todo, "las prostitutas son mujeres adultas y con voluntad", agrega la periodista, que también menciona las ventajas de incorporar este agujero de dinero b a la economía en blanco. Las Cortes no han siquiera amagado con sacar a la prostitución del vacío legal, ni en un sentido ni en otro.
Neira trabaja como autónoma, gracias a la casilla de servicios personales, y explica que ofrecer una parte de su cuerpo no le desagrada más que otros trabajos. Sí reconoce que el contacto con los clientes conlleva una carga emocional de la que, a veces, le cuesta desprenderse. El título de la obra, Nadie avisa a una puta, alude al día en que supo que uno de sus clientes, al que le unían años de encuentros, había muerto. Ella conocía a sus amigos, pero ninguno se acordó de contárselo. La palabra puta es usada, por muchas de sus compañeras, como bandera por la dignificación de su trabajo.
http://cadenaser.com/programa/2015/06/11/hoy_por_hoy/1434018205_808324.html
En casa dicen que salen a comprar el pan, así que algunos hombres llegan corriendo al piso de Tania, al mediodía y con la barra debajo del brazo, y piden que el trabajo sea rápido. Su historia contrasta con las de quienes van más tranquilos, por la noche, y conocen a las chicas una a una antes de elegir; desde luego, también con las de las jóvenes que quieren ser las últimas en presentarse a los clientes, ya que estos suelen olvidar los nombres que escuchan en primer lugar. Nadie avisa a una puta es el primer trabajo literario de Samanta Villar y, como los vaivenes de aquel local de citas, recoge siete relatos periodísticos sobre el mundo de la prostitución.
De sus protagonistas, solo una se ve acosada por la trata. Las demás muestran un paradigma al que estamos desacostumbrados: la de las mujeres que venden su cuerpo voluntariamente, aunque también en este otro caso haya vivencias muy dispares. Desde la escort de lujo que gana 3.000 euros en una hora, hasta las chicas que nunca desbancarán a la preferida del piso compartido; ese al que los parados llegan los días 10 y los jubilados, los 25. "Las condiciones obligan a todos a coger trabajos que no queremos. No solo a nosotras", anota Montse Neira, prostituta especializada en las personas con discapacidad.
A los cincuenta, y contra su propio pronóstico, sigue trabajando, ya que su cartera de clientes envejece con ella. Está licenciada en Ciencias Políticas, cuenta con un posgrado y su discurso figura en su libro, Una mala mujer. Se asomó al sexo por dinero cuando se vio con hijos, sin trabajo y rodeada por las deudas, pero no lamenta nada; y tras quince años ocultándose a su familia, decidió dar la cara, contar al mundo lo que era y cultivarse hasta derribar todos los estereotipos. Fue un coloquio sobre la abolición de su trabajo lo que le llevó a sacar la bandera: "Me sentí insultada por mujeres de la élite, de la burguesía catalana, que decían protegerme".
"Si hay talleres clandestinos, no se prohíbe la industria textil. Si hay trata, se critica la prostitución", recuerda Villar. Las desigualdades en el mercado del sexo son abismales, así como apartan a mujeres y hombres de los derechos laborales que el Estado, en principio, concede a otras profesiones. Con todo, "las prostitutas son mujeres adultas y con voluntad", agrega la periodista, que también menciona las ventajas de incorporar este agujero de dinero b a la economía en blanco. Las Cortes no han siquiera amagado con sacar a la prostitución del vacío legal, ni en un sentido ni en otro.
Neira trabaja como autónoma, gracias a la casilla de servicios personales, y explica que ofrecer una parte de su cuerpo no le desagrada más que otros trabajos. Sí reconoce que el contacto con los clientes conlleva una carga emocional de la que, a veces, le cuesta desprenderse. El título de la obra, Nadie avisa a una puta, alude al día en que supo que uno de sus clientes, al que le unían años de encuentros, había muerto. Ella conocía a sus amigos, pero ninguno se acordó de contárselo. La palabra puta es usada, por muchas de sus compañeras, como bandera por la dignificación de su trabajo.
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