20 completo y 15 chupar, pero soy travesti, no soy chica, te lo digo por si acaso», explica la mujer, de acento argentino y en la treintena, vestida con una minifalda, mientras se asoma por la ventanilla del coche.
Estamos en la Colonia Marconi y aquí comenzamos un recorrido exprés, a las 17.30 horas de ayer, por los tres focos principales de la prostitución callejera de Madrid: Marconi, la Casa de Campo y la calle Montera.
La meretriz nos explica cómo se distribuyen por el polígono: «En la otra calle se colocan los travestis, y las chicas se ponen hacia el final», señala. ¿Sabe que el Ayuntamiento planea sacarlas de la calle, al igual que en Barcelona? «¿Prohibirnos? Lo tienen chungo, pero lo vienen diciendo desde hace años... Lo que deberían hacer es legalizarnos, así cobran impuestos también ellos».
¿Le va peor con la crisis? «No. Hombre, algo se nota, pero coño, tampoco está tan mal. Yo echo aquí cuatro horas o cinco al día, depende. Las que quiero», explica.
Unos metros más allá, otra chica que parece también latina pide lo mismo: «20, completo». ¿Le gusta trabajar en la calle? «Sí», contesta escueta antes de darle la espalda al periodista ante tanta pregunta.
La gente no nos conoce como el polígono de Villaverde sino como el barrio de las putas». Es la queja de un empresario de este distrito del sur de la capital. Y no le falta razón, porque a la problemática de la colonia Marconi se ha unido desde hace meses la de otro polígono industrial: El Gato. Las meretrices toman cada noche esta fantasmagórica zona, empotrada entre la estación de Villaverde Alto y la Avenida Real de Pinto. Ellas y los conductores que acuden «a lavar allí el coche», que es como se conoce en el argot el sexo de pago en la calle.
Una señal de tráfico nos advierte, pasadas las 23 horas, de que Marconi es zona vedada para conductores hasta las 6. Fue la medida impuesta por el Ayuntamiento de Madrid en 2005: la primera vez que se cerraba todo un barrio (excepto para residentes y trabajadores del polígono) para cortar el mercadeo de la carne. El asunto acabó en los tribunales, que quitaron la razón a Gallardón. Pero el ex alcalde se empeñó en firmar un decreto para mantener el cierre tanto de la zona residencial como la industrial.
Con la lupa policial puesta en la noche, buena parte de las 250 chicas que hacen la calle en Marconi a la luz del día se «mudan» a El Gato al caer el sol. Al paso de los coches, tiradas en el suelo, sobre cartones, medio desnudas y buscando calor entre improvisadas hogueras, rumanas, latinas, españolas, africanas, transexuales y toxicómanas cambian su cuerpo por 10 o 20 euros, según el tipo de servicio.
Así trabajan los chulos
Aquí también se deja sentir la crisis. Los precios han bajado una media de 5 euros. Nos lo confirma una prostituta española cuarentona: «¡Cómo no vamos a notar la crisis! Esto lo hago por que tengo dos hijos y tienen que comer. Estamos muy expuestas, pero hay que hacer de tripas corazón». Y se sube, a toda prisa, en el coche de un cliente.
Este problema, el de la seguridad, es uno de los más graves. Pero el verdadero problema de esta lacra son las mafias, los «chulos» que explotan a su pequeño ejercito de mujeres. También se dan casos en los que los proxenetas son sus maridos o parejas. En esta estirpe hay incluso distintas maneras de «trabajar». Las latinas son las que más atadas en corto están. Sus «chulo-novios» se dejan ver con ellas. Luego están los más «profesionales», las mafias del Este, que desde el interior de los vehículos no pierden de vista a sus chicas y clientes. Son los más peligrosos, coinciden todas. Las redes de trata de blancas cuentan hasta con «sargentas», que las controlan y recogen el dinero que van cobrando para dárselo al «capo». Es el modelo de trabajo de la banda más poderosa de Villaverde, la de Dorel, un matón rumano que se ha hecho con el imperio de la prostitución en Marconi y zonas adyacentes.
Y como de territorios va el asunto, las chicas negras se agrupan cerca de las paradas de Cercanías y EMT de Villaverde Alto, mientras que las rumanas tienen bajo su control la Avenida Real de Pinto. Son, además, las que menos ropa llevan, algunas a veces campan desnudas a sus anchas; también, junto a las nigerianas, suelen mostrar mayores dosis de violencia verbal y física. Es la ley de la selva.
Aunque este es un negocio que no cierra nunca, es verdad que los fines de semana este lupanar al aire libre casi se colapsa. Llama la atención de los numerosos jóvenes, algunos con buenos coches, que acuden allí en busca de sexo rápido. Y también de droga, porque con el bajonazo de los precios debido a la crisis, las mafias se las apañan para que sus chicas también pasen cocaína. Prostitutas y «camellas». Aun así, en la penumbra de El Gato, junto a un árbol que crece en mitad de ese erial, una chavala abandona un Audi de último modelo. Dentro, cruje una cremallera y el motor arranca.
«A muchas las violan, las golpean»
En 15 minutos, Mariana hace dos felaciones; después de cada una sube corriendo a una Unidad de Atención a la Mujer del Ayuntamiento a por un condón. «La mayoría de los clientes quieren sexo a pelo, pero yo no estoy por la labor», explica esta una joven brasileña de 21 años. No para: es transexual y, por ello, de las más demandadas. «Para nosotros no es fácil el mundo laboral y ésta es de las pocas salidas».
«Yo sí que dejaría este mundo. El problema es que para nosotras es muy difícil», explica su compatriota Regina de 33, que, con 13 años de experiencia no se deja deslumbrar por el dinero fácil. «Para la mayoría de la gente, primero somos putas, luego mujeres y después, personas. Y pasamos miedo. A muchas las violan, golpean o las roban sus “chulos”, clientes o mirones». Ambas aseguran que todo el dinero es para ellas; que nadie las explota. No ocurre así con la inmensa mayoría. «No les ponen una pistola en el pecho, pero las mafias utilizan la violencia de múltiples formas», explican los trabajadores sociales. «Las anulan y les dicen que solo valen para ser putas; sus novios-proxenetas les minan la moral y el cerebro y son presas fáciles». Audis de gran cilindrada, y hasta algún Jaguar, se mezclan con sencillos utilitarios dentro de los cuales se practica un sexo rápido, sórdido y barato. «Se agrupan por nacionalidades y se protegen entre ellas; pero la rivalidad existe, sobre todo si alguna no usa condón. Se dan abortos y embarazos de sus maridos-chulos para los que la anticoncepción y el amor se dan la espalda»
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