Dejo el artículo en el que se comenta mi testimonio recogido en mi libro "Una mala mujer". Muchas gracias.
Fuente:
http://www.levante-emv.com/valencia/2012/04/04/mala-mujer/894784.html
Anaïs Menguzzato ha soltado dogmática sentencia que demuestra bastante desconocimiento sobre la prostitución actual: «Ninguna mujer lo hace porque quiere; van obligadas por las circunstancias». Podríamos deducir que las mujeres limpiadoras friegan suelos porque les gusta el olor a lejía; que los obreros de la construcción suben a andamios soñando ser fonambulistas frustrados o que los empleados de una central nuclear disfrutan al suponer que un día las picará una araña radioactiva y se transformarán en «spiderman» o «spiderwoman».
Fuente:
http://www.levante-emv.com/valencia/2012/04/04/mala-mujer/894784.html
Anaïs Menguzzato ha soltado dogmática sentencia que demuestra bastante desconocimiento sobre la prostitución actual: «Ninguna mujer lo hace porque quiere; van obligadas por las circunstancias». Podríamos deducir que las mujeres limpiadoras friegan suelos porque les gusta el olor a lejía; que los obreros de la construcción suben a andamios soñando ser fonambulistas frustrados o que los empleados de una central nuclear disfrutan al suponer que un día las picará una araña radioactiva y se transformarán en «spiderman» o «spiderwoman».
La gran mayoría de los empleados no trabajan por gusto, sino «obligados por las circunstancias» que en general son las facturas de la vida moderna. El trabajo parece un lujo en estos tiempos de paro, pero en el fondo es una «obligación» que nace de nuestra situación económica. Un multimillonario puede pasar el resto de su vida en una hamaca, pero el resto de ciudadanos tenemos que trabajar «obligados por las circunstancias» que marca el coste de la vida.
Para mitigar esta maldición bíblica procuramos buscar ocupaciones que nos resulten agradables. La obligación es la misma, pero nos resulta más digerible. También influye la remuneración recibida, estando en una sociedad capitalista. La concejala Menguzzato debería leerse el libro «Una mala mujer» que acaba de publicar la prostituta Montse Neyra, que por cierto también mantiene un blog muy interesante en Internet. Es el testimonio de una trabajadora sexual que ha podido estudiar y mantener una familia gracias a su trabajo erótico.
Nacida en una familia modesta, pasó por muchos trabajos-basura hasta que decidió: «salir ya de una vez de la miseria y de la incertidumbre que supone no tener una economía mínima segura. Me venía a la mente la vida de mis padres; mi madre todo el día limpiando, fregando de rodillas. Habían trabajado toda su vida y eran honrados, pero estaban hundidos en la miseria. ¡Yo no quise conformarme!»
Montse, con natural temor, llamó a un anuncio de relax y empezó su carrera. Pronto advirtió que: «La prostitución es la mejor alternativa que tenemos las mujeres para ganar lo mismo que un ministro, y sabiendo ahorrar e invertir nos puede dejar la vida solucionada». En su documentado libro, fiel reflejo de su vida, Montse nos aporta un dato muy importante: «En ningún burdel de los que estuve, y fueron muchos, había ninguna mujer en situación de trata de seres humanos. No conocí ninguna mientras hice este recorrido». Además comenta que aunque la mayoría de sus compañeras lo hacían por precariedad laboral, le sorprendió conocer a otras «que no tenían ninguna necesidad vital. Normalmente de muy buena posición económica, casadas; pero el marido, decían, no les hacía mucho caso y les gustaba consumir productos de gama alta y joyas». Conclusión, los hombres casados buscaban lo que decían no tener en casa, sexo, y las mujeres casadas vendían sexo «para comprarse tonterías». ¡La sociedad de los trastornos! El testimonio de Montse es el de esas valientes mujeres que, como la brasileña comentada hace algunas semanas, pretenden aniquilar el viejo «estigma de la puta», favoreciendo política y socialmente los derechos del trabajo sexual. Una concejala que se mete en una comisión específica debe informarse primero del tema, y no manejarse con clichés anticuados que humillan la capacidad de decisión de la mujer. Estas damas no necesitan «salvadores»; se han salvado a si mismas durante años. Lo que necesitan es justicia y respeto, valores que nuestras autoridades sistemáticamente les niegan.
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