Siendo muy joven, madre soltera y sin alternativas de trabajo, ella se dedicó al comercio sexual. Años después se formó como monitora, hizo cursos sobre VIH y violencia intrafamiliar, y comenzó a dar talleres educativos para trabajadoras sexuales y también para dueñas de casa. A cargo de la Fundación Margen, hoy reclama una postura política sobre el comercio sexual, pide que el Estado se haga cargo para modificar el Código Sanitario y reivindica a las trabajadoras sexuales.
Por Kena Lorenzini
Herminda González tiene 52 años y es madre de 4 hijos. Ex trabajadora sexual, hoy es educadora en salud y presidenta y representante legal de la Fundación “Margen”, dedicada al apoyo y promoción de la mujer, cuyo trabajo se enfoca especialmente hacia las trabajadoras sexuales.
Hay mucha discriminación con las mujeres trabajadoras sexuales, ¿cómo se llega a eso?
Son situaciones de la vida que nos lleva a ejercer el comercio sexual. Creo que es la falta de oportunidad. Las trabajadoras sexuales son proveedoras, jefas de hogar. Se ven en la situación que no tienen qué darles a sus hijos. A lo mejor es una vía más rápida, no más fácil, pero más rápida, la de obtener dinero a cambio de sexo por conveniencia. Hoy nosotras estamos en la lucha de la reivindicación, para que se reconozca el comercio sexual como un trabajo. Que no se siga discriminando a la mujer trabajadora sexual, cada cual sabe lo que hace con su cuerpo.
¿Y por qué no robar para comer?
Porque robar debe ser más difícil para la mujer. Porque además tiene una pena, mientras que el comercio sexual no es prohibido en Chile, no es penalizado. Además, las mujeres tenemos una herramienta, que es nuestro cuerpo. Yo trabajo con mi cuerpo, cuando yo quiero, con quién yo quiero y a la hora que yo quiero.
¿Cómo te conectas con tu cuerpo en el momento que estás viviendo la situación de sexo con un cliente, ese mismo cuerpo con el que pariste a tus hijos o que amó a un hombre?
Es que yo creo que no se piensa en el momento de la situación, sino que se dio. Hubo plata de por medio, se transó y listo. No victimicen a la trabajadora sexual, las mujeres trabajadoras sexuales pensamos como cualquier otra. Como la mujer dueña de casa que está con su marido, que tiene que esperar, asistir al hombre, atenderlo, servirle la mesa, no sé… llevarle la toalla al baño. Muchas mujeres lo hacen para que les den un poco de dinero.
La sexualidad ha sido tan tabú en nuestra sociedad, ¿qué te pasó cuando tomaste esa decisión respecto de ti misma, respecto de tu cuerpo?
Lo que pasa es que yo era ya mayor de edad, y yo sabía a lo que iba. Igual yo fui una chica súper despierta desde mi adolescencia, no tenía tabú con mi sexualidad. Tuve unos padres que eran súper represivos. Me dieron una educación, me formaron, me dieron valores, y eso no cambia por ejercer el comercio sexual. Yo no tengo problemas con mis hijos de decir a lo que yo me dedicaba. Cuando me vine a Santiago tenía 17 años. Y aquí después ya fui mamá soltera y todo ese cuento… y no hubo alternativas de trabajo…
Y entonces comenzaste a ejercer el comercio sexual…
Bueno, en sí el comercio sexual ya lo estaba haciendo, cuando trabajaba en lugares como “Watts Galicia”, “La noche” o “La Sirena”. No hay solamente comercio sexual en el momento que tú te acuestas con el cliente. Desde que te subes al escenario a exhibirte para otro, ya está haciendo comercio sexual. Hasta las modelos son trabajadoras sexuales, todas esas chicas que van hacer show a las discotecas, son todas trabajadoras sexuales encubiertas, por que usan su cuerpo.
¿Cómo empatan la propuesta de regular el comercio sexual como un trabajo con la postura feminista radical de no al trabajo sexual bajo ningún punto de vista?
Es que hay feministas evolucionistas e involucionistas. Ellas tienen su manera de pensar, de que esto es tratar a la mujer como objeto y eso. Pero nosotras tenemos otro pensamiento. Sabemos que defendemos nuestros derechos, somos nosotras las que vendemos nuestros cuerpos y que es un contacto sexual y nada más.
Dentro de “Margen”, ¿ustedes ofrecen apoyo de auto cuidado?
Nosotras contamos con una psicóloga, que es Francisca Villagra, quien está todo el tiempo recibiendo chicas. O hacemos talleres en grupos, y siempre se está trabajando con ella. El auto cuidado tiene que ver con sus derechos como mujeres, con el auto cuidado de una trabajadora sexual, con los derechos y los deberes de una trabajadora sexual, que se examinen sus genitales, que se palpen sus pechugas, que sepan cuándo tienen que ir a sus controles de salud sexual, porque hoy el control sexual no es obligatorio. De esa manera estamos apoyándolas.
¿Cómo decides dedicarte a ser educadora?
Me formé como monitora en la Primera Escuela Nacional que hubo, allí tomé el curso en VIH-Sida. Y luego fui tomando otros cursos, que tenían que ver con la violencia intrafamiliar. Después de que me recibí, empecé a hacer talleres educativos en los consultorios, con las chicas que van al control. Empecé a hacer talleres con dueñas de casa en La Pintana, estuve en Renca, en Conchalí, y en Santiago Centro. También estuve haciendo talleres con las dueñas de casa de prevención en VIH-Sida y al final se les compartía que una era trabajadora sexual.
¿Cuál era la reacción de ellas?
Distinta. Porque ellas nunca habían estado al lado de una trabajadora sexual. Ellas se imaginaban otra cosa. De primera yo escuchaba no más todos los comentarios. Que las putas son ladronas, roban maridos, que son cochinas, que esto, que lo otro. Pero yo calladita no más. Yo estaba haciendo mi labor no más. Y al final, yo compartía con ellas que nunca había que discriminar porque uno no sabía quién estaba al lado, al frente o a la espalda… que había que tener mucho respeto con las diversidades que hay.
¿Cuáles dirías tú que son los principales problemas que afectan a las mujeres que ejercen el comercio sexual?
Uno tiene que ver con la reivindicación del trabajo sexual. Otro, que el Estado no se ha hecho cargo del tema. Que no hay una postura política sobre el tema del comercio sexual. No hay una modificación del Código Sanitario. Si hubiera una reglamentación, sería todo distinto, porque habría mejor salud para las trabajadoras sexuales, habría mejores condiciones para poder ejercer el comercio sexual. Los derechos laborales de las trabajadoras sexuales serían reconocidos, y no habría tanta violencia, ni tanto abuso de la policía y de la autoridad con ellas.
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