Novelista, dramaturga, ensayista, música, guionista y actriz ocasional, la canadiense Nancy Huston (Calgary, 1953) ha sido desde los años setenta una activista feminista muy comprometida. Residente en Francia desde los años sesenta y casada desde 1981 con el intelectual francés de origen búlgaro Tvetan Todorov, Nancy Huston ha compaginado sus novelas con ensayos y artículos de prensa sobre la condición femenina y los derechos de las mujeres.
El año pasado publicó en Francia Reflejos en el ojo de un hombre, y ardió Troya. El libro, que publica ahora en España la editorial Galaxia Gutenberg cayó como una bomba en el feminismo institucional, porque Huston pone en cuestión las teorías de género que sostienen que el comportamiento femenino y masculino es el resultado de la educación y la sociedad.
Donde Simone de Beauvoir dijo que “no se nace mujer”, Nancy Huston replica que el sexo determina una serie de actitudes que es inútil negar. “Las feministas siempre han considerado que las mujeres son ‘obligadas’ por el hombre a ponerse guapas, y eso les parece mal. Pero la coquetería y la seducción son universales. Actúan como motor de la reproducción, y el 80% de las mujeres que nacen tienen hijos. No sirve de nada negarlo. La igualdad está muy bien, pero para conseguirla es necesario saber que hombres y mujeres parten de lugares distintos, y que mientras nosotros negamos esas diferencias, el capitalismo las exacerba con toda tranquilidad”.
Aunque maneja materiales literarios —Anaïs Nin, Nelly Arcan, Fatima Mernissi, Marylin Monroe— e incluso autobiográficos, el libro de Huston parte de una mirada darwiniana a la relación entre hombre y mujer. “El argumento surge de la primatología, sí, porque no podemos comprender el mundo sin entender que somos también mamíferos llamados por la naturaleza a reproducirnos y a mejorar la especie. Pero también hay una visión histórica, social, psicológica”, explica Huston, que recuerda que la idea del ensayo salió de una de las historias que narraba en su última novela, Infrarrojo, publicada en 2010. Como la mayor parte de su obra, está escrita originalmente en francés, aunque ella misma la ha traducido al inglés, algo que hace habitualmente.
“Era la historia de una fotógrafa erotómana del siglo XIX que retrataba el cuerpo de los hombres a los que amó. Le fascinaba el placer, el orgasmo, pero solo eso. Cosificaba a los hombres. Y me di cuenta de que nunca había habido una artista femenina que retratase el cuerpo masculino, cuando lo contrario es algo tan frecuente. La razón, en mi opinión, es que el cuerpo de la mujer existe antes que nada para ser fecundado, tiene ese carácter sagrado. Mientras el hombre no tiene nada de sacro: solamente necesita ir esparciendo su semen por ahí. Esa diferencia lo condiciona todo, es universal, y por eso sucede en todas las sociedades”.
“La mujer es el origen del mundo, y el hombre siempre ha tendido a reglamentar su derecho de posesión sobre la mujer”, continúa Huston. “Pero con la llegada de la fotografía y el cine la relación cambió de una forma espectacular. Las mujeres comenzaron a querer ser como las actrices de las películas y las modelos, a querer tener ropa bonita y a estar guapas, y el capitalismo aprovechó para desarrollar varias industrias millonarias: la de la belleza y la moda, la de las dietas, los fármacos y la cirugía estética, y, sobre todo, las de la pornografía y la prostitución. Todo eso ha aumentado la vulnerabilidad del hombre ante la visión de una mujer bella, creando millones de adictos al sexo, y ha llevado a las mujeres a querer ser cada vez más guapas durante más tiempo, o a intentarlo al menos, maquillándose, operándose, rehaciéndose hasta el infinito”.
“La igualdad está muy bien pero ambos sexos parten de sitios distintos”
La prosa informal y moderna de Huston no se detiene en eufemismos. De la misma manera, afirma que “las feministas biempensantes que niegan la naturaleza humana cometen una estafa intelectual. La diferencia fundamental entre los sexos es la maternidad y la testosterona. Los hombres son infieles por naturaleza, las mujeres lo son menos porque seleccionan mucho los genes que necesitan para procrear. Para atenuar esa diferencia todo lo posible, hace falta más igualdad. ¿Pero qué hacemos con los chicos entonces? Si se ocuparan más de los hijos y de la casa, sin duda habría menos prostitución. Si cuidaran a sus hijas, no se irían a follar con las hijas de los demás”.
La autora propone una solución imaginativa. “Si la prostitución es un servicio esencial para la sociedad, debería haber un servicio nacional para las prostitutas. Deberían de jurar bandera, deberían de ser educadas y protegidas, y cuando las maten deberíamos hacerles funerales de Estado. Ahora son esclavas, y el 80% de las que trabajan en Francia son extranjeras y no tienen derechos”.
El feminismo “más puritano, ese que piensa que la sexualidad y la belleza son malas, nunca ha sabido qué hacer con la coquetería”, concluye. “Pero esa tendencia, lejos de disminuir, cada vez va a más. ¿Es acaso un complot de los hombres? ¿Quizá las mujeres somos tontas? La libertad de las mujeres pasa por desnudarse cada vez más, por reconstruirse y retocarse”.
Por todo esto, Nancy Huston cree que el feminismo clásico se ha equivocado en la elección del enemigo, del responsable de esta situación. “Echarle la culpa al hombre de eso es como culpar al toro de haber cogido al torero. Antes la excitación era privada, ahora es un gran negocio. El placer de los hombres está cada vez más sometido a la pornografía y a la belleza estéril, infecunda. Están obligados a mirar cuerpos todo el tiempo. Les venden viagra para rendir mejor. La mujer se ha ido haciendo cada vez más sujeto y más objeto. Cada vez más libre, cada vez más guapa e inalcanzable. Y cada vez más dura”.
La ensayista termina con el reconocimiento de que todas estas reflexiones a las que llega en Reflejos en el ojo de un hombre le fueron ajenas durante muchos años. “Yo odiaba a los hombres cuando era una adolescente. También detestaba la superficialidad, las compras y los escaparates. Ahora no veo al hombre como un opresor. Creo que la normalidad llega cuando se acaba la fertilidad y baja la testosterona. Ahí empezamos a ser iguales”.
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