martes, 2 de diciembre de 2014

“A Robador las prostitutas la llaman Gaza”, Miquel Fernández

Joan Colom
Fotografía de Joan Colom
Esta es una historia de violencia, como así ha sido siempre en el Raval. Sin embargo, esta no es una historia sobre la violencia que los barrios populares ejercen, sino sobre la que sufren.
El antropólogo Miquel Fernández acaba de publicar Matar al Chino, un retrato sobre ese Raval que ha sido descrito como lugar de “pobres, putas, anarquistas y mariconas” , y que se ha convertido en el símbolo de los pánicos sociales de la burguesía barcelonesa.
Mientras en la actualidad la ciudad persigue ser un espacio estático en el que no ocurra nada inesperado (ningún obstáculo, ni al control ni al consumo), el Raval desafía a la ciudad actual, que no sabe cómo interpretar al popular barrio.
Sobre control social y vida y muerte de la ciudad-marca hablamos con el autor de Matar al Chino.
Parece que el Raval ejemplificase a la perfección el choque entre dos Barcelonas. ¿Por qué es la suya una historia de violencia?
Porque se ha demonizado un lugar y unas gentes, simplemente por ser pobres, trabajadoras y poco proclives a la mansedumbre; se nos ha querido hacer creer que no merecen respeto, que no son dignos de vivir en la ciudad y que su presencia ensucia y contamina la “marca Barcelona”. En el mismo Raval han existido y persisten diversos ravales. Las Barcelonas de la rumba del Gato Pérez, la de los barrios populares y la de los trabajadores. Contra éstas, los barrios altos, los especuladores. Podríamos decir que Barcelona es antagonismo.

“Matar al Chino lo hubiéramos suscrito todos, pero no al precio de acabar por expulsar y confinar a la población más débil de la ciudad.”

“Pobres, putas, anarquistas y mariconas”… Para quien no lo conozca, se trata de una definición potente que das en el libro sobre lo que es El Raval.
Esta fórmula resume el imaginario sobre el Barrio Chino desde su bautizo en los años 20-30 hasta nuestros días. Con ella se ha querido aplicar el áura maligna a todo el Raval: se trata de confundir clases laboriosas con clases peligrosas para justificar intervenciones brutales contra la población más débil e irredenta. En el Raval nacieron CNT y UGT. Si a la ciudad se la conoció como “La Rosa de Foc”, es gracias al Raval.
Llamar a los anarquistas terroristas, definir el lugar como “una madriguera urbana contra el orden, la tranquilidad, la paz y el trabajo de Barcelona”; llamar a los pobres, putas y maricones “aquella hez humana”, que habitaba en “ese oscuro y degradado parapeto del hampa”… son detalles que abundan en esta confusión. Con ello se justifican unas destrucciones urbanísticas solo equiparables a los bombardeos franquistas.
¿Se ha tratado de “matar al Chino” para “salvar el Raval”?
Es la última estrategia. Hasta 1988, el actual Raval era un depósito de clases trabajadoras y el mítico barrio chino era el lado oscuro de poderosos y policías de Barcelona. Allí se llevaban a cabo ejecuciones sumarias, se traficaba con drogas y con mujeres. Ahora la lucha está en quién monopoliza este “mercado negro”. Los grandes especuladores internacionales le han hincado el diente al Raval y se lo están disputando a las élites locales. Matar al Chino lo hubiéramos suscrito todos, pero no al precio de acabar por expulsar y confinar a la población más débil de la ciudad. Ahora se trata de mantener “cierto regustillo outsider” (como dicen las guías turísticas) pero ordenado y bajo control.
¿Cuál es el desafío que plantea el Raval hoy al modelo institucional de ciudad?
Precisamente, no dejarse encorsetar en un modelo. Resistir con sus propios cuerpos —lo único que a muchas les queda— es un ejemplo para el resto de las luchas por la ciudad.

“En televisión y prensa se recurre al mito del Raval como sitio peligroso para rellenar noticias espurias sobre el barrio, o para vender basura como en programas del tipo Callejeros”

2015, ¿cuál es el relato del Raval que hace ahora mismo la Barcelona oficial? ¿Cómo pone el vecindario en cuestión este relato?
Por un lado se intenta “lavar la imagen” del barrio, hablar del nuevo “barrio hipster”. Por otro, ante cualquier asomo de insurrección —como el de las trabajadoras sexuales de la calle d’en Robador— se persigue convocar los pánicos morales del barrio Chino, referido como “el Harlem barcelonés, una selva inexpugnable en el corazón de Barcelona”. El vecindario tradicional resiste como puede al nuevo colonialismo urbano. A Robador las prostitutas lo llaman Gaza. Estos vecinos se enrocan en los derechos a la calle, a trabajar y a vivir libremente sin el acoso sistemático de policías, especuladores y ahora el agobio del turismo masivo.
El ayuntamiento está comprando fincas de esta calle para sacar adelante el plan “Robador / Sant Ramon”, otra operación de trasvase de dinero público al mercado privado. Todo esto al mismo tiempo que aumentan las razzias policiales sobre la zona, con tácticas militares como las de “saturación”, cortando completamente el acceso y la salida de calles como Sant Ramon y Robador mientras atrapan a todos los transeúntes como peces en una red.
¿Es Illa Robador el símbolo de todo esto?
Illa Robador es el último lugar de la resistencia de lo que Martí Abella —responsable de la empresa que demolió gran parte de Ciutat Vella— llamó “un lugar donde vivía mucha gente muy normal”. Robador es quizá uno de los pocos rincones del llamado “centro histórico” de Barcelona donde aún vive, trabaja y goza mucha gente muy normal.

“Gran parte del Raval sigue siendo un auténtico islote de libertad”

¿Existe hoy la sensación del Raval como sitio peligroso, como sitio a evitar, para parte de habitantes de otros barrios de Barcelona?
Aún tiene fuerza el mito, sobre todo porque en prensa y televisión se recurre a él para rellenar noticias espurias sobre el barrio o directamente para vender basura como en programas del tipo “Callejeros”.
¿Cuál es el futuro del Raval? ¿Están condenados a desaparecer barrios como éste?
El barrio está desapareciendo a fuerza de piqueta y acoso policial. Pero no consiguen la esperada “renovación de personas”, ni la purificación o expiación del Chino se ha conseguido, ni los vecinos tradicionales han sido todos expulsados, ni los nuevos vecinos han conseguido “tomar la calle”. Gran parte del Raval aún sigue siendo hoy un “auténtico islote de libertad”. Mientras no derriben todo el barrio o encarcelen o expulsen a todos sus habitantes tradicionales, el lugar seguirá siendo un modelo de luchas y resistencias contra el imperio del valor de cambio y la mezquindad, contra la búsqueda de beneficios a toda costa.

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