Fotografía de Joan Colom
Esta es una historia de violencia,
como así ha sido siempre en el Raval. Sin embargo, esta no es una
historia sobre la violencia que los barrios populares ejercen, sino
sobre la que sufren.
El antropólogo Miquel Fernández acaba de publicar Matar al Chino, un retrato sobre ese Raval que ha sido descrito como lugar de “pobres, putas, anarquistas y mariconas” , y que se ha convertido en el símbolo de los pánicos sociales de la burguesía barcelonesa.
Mientras en la
actualidad la ciudad persigue ser un espacio estático en el que no
ocurra nada inesperado (ningún obstáculo, ni al control ni al consumo),
el Raval desafía a la ciudad actual, que no sabe cómo interpretar al popular barrio.
Sobre control social y vida y muerte de la ciudad-marca hablamos con el autor de Matar al Chino.
Parece que el Raval ejemplificase a la perfección el choque entre dos Barcelonas. ¿Por qué es la suya una historia de violencia?
Porque se ha demonizado un lugar y unas gentes, simplemente por ser pobres, trabajadoras
y poco proclives a la mansedumbre; se nos ha querido hacer creer que no
merecen respeto, que no son dignos de vivir en la ciudad y que su
presencia ensucia y contamina la “marca Barcelona”. En el mismo Raval
han existido y persisten diversos ravales. Las Barcelonas de la rumba
del Gato Pérez, la de los barrios populares y la de los trabajadores.
Contra éstas, los barrios altos, los especuladores. Podríamos decir que
Barcelona es antagonismo.
“Matar al Chino lo hubiéramos suscrito todos, pero no al precio de acabar por expulsar y confinar a la población más débil de la ciudad.”
“Pobres, putas, anarquistas y mariconas”…
Para quien no lo conozca, se trata de una definición potente que das en
el libro sobre lo que es El Raval.
Esta fórmula resume el imaginario sobre el Barrio Chino
desde su bautizo en los años 20-30 hasta nuestros días. Con ella se ha
querido aplicar el áura maligna a todo el Raval: se trata de confundir
clases laboriosas con clases peligrosas para justificar intervenciones
brutales contra la población más débil e irredenta. En el Raval nacieron
CNT y UGT. Si a la ciudad se la conoció como “La Rosa de Foc”, es
gracias al Raval.
Llamar a los anarquistas terroristas, definir el lugar
como “una madriguera urbana contra el orden, la tranquilidad, la paz y
el trabajo de Barcelona”; llamar a los pobres, putas y maricones
“aquella hez humana”, que habitaba en “ese oscuro y
degradado parapeto del hampa”… son detalles que abundan en esta
confusión. Con ello se justifican unas destrucciones urbanísticas solo
equiparables a los bombardeos franquistas.
¿Se ha tratado de “matar al Chino” para “salvar el Raval”?
Es la última estrategia. Hasta 1988, el actual Raval era
un depósito de clases trabajadoras y el mítico barrio chino era el lado
oscuro de poderosos y policías de Barcelona. Allí se llevaban a cabo
ejecuciones sumarias, se traficaba con drogas y con mujeres. Ahora la
lucha está en quién monopoliza este “mercado negro”. Los grandes
especuladores internacionales le han hincado el diente al Raval y se lo
están disputando a las élites locales. Matar al Chino lo hubiéramos
suscrito todos, pero no al precio de acabar por expulsar y confinar a la
población más débil de la ciudad. Ahora se trata de mantener “cierto regustillo outsider” (como dicen las guías turísticas) pero ordenado y bajo control.
¿Cuál es el desafío que plantea el Raval hoy al modelo institucional de ciudad?
Precisamente, no dejarse encorsetar en un modelo.
Resistir con sus propios cuerpos —lo único que a muchas les queda— es un
ejemplo para el resto de las luchas por la ciudad.
“En televisión y prensa se recurre al mito del Raval como sitio peligroso para rellenar noticias espurias sobre el barrio, o para vender basura como en programas del tipo Callejeros”
2015, ¿cuál es el relato del Raval que hace ahora mismo la Barcelona oficial? ¿Cómo pone el vecindario en cuestión este relato?
Por un lado se intenta “lavar la imagen” del barrio, hablar del nuevo “barrio hipster”. Por otro, ante cualquier asomo de insurrección —como el de las trabajadoras sexuales de la calle d’en Robador—
se persigue convocar los pánicos morales del barrio Chino, referido
como “el Harlem barcelonés, una selva inexpugnable en el corazón de
Barcelona”. El vecindario tradicional resiste como puede al nuevo
colonialismo urbano. A Robador las prostitutas lo llaman Gaza.
Estos vecinos se enrocan en los derechos a la calle, a trabajar y a
vivir libremente sin el acoso sistemático de policías, especuladores y
ahora el agobio del turismo masivo.
El ayuntamiento está comprando fincas de esta calle para
sacar adelante el plan “Robador / Sant Ramon”, otra operación de
trasvase de dinero público al mercado privado. Todo esto al mismo tiempo
que aumentan las razzias policiales sobre la zona,
con tácticas militares como las de “saturación”, cortando completamente
el acceso y la salida de calles como Sant Ramon y Robador mientras
atrapan a todos los transeúntes como peces en una red.
¿Es Illa Robador el símbolo de todo esto?
Illa Robador es el último lugar de la resistencia de lo
que Martí Abella —responsable de la empresa que demolió gran parte de
Ciutat Vella— llamó “un lugar donde vivía mucha gente muy normal”.
Robador es quizá uno de los pocos rincones del llamado “centro
histórico” de Barcelona donde aún vive, trabaja y goza mucha gente muy
normal.
“Gran parte del Raval sigue siendo un auténtico islote de libertad”
¿Existe hoy la sensación del Raval como
sitio peligroso, como sitio a evitar, para parte de habitantes de otros
barrios de Barcelona?
Aún tiene fuerza el mito, sobre todo porque en prensa y
televisión se recurre a él para rellenar noticias espurias sobre el
barrio o directamente para vender basura como en programas del tipo “Callejeros”.
¿Cuál es el futuro del Raval? ¿Están condenados a desaparecer barrios como éste?
El barrio está desapareciendo a fuerza de piqueta y acoso policial.
Pero no consiguen la esperada “renovación de personas”, ni la
purificación o expiación del Chino se ha conseguido, ni los vecinos
tradicionales han sido todos expulsados, ni los nuevos vecinos han
conseguido “tomar la calle”. Gran parte del Raval aún sigue siendo hoy
un “auténtico islote de libertad”. Mientras no derriben
todo el barrio o encarcelen o expulsen a todos sus habitantes
tradicionales, el lugar seguirá siendo un modelo de luchas y
resistencias contra el imperio del valor de cambio y la mezquindad, contra la búsqueda de beneficios a toda costa.
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