¿Cómo reaccionaríais ante la siguiente situación: El gobierno promulga una total prohibición de la compra de cualquier tipo de alcohol debido a que pretende acabar con todo contrabando ilegal que intente introducir alcohol en el país. Comprar una botella de vino sería considerado un delito. Las tiendas de vino podrían seguir abiertas y serían consideradas un negocio legítimo, pero no se permitiría que nadie comprara nada en ellas. ¿Impediría esto que la gente comprara alcohol en otra parte? Difícilmente. ¿Florecería el comercio ilegal? Sin duda. ¿Demostraría esto lo absurdo de una iniciativa de prohibición tan fervorosa? Ciertamente. ¿Qué lógica tiene castigar al cliente por cualquier contrabando que sea llevado a cabo por una entidad exterior? Ninguna
Estaréis pensando probablemente que es ridículo penalizar a personas inocentes para combatir un problema exterior. Sí, bien podéis pensar así, pero en Noruega estamos sometidos a una ley que hace precisamente eso —considerar delincuentes a un grupo inocente. Para ganar apoyo para tal ridícula ley tenéis que convencer a vuestra audiencia de que la prohibiciòn es lo correcto. Noruega es un pequeño país en el que lo moralizante se ha vuelto popular y el fanatismo está experimentando un renacimiento.
Algunas consideraciones sobre el fanatismo
Una buena amiga mía me dijo una vez: “Para comprender la mentalidad de los fanáticos tendrías que haber sido una adepta; una integrante de su movimiento. Cuando se discute con fanáticos es inútil hacer referencia a estadísticas o investigaciones, esto sólo consigue impulsarles a una mayor resistencia y refuerza su fe. Para que se conozca a los fanáticos necesitas mostrar al mundo su auténtica naturaleza; cómo usan argumentos supresivos y procuran que sus prejuicios y desprecios tóxicos se extiendan como una epidemia, hasta que se transmite el virus que portan. Si logras desvelar la naturaleza de los fanáticos, puedes verles como son realmente, y darles la espalda. No dejes que se te acerquen. Con eso es suficiente”.
Le pregunté a quién definía como fanáticos. Me contestó: “Bueno, cualquiera se puede convertir en un fanático. Pero algunos son más viles que otros y no renunciarán a su obsesión. El fin justifica los medios y los medios son bastante brutales. Todo se reduce a un juego cínico sobre la conciencia de su objetivo y, desde luego, permanecen insensibles a toda crítica. Yo he estado allí, y sé de lo que hablo. Pero en la actualidad he logrado identificar y reconocer mi propia manía y cambiar. En primer lugar, uno debe entender que el mensaje del fanático afecta absolutamente a todos los que le rodean. Por tanto, tienes que desvelar su auténtico horror. Esto puede ser de utilidad”.
Continuó: “Los fanáticos suelen ser ciegos a sus propios errores, pero incesantemente buscan los errores de los demás. Los estilos de vida alternativos parecen ser sus objetivos preferidos. A menudo han adoptado una doctrina que les da un sentido de vocación; algo fundamental por lo que hay que luchar, o contra lo que hay que luchar. Buscan meticulosamente aliados que puedan nutrir la atractiva dramaturgia de la seducción de masas y, de forma no muy distinta a la influencia del alcohol, se muestra proclives a absorber los argumentos animados de los demás. Pero el marco real de los fanáticos es cómo promueven sus propios puntos de vista. De alguna manera, asumen que no pueden estar equivocados, y son expertos en reventar debates con una retórica familiar con la que insinúan que sus adversarios deben ser viciosos, misóginos, egoístas, demasiado dañados para reconocer su propia situación, no sabiendo lo que es mejor para ellos, o bien deben haber sido sometidos a un lavado de cerebro. La ironía es que los fanáticos a menudo poseen ellos mismos estas características.
Los fanáticos luchan contra lo que no les gusta; contra lo que desprecian. Nada puede superar la densidad de su condescendiente autocomplacencia, porque su autocomplacencia es inmune a la lógica. Y lo peor de todo es que los fanáticos afectan a todo aquel que les rodea”.
Creando criminales
Volvamos a la actual situación en Noruega, y la imaginaria prohibición de compra de alcohol. ¿Te sugiere alguna analogía? Bien, Noruega es un pequeño país, saturado de fanatismo en donde menos desea una encontrarlo: en la legislación. Parecería que estamos descontentos con el número de criminales que hay en el país, ya que los políticos promueven legislaciones que crean nuevos criminales a partir de gente corriente; hombres y mujeres normales.
La Ley de Compra de Sexo es un ejemplo patente. Esta ley demuestra claramente hasta qué punto puede extenderse la intolerancia y lo ampliamente extendido que está el fanatismo en la actualidad. Está dispersado en todas direcciones y sus consecuencias funestas se extienden como ondas en el agua. ¿Por qué no captó el Parlamento la vileza de la propuesta hace cuatro años? ¿Cómo pudo una pequeña fuerza coaligada sacar adelante la controvertida propuesta —aunque fuera por una estrecha mayoría? Ciertamente, los perplejos miembros del Parlamento fueron seducidos por la agenda táctica de los fanáticos: “Pararemos a los inmorales compradores de sexo porque eso beneficiará seguramente a las prostitutas a largo plazo”, por no mencionar sus intolerables juegos mentales: “¿No quieres lo mejor para las prostitutas?”, “¿No serás tú un cliente?”, “Si votas contra la ley estás favoreciendo indirectamente la trata de seres humanos”.
Comprar sexo se convirtió en algo ilegal de la noche a la mañana y los clientes del sexo se convirtieron de repente en criminales. Los políticos mostraron su propio desprecio por los clientes del sexo y una aguda urgencia por “salvar” a lxs trabajadorxs sexuales anuló las advertencias de los especialistas en el tema, las protestas de lxs trabajadorxs sexuales y de los parlamentarios más sobrios, que adelantaron claras predicciones. De esta forma, los disidentes fueron denunciados y los inocentes, criminalizados.
Cómo engañar a toda una nación
Obviamente, el gobierno no habló en voz alta del muy grande número de hombres y mujeres que vendían voluntariamente sexo en este país, y lo disfrutaban. Y pocos se atrevieron a admitir que hay miles de clientes en este país que no se parecen al retrato estereotipado del “hombre miserable que no puede conseguir sexo gratis” o “el abusador misógino”. Desde luego, admitir eso habría socavado la validez de la ley. Sin embargo, las historias de horror de la presunta trata se nos contaron repetidamente. Los fanáticos usaron estas historias para tener en jaque a sus compañeros políticos, al público y a los medios. Y todos ellos fueron seducidos fácilmente.
Este es el traidor debilitamiento de todo un pueblo.
El juego calculador del fanatismo no concierne sólo a lxs trabajadorxs sexuales y sus derechos, a pesar de que lxs trabajadorxs han dicho una y otra vez que estarían mejor si no se penalizara a los clientes. El juego calculador del fanatismo no concierne sólo al modo como la trata de seres humanos se clandestiniza por la prohibición de compra de sexo. El juego calculador del fanatismo no concierne sólo a cómo lxs mismxs trabajadorxs deberían ser implicadas en el diseño de una regulación sensible que pudiera proporcionarlxs seguridad, derechos laborales, locales donde trabajar y la oportunidad de pagar impuestos. El juego calculador del fanatismo no concierne sólo a cómo lxs trabajadorxs se sentirían mejor sin el estigma adicional que siempre viene con las leyes que cultivan la intolerancia.
Más aún, las tácticas del fanatismo no conciernen sólo a los clientes que han sido estigmatizados y criminalizados por un debate moralizante y partidario. Las tácticas del fanatismo no conciernen sólo a clientes que no son responsables de ninguna trata o prostitución forzada. Esto último es un caso de culpabilización del inocente; hacer que los clientes carguen con la culpa de cualquier delito que pueda haber cometido otro; sólo porque conviene. En Noruega, muchos ciudadanos votaron por políticos que luego prohibieron relaciones sexuales consentidas entre adultos.
Aunque los ejemplos mencionados de desprecio y desviación de la justicia deberían ser suficientes para pulverizar la Ley de Compra de Sexo, obviamente no lo son para convertir a los fanáticos más acérrimos.
Sin embargo, hay mucho más que esto.
La ley lo invade todo
En este mismo momento, la moral, la religión y el desprecio personal de los fanáticos interfieren con las vidas y decisiones personales mías, vuestras, de vuestros parientes y amigos. Debemos darnos cuenta de cómo los efectos de los argumentos legales están invadiendo nuestra privacidad: la libertad de elegir cómo realizar sexo consensuado es sustituída por una prohibición forzada. La alegría del sexo consensuado es sustituída por el cepo de hierro candente de la vergüenza. El reconocimiento de las decisiones ajenas es sustituído por el prejuicio y el error.
En el corazón de este asunto radica otro tema que nos concierne a todos. Un acto sexual es siempre una transacción —y el pago viene en forma de valores tangibles o intangibles. Y no hay nada malo en esto, todos estamos en el mismo barco. Dicho de otra manera: el sexo nunca es gratis —aunque a una le gustaría aferrarse a esta idea.
Pongamos un breve ejemplo:
Elegir a alguien para tener sexo casual nunca es gratis. Una noche de sábado normal en cualquier ciudad a menudo tiene estos ingredientes previos a una transacción sexual: un taxi para ir a un nightclub, el precio de la entrada, las bebidas, una cena ligera, otro taxi para volver a casa y después, sexo. ¿Te ha pasado alguna vez? Pues puedes sumar los costes de tener sexo “gratis”.
En una relación (o matrimonio) completamente normal hay una infinita variedad de componentes que dirigen las transacciones sexuales. Pagas, por ejemplo, con la promesa de fidelidad, apoyo, amor, gastos compartidos, vacaciones y el regalo ocasional. Suma los costes de tener sexo “gratis” en una relación.
Un cliente va a unx trabajadorx sexual para realizar una transacción sexual consensuada. Lx trabajadorx sexual deja claro qué servicios están disponibles. El dinero por los servicios se paga por adelantado y se realiza la transacción. ¿El coste por consumar sexo? En este caso $300.
A la vista de estos ejemplos, ¿no es un poco irónico que el Estado haya introducido en realidad una prohibición general del sexo; una prohibición que también incluye a los políticos? Si decidís no hacer caso a la ley, yo no os juzgaré, podéis estar seguros. Recordad, sin embargo, que esta prohibición afectará siempre a alguien de vuestro entorno; en su subconsciente yace la idea discordante de que las transacciones sexuales se han convertido en algo ilícito y pecaminoso, y que la prohibición les ha privado de la oportunidad de realizar una actividad vital para la salud y el bienestar, tanto físico como mental.
Y ahora ¿qué?
La ley ha dejado un rastro de motivos para emprender acciones legales en Noruega: la pérdida de ingresos de lxs trabajadorxs sexuales, sus deterioradas condiciones de trabajo, la injusta penalización de los clientes y un aumento del acoso y la estigmatización. No es improbable que tales acciones legales se emprendan en el futuro. Una estigmatización iniciada por el gobierno muestra claro paralelismo con el racismo; casos de crueldad y discriminación deliberada —ya sea en sectores privados o públicos— son frecuentemente debatidos en los tribunales, y se reclama una indemnización si el acusado es hallado culpable. ¿Qué pasaría si los políticos que han estado a favor de la ley fueran hechos personalmente responsables por todo el sufrimiento que han causado a todo un pueblo? ¿A qué consecuencias deberían hacer frente?
Más aún, es fácil perder el respeto a una policía que acosa a trabajadorxs sexuales y persigue a gente corriente que es etiquetada como criminales. Hay bastantes más auténticos criminales que detener en Noruega. Cuando la policía aplica una ley tan obviamente moralizante y violadora de derechos, pierde un respeto que será difícil recuperar. En un país llamado libre como Noruega, los agentes a los que les resulte incómodo aplicar esta ley tienen derecho a buscar otra profesión. Muchos agradeceríamos tal acción y no nos sería difícil simpatizar con ella.
La solución ideal, sin embargo, sería que el gobierno recapacitara y reconociera el desastre legislativo, derogara la prohibición y se concentrara en hallar buenas soluciones para lxs trabajadorxs sexuales y sus clientes, cosa que es posible hacer. Si no ocurre esto, recordad tan solo las próximas elecciones generales de 2013, y que un voto al actual gobierno es también un voto para que siga existiendo la Ley de Compra de Sexo.
Para prevenir similares desastres en el futuro, sería conveniente nombrar en el Parlamento un grupo de personas de alto nivel de educación, política y religiosamente neutrales, cuyo mandato fuera detener propuestas de ley que estuvieran claramente ancladas en el moralismo, la religión y la falta de respeto fundamental por la singularidad del individuo. Las claras recomendaciones de la ONU sobre tal legislación no deberían ser ignoradas sin que hubiera serias repercusiones. ¿Por qué? Porque la ley se aplica a todos y porque el fanatismo no conoce límites.
El punto principal es claro y sencillo: si queréis tener sexo consensuado —cualquiera que sea la transacción— nadie debería deteneros. Si no queréis tenerlo, pues muy bien. Lo central aquí es la libre voluntad, pero lo opuesto a la libre voluntad es la Ley de Compra de Sexo.
Esta es la cruel prescripción del Estado Niñera: miseria para toda la población de Noruega. Un ejemplo a no seguir.