lunes, 28 de enero de 2013

La prostitución en las calles de Madrid.





Las dos hermanas aseguran que el miércoles fue la primera vez. Se vistieron en el diminuto piso que comparten en el centro de Madrid, se pintaron frente al espejo y cogieron un taxi hasta Capitán Haya, una zona de hoteles. Le pidieron al taxista que volviera a recogerlas en unas horas. Luego se colocaron en una esquina, nerviosas, esperando a que un hombre las mirara.
Tres días después, el viernes 30 de agosto, dicen que fue la última. Nacieron en la República Dominicana, pero tienen nacionalidad española, y el nombre de las dos empieza por la misma letra: G. La mayor, de 53 años, fue cocinera hasta que en 2010 perdió el trabajo. La pequeña, de 43, se quedó sin su empleo de auxiliar de clínica por las mismas fechas. “No lo habría hecho si no fuera porque tengo tres muchachos. Me echaría un novio y ya está”, cuenta. Ella se vistió con unos pantalones azules y una chaquetilla roja; su hermana, con una falda negra muy corta.
La presión de la competencia genera que las mujeres se expongan a más peligros
Los problemas empezaron pronto. Una fuerte rivalidad se había trenzado con las 20 rumanas que ocupaban la esquina de Capitán Haya. “Ya nos habían dicho que teníamos que irnos porque la zona era suya, pero ese día se fueron para nosotras”, explican las hermanas. La pelea fue brutal. “Me agarraron y me tiraron de los pelos. Me dieron bolsazos, patadas, arañones. Me levanté y corrí, pero me cayó el grupo detrás”, cuenta la pequeña. Reconoce que ellas tampoco anduvieron cortas a la hora de defenderse: “Con una navajita que llevaba por si acaso conseguimos quitárnoslas de encima”. Entonces llegó la policía, y las hermanas descubrieron algo demasiado tarde: que parándose en una esquina habían rebasado una línea a partir de la que ya no eran igual de ciudadanas; lo suyo era una mera trifulca de putas.
El atestado policial describe “una fuerte pelea entre mujeres” que se disuelve al aparecer ellos, dejando a las protagonistas “alteradas” y “sangrando algunas de ellas”. Los agentes aseguran que las rumanas les contaron que a la una de la mañana una de ellas al salir de un hotel había tenido “una discusión con otras dos mujeres de raza negra” porque todas “se dedican a la prostitución y las dominicanas estaban intentando quedarse con su zona de trabajo”. Las declaraciones recogen insultos y amenazas: “Te vamos a matar. Vete de la calle”. Algunas de las combatientes presentaban pequeños cortes en las manos o en los muslos de los que culparon a las dominicanas. Ocho rumanas declararon contra ellas y las dos mujeres terminaron en comisaría denunciadas por agresión.
Pasaron 72 horas detenidas, aseguran que no se les tomó declaración, no avisaron a sus familiares, y ahora tienen un juicio pendiente. Hablan del recuerdo como una pesadilla. La misma que están encontrando muchas mujeres que no ejercían la prostitución y que en los dos últimos años han salido a la calle acuciadas por la crisis económica para verse frente a un laberinto de violencia e inseguridad, mafias e incomprensión.

Luchas por el territorio

Para medir el aumento de la prostitución no existen cifras. Hay indicios. Uno es que entre enero y octubre de 2012 el centro Concepción Arenal, especializado en la atención de prostitutas que quieren cambiar de vida, atendió a 287 (90% extranjeras) cuando su media anual era de 197. El fenómeno arranca con la crisis, y en el año 2009 el número de altas se situaba en 133 mujeres, más del doble que en 2008. Otras asociaciones rubrican la tendencia. Médicos del Mundo, por ejemplo, asegura que el número de prostitutas a las que atendió subió en 2011 el 5,83%, en parte porque dedicaron más medios y en parte porque muchas mujeres que lo habían dejado volvieron por las estrecheces.
Manifestación de prostitutas en el centro de Madrid. / L. S.
Una ronda de conversaciones con especialistas revela hasta qué punto la situación con la que se encuentran en la calle es dura. “Cuando llegan nuevas mujeres tienen que luchar por su territorio”, cuenta Cristina, una de las trabajadoras de la unidad móvil del Concepción Arenal. Ha visto mil historias similares a la de las dos dominicanas. “Es un mundo muy individualista, y la nueva va a tener siempre más clientes. Así que, o tienes alguien que interceda por ti, o se te lanzan encima”.
En la unidad móvil recorren las zonas emergentes de la prostitución madrileña: el polígono Marconi, Vicálvaro y, sobre todo, el polígono El Gato, donde ha crecido más. “La prostitución es violencia”, cuenta Isabel, compañera de Cristina: “Están en polígonos sin protección, expuestas a clientes que las vejan, a robos, a agresiones, a niñatos que pasan en coche y les tiran piedras”.

Cifras inciertas

  • No hay censo nacional de prostitución. La última cifra, de 1995, es del Instituto de la Mujer y contabilizaba 300.000 meretrices.
  • Aproximadamente una de cada 10 prostitutas en el país es española. Las procedencias más comunes son América Latina, Rumanía y Nigeria.
  • El centro municipal Concepción Arenal atendió en 2012 a 287 mujeres, cuando su media anual era 197. Médicos del Mundo aumentó el 5,83% sus actuaciones en 2011 respecto a 2010, pero también contaba con tres nuevos dispositivos de atención.
  • De 2009 a 2011, 449 mujeres de las 714 atendidas en el Concepción Arenal consolidaron el abandono de la prostitución.
  • Según la ONU en 2010, el 19% de hombres en Europa han recurrido a servicios sexuales. En España, el 39%.
  • Una de cada siete prostitutas es víctima de la trata de blancas, sostiene el mismo estudio. En Europa sería preciso reclutar todos los años a unas 70.000 mujeres para la trata con las que remplazar a las que dejan el mercado.
En Vicálvaro, Cristina e Isabel han vivido de cerca la intervención policial para detener al cabecilla de una trama de extorsión que demandaba dinero a las chicas por ejercer en la zona. “Al principio yo pensaba que un proxeneta al menos protegía, pero ni eso”, cuenta Isa: “Solo las explotan”. El riesgo de caer bajo el poder de controladores de zonas es alto en algunas áreas. Aparte quedan las peleas espontáneas o los roces con las mafias que se dedican a trata de blancas.
Ana Delso Atalaya, directora del centro, no cree que haya que exagerar con la idea de que se está produciendo un éxodo a la prostitución de desempleadas comunes. Explica que la mayoría de las recién llegadas a la calle son personas “que estaban al borde” de la exclusión social. Sí coincide en el aumento del estrés y la violencia en un contexto de competencia extrema. El pastel se reduce y la guerra de precios es brutal. Junto a las agresiones, Médicos del Mundo alerta sobre otra larga serie de peligros sanitarios intensificados por la presión de la concurrencia: prácticas sexuales de riesgo, malos horarios, alta movilidad y la tensión que produce la situación familiar. “Muchas mujeres que dejan la calle muestran síntomas de estrés similares a los de veteranos de guerra”, explica Rocío de la Hoz, directora general de Igualdad de Oportunidades del Ayuntamiento: “La doble vida a la que se lanzan es a veces lo más devastador”. Penélope Piñera, psicóloga del Concepción Arenal, describe el aislamiento en el que se sumergen muchas para evitar que nadie pueda señalarlas como prostitutas en presencia de familiares. “¿Quién va a querer una amiga puta?”, cuenta que es una de las preguntas más frecuentes, junto al “¿Se me nota?”, que alguna plantea en voz baja al subirse al metro y cruzar la mirada con otros viajeros.

Tensión con la policía

Los expertos explican lo difícil que resulta que las mujeres que se encuentran con problemas en la calle recurran a la policía, sobre todo porque esta a menudo parece más pendiente de asegurar que la zona quede limpia o de fichar a inmigrantes irregulares. “¿Y así quién se va a atrever a denunciar una agresión o un abuso?”, protesta Elisa Arenas, de Hetaira. La posición de esta asociación es que la prostitución es un mundo heterogéneo dentro del que hay que acabar con la trata y los abusos pero, al mismo tiempo, asumir que muchas mujeres pueden ejercerla voluntariamente. Para estas últimas exigen una regularización de las condiciones de trabajo. “Empujando a la clandestinidad, las trabajadoras del sexo pierden poder para negociar el mismo uso de preservativos”, cuenta Elisa. “La prostitución no tiene que ser violencia, ni los clientes abusadores”, dice, para reconocer luego que ante las condiciones de indefensión en las que se ejerce hoy en la calle es muy difícil entender que las mujeres se expongan voluntariamente. “Pero no se puede plantear que todas las situaciones son malas”, insiste, “y hay que definir qué es la voluntariedad teniendo en cuenta las malas condiciones sociales y laborales: ¿cuánta gente en está atrapada hoy en una vida que le repugna?”. Hetaira defiende que la mejor solución a los males de las prostitutas está en la creación de condiciones de trabajo más dignas, como zonas protegidas, una idea que no coincide precisamente con la dirección en la que trabaja el Ayuntamiento de Ana Botella, partidario de multar a los clientes. Ana Delso propone como otras formas de mitigar los peligros una mejor colaboración entre policía y agentes sociales, una lucha más efectiva contra la trata, y más esfuerzos por escuchar a las prostitutas.
Ante las agresiones, las extranjeras
no acuden a la policía por miedo
La Policía Nacional no ha querido responder acerca de ninguna de estas cuestiones. Después de una semana de gestiones, un portavoz transmitía que el cuerpo no iba a participar en este reportaje “porque la prostitución no es un delito”. Explicó que sí podría colaborar en una información sobre proxenetas pero no acerca de los problemas de seguridad derivados de la prostitución “porque no son un tipo de problema en sí mismos, sino que es el mismo caso de dos personas que se pelean por sentarse en un banco”.
Las dos hermanas, G. y G., aseguran que han necesitado ansiolíticos durante meses. Cuando hablan de sus tres días en la calle insisten en que lo peor no fue el trabajo, sino la violencia que descubrieron. El parte médico que les hicieron en el hospital tras su pelea y paso por comisaría recoge hematomas, contusiones, contracturas, laceraciones y síntomas de ansiedad. La semana pasada supieron que la fiscalía apoya los argumentos de su abogado para sobreseer el caso de agresión: las denunciantes no estaban identificadas, no se las puede localizar, y el informe forense se elaboró sin que el médico viera a las supuestas agredidas, basándose solo en los partes de asistencia. El abogado concluye que las denunciantes “han utilizado con notable éxito a la Administración de justicia para deshacerse de la competencia”. Otra forma de barrer a las nuevas de las esquinas.
Con solo tres días de actividad, los síntomas de estrés que relatan estas hermanas se acercan mucho a los que describen los especialistas para las prostitutas traumatizadas. Aseguran que ahora les da miedo salir a hacer la compra. Que miran con desconfianza a las mujeres y a la policía. La mayor llora: “Jamás creí que mi vida fuera a ser así pero, cuando hay necesidad, algunas cosas ni las piensas”.

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