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Las historias de estas mujeres, cuyo número oscila en 300, según la organización civil Brigada Callejera, son de pobreza y sobrevivencia, como es el caso de Gloria Castro, de 63 años, quien lleva más de 40 como prostituta en la Ciudad de México, una metrópoli con zonas bien delimitadas en la práctica de ese oficio.
La misma Gloria, de carácter festivo, traza la ruta de sus inicios como prostituta, como ella misma se autodenomina: San Pablo, Pino Suárez, La Merced, Anillo de Circunvalación, “y así me fui acercando, me fui acercando a Mixcalco, a Loreto, al Zócalo, a Guatemala, y ahora trabajo hasta Santo Domingo”.
—¿De que edad son sus clientes?
—Pues tengo de 50 años, 60, de 35, de 40, y a veces me contratan de 25, 30 años, que porque los tratamos bien y ellos quedan más conformes, más contentos.
La mujer procreó diez hijos. El menor de ellos fue condenado a 25 años de prisión en una cárcel del Estado de México. Lo acusaron de secuestro. La madre asegura, sin embargo, que es inocente, pues lo único que hizo fue defenderse de una agresión que había sufrido y tundió a su rival.
—¿Por qué se metió a este oficio?
—Porque tuve demasiados hijos de tres maridos, que me abandonaban; y yo solita me venía al Centro y decía: “tienen hambre mis hijos”, y más que nada lo hacía por hambre, y ya si me decía una persona, “vamos, te doy tanto”, ya venía yo a trabajar. Pero como no me cuidaba, me volvía a embarazar de dos, tres hijos; el chiste es que tuve diez de tres hombres, y ya cuando me dediqué a esto, ya no pude retirarme porque para mí ya no había trabajo, no me ocupaban en otra parte, por falta de estudios y todo —dice la mujer, quien tenía 17 años la primera vez que se embarazó.
***
Gloria y otra conocida suya, también sexoservidora, son entrevistadas en un parque de la delegación Venustiano Carranza, cerca de La Merced, donde han desarrollado su trabajo la mayor parte de su vida.
—¿Y sigue teniendo clientes?
—Ya tengo menos, ya nomás trabajo una o dos veces.
—¿Y cuánto cobra?
—Pues cobró 100 y 70 del hotel; es lo que se cobra en el Río de Janeiro, y si quieren ir a otro, cobran 90, 100, 80.
—¿Y cuál es su horario?
—De 12 a 8 o 9 de la noche; es que tengo a mi hijo en la cárcel, porque le pegó a un chavo con el bóxer, ese anillo que se meten en la mano, pero mi hijo dice que lo ofendió y le faltó al respeto, por eso le pegó y por eso lo metieron a la cárcel. Lo acusaron de secuestro y le echaron 50 años, pero él dice que le quitaron 25 porque es campeón de futbol.
Gloria es una mujer risueña, pero cuando habla del hijo encarcelado, entonces se pone triste, y más todavía cuando recuerda a otro, de 15 años, que fue lanzado al canal de aguas negras, cerca de Plaza Aragón. “Fue muy doloroso”, dice.
—¿Y hasta cuándo va a estar en este trabajo?
—Yo creo que hasta que salga mi hijo de la cárcel —responde—, no le hace que yo ande con bastoncito, porque pues mi familia no me ayuda, los otros hijos no me ayudan; nomás la hija, con la que vivo en Tecámac, y Brigada Callejera, que me ayuda mucho —dice esta mujer de baja estatura, tez blanca, pulcra, risueña.
—Pero él va a tardar 25 años en la cárcel.
—Es lo que me dicen. Yo les digo: “no, pues no me puedo retirar de esto porque tengo que apoyar al Erasmo, tengo que llevarle su taquito”, porque yo no soy de esas que los abandonan en la cárcel, no, y aunque sufro de la circulación de la pierna, le echó muchas ganas.
***
Muy diferente es el caso de Teresa, de 65 años, quien a los 14 llegó de la Huasteca Potosina a la colonia Industrial, donde trabajó de sirvienta.
Recuerda que un día se fue de vacaciones a su tierra, pero cuando regresó fue sustituida y ya no tuvo a dónde ir.
Entonces comenzó a vivir en la calle, bajo las marquesinas de la misma colonia, cerca de La Villa, y se juntó con un tipo de 40 años, más grande que ella, “porque ya me había cansado de vivir esa vida tan fea”.
—Usted tiene varios trabajos, le pagan muy mal y a veces no le pagan. Usted entra a una lonchería y qué sucede con la dueña.
—Empezó a contratar muchachas —relata y solloza—, pero para eso el encargado me dice: “ponte lista, porque aquí la patrona te va a vender”; y por dentro yo lloraba porque no quería entrar a esto; lloraba sangre porque anochecía, anochecía y no quería que amaneciera, quería amanecer muerta, con mis hijos, y había ocasiones que llegaba a La Merced y así como llegaba me regresaba, aunque no comieran mis hijos ni comiera yo.
—¿Y a dónde llegaba a La merced?
—En el Metro, ahí salía yo; y siempre los padrotes, siempre los padrotes, y a otro día, los mismos, lo mismo, y así hasta después, ya me perdía, mejor me salía y me perdía, me iba, me perdía en los negocios, y ya después por ahí me salía un cliente y ya, que en los baños, se usaban mucho los baños, y eso a veces porque a veces ni entraba porque me daba miedo, terror, y apretaba a mi niña chiquita, traía mi niña chiquita porque sentía que me cuidaba, que me protegía, con mucho miedo, y así, ya después, cuando mi niña fue creciendo, me decían los señores, “no traigas a tu niña”, y yo decía, “pero cómo le hago, no tengo con quién dejarla”, “es que es peligroso que traigas a la niña”, y les decía yo, “ya nomás que entre a la escuela, ya la dejo”. Entonces pensaba: “igual, cualquiera de ellos me la quiere quitar”, y ya después me fui yendo mejor a Circunvalación y caminaba hasta La Soledad.
—¿Cuánto tiempo lleva en el oficio?
—Tengo 27 años. Mis cuatro hijos ya están todos casados. Cuando ellos me dan, yo no vengo, pero si no, pues tengo que venir.
—¿Ya se acostumbró?
—No es que me acostumbre, no quisiera, pero tengo que venir para sostenerme —dice Teresa, quien renta un cuarto en Ciudad Nezahualcóyotl.
—¿Y cuánto saca?
—La verdad es que está muy bajo: a veces me gano 100, 150, a veces 200 pesos.
—¿Cuántos clientes?
—Pues agarro uno o dos, y así, cuando agarro dos o tres, pues me va bien, pero cuando no, pues no.
—¿Hasta cuándo piensa estar así?
—Yo qué más quisiera salirme ya, pero como le digo: no tengo para mantenerme. Todo lo que trabajé pues fue pa’ mis hijos y yo no tengo apoyo de nada.
Son dos veteranas de la prostitución que todavía laboran en esta parte de la ciudad; de las pocas que deciden hablar de manera abierta. La mayoría, por razones muy poderosas, prefiere mantener en secreto su actividad.
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