http://elestantedelaciti.wordpress.com/2013/07/20/por-que-las-trabajadoras-sexuales-son-dejadas-fuera-del-debate-sobre-la-violencia-contra-las-mujeres/
Por Kate Zen
http://www.policymic.com/articles/30812/why-are-sex-workers-left-out-of-the-violence-against-women-conversation
“Maté a tantas mujeres que me cuesta llevar la cuenta… Mi plan era matar a tantas mujeres que creyera que eran prostitutas como fuera posible… Escogía a prostitutas como mis víctimas porque eran fáciles de atrapar sin que nadie se diera cuenta.”
— Gary Ridgewood, el “Asesino de Green River,” 15 de noviembre de 2003, Seattle, Washington
En Noviembre de 2001, el asesino en serie Gary Ridgewood fue detenido al salir de la Fábrica de camiones Kenworth en Renton, Washington, donde había trabajado en silencio durante más de treinta años. Llevando una vida por lo demás normal, con su horario de trabajo de nueve a cinco, consiguió asesinar en su tiempo libre, sin que nadie se enterara, a más de 49 mujeres, casi todas prostitutas, y enterró sus cuerpos en las zonas boscosas que rodean Kings County, cerca de de donde vivía y trabajaba.
“Escogía a prostitutas como mis víctimas porque son lo que más odio y no quería pagarlas a cambio de sexo”, dijo Ridgewood a los periodistas del Seattle Post Intelligence. El hecho de que muchos de estos asesinatos pasaran sin ser descubiertos durante más de veinte años revela que Ridgewood no era el único sospechoso de estar cometiendo estos atroces asesinatos. La cruel actitud de la policía y los jueces hacia las trabajadoras sexuales y el odioso estigma que la mayoría de la sociedad lanza sobre este grupo marginalizado de personas, son la causa de cientos y cientos de muertes que pasan impunes y ocultos durante absurdos e inhumanos períodos de tiempo.
Aunque la prostitución es a menudo estereotipada como la “profesión más vieja” del mundo, las entre cuarenta y cuarenta y dos millones de personas que se estima que trabajan en esta profesión en todo el mundo siguen sin ser reconocidas como trabajadoras y carecen de los derechos laborales básicos. Según un estudio de enero de 2012 de la Fundación Scelles, tres cuartas partes de estos 40-42 millones tienen entre 13 y 25 años de edad, y el 80% de ellos son mujeres. La tasa de homicidios para mujeres prostitutas se estima que es de 204 por 100.000, según un estudio longitudinal publicado en 2004. Esto constituye una tasa de mortalidad ocupacional superior a la de cualquier otro grupo de mujeres que se haya estudiado.
Pero, a pesar de todo esto, no existe casi ninguna mención de la violencia contra las trabajadoras sexuales en ningún debate de derechos humanos en las Naciones Unidas acerca de la violencia contra las mujeres. La semana pasada, al cierre de la 57ª sesión de la Comisión sobre la Situación de las Mujeres en las Naciones Unidas, el Secretario General Ban-Ki Moon reafirmó el compromiso de hace siete años de la ONU de centrarse en combatir la violencia contra las mujeres hasta 2015:
“La violencia contra las mujeres es una odiosa violación de los derechos humanos, una amenaza global, un atentado contra la salud pública y un ultraje moral”, declaró Ban-Ki Moon, “Independientemente de dónde viva, cuál sea su cultura, cual sea su sociedad, todas las mujeres y niñas tienen derecho a vivir sin miedo”.
Pero, en palabras de la sufragista negra Sojourner Truth: “¿No soy yo una mujer?”
¿Por qué las trabajadoras sexuales no son parte del debate sobre la violencia contra las mujeres? Las trabajadoras sexuales son hijas, hermanas, madres y miembros de la comunidad que viven en tu ciudad, viajan en tus autobuses, comen en tus restaurantes, y leen en tus bibliotecas. Aunque una mayoría de trabajadoras sexuales son mujeres o se identifican como mujeres, muchos son también hijos, hermanos, padres y amantes. Gays, heteros, negras, blancas, altas, bajas, ricas y pobres, las trabajadorxs sexuales vienen de una variedad de diferentes extracciones, y se dedican al trabajo sexual por una variedad de razones diferentes. Algunas de ellas migran a través del mundo en busca de mejores oportunidades y algunas otras son víctimas de trata contra su voluntad. Algunas son adictas a las drogas y otras tienen títulos universitarios; estos dos grupos no son mutuamente excluyentes. Tú, o alguien a quien tú quieres, conocéis probablemente a un/a trabajador/a sexual; quizás has amado incluso a un/a trabajador/a sexual.
El estigma mantiene a este sector masivo en la clandestinidad, y también somete a las trabajadoras sexuales a violencia física impune por parte de clientes, empleadores y policía; así como a la violencia del aislamiento social y la vergüenza asumida. El estigma está en la raíz de las odiosas actitudes que perdonan el abuso y la impunidad, las leyes discriminatorias que mantienen en la clandestinidad al sector y las nocivas condiciones de trabajo que resultan de ocultarse en las sombras de la sociedad. De acuerdo con la socióloga Elizabeth Bernstein, la prostitución de nuestros días es un fenómeno muy diferente de lo que fue en el pasado. La tecnología de Internet, la globalización, la creciente disparidad de riqueza, la crisis económica, la deuda de los estudiantes y los cambios en las costumbres y representaciones sexuales, han jugado todos un papel en la cambiante naturaleza de este sector. La red ha hecho a la prostitución de calle menos visible en ciudades como San Francisco, a la vez que anunciarse online es cada vez más prevalente entre las trabajadoras sexuales de todo el espectro económico.
Lxs trabajadoras sexuales difieren mucho entre diferentes clases, razas y localizaciones —no existe una narrativa común a todas ellas. La suposición difundida por el bienintencionado movimiento antitrata es que la mayor parte de las personas que comercian con sexo son víctimas de trata, y están siendo forzadas a trabajar en contra de su voluntad y sus castas intenciones. Sin embargo, las estadísticas usadas para probar esto no han sido todo lo consistentes o fiables que es necesario.
Para muchas personas, el trabajo sexual es un acto de autodeterminación y resistencia para luchar contra desigualdades más opresivas. A la vez que las trabajadoras inmigrantes se encargan cada vez más del trabajo emocional de cuidados a dependientes en las industrias de servicios de las ciudades globales, hay algunas que deciden dedicarse al trabajo sexual como una alternativa más lucrativa dentro de mercados laborales discriminatorios por razones de clase y género. El trabajo sexual es uno de los pocos sectores laborales en los que las mujeres son pagadas más que los hombres, y las madres pueden negociar a veces un horario flexible para cuidar a los hijos. Para una persona con una discapacidad o sin acceso a la educación superior, puede ser también el modo más pragmático de ganar dinero, con unas barreras de entrada relativamente bajas.
Para los clientes con una discapacidad, el trabajo sexual puede ser un medio asistido de explorar su sexualidad, como ha demostrado la trabajadora sexual australiana Rachel Wotton, que dirige una ONG de trabajo sexual con clientes discapacitados. A la vez que hay muchos trabajadores inmigrantes explotados, forzados a aceptar un trabajo mal pagado en malas condiciones para pagar los costes de la inmigración, también hay muchos estudiantes de ingresos medios, luchando por arreglárselas con sus deudas de estudiantes, su escasez de tiempo y el mal ambiente económico. Lxs estudiantes universitarixs son una parte cada vez mayor de la población de trabajadoras sexuales en Inglaterra y Gales.
El rápido crecimiento del comercio sexual en las pasadas dos décadas está compuesto principalmente por personas de nuestra generación, incluyendo estudiantes de nuestras propias escuelas. Si este es tu caso: sal, Aspasia, sal. Juntos, podríamos hacer esto más seguro a los demás. Todas las personas implicadas en el comercio sexual se beneficiarían de una mayor comprensión y un menor estigma. Como sociedad, sólo podemos hacer frente a la violencia si estamos dispuestos a permitir que la realidad salga a la luz. La generación del milenio tiene la oportunidad de redefinir la manera como se percibe el trabajo sexual en el siglo veintiuno. Mientras hace furor entre bienintencionadas feministas y activistas antitrata el debate acerca de si la prostitución debería o no, idealmente, existir, yo no entraré aquí en el mismo. Se crea que la prostitución deberia eliminarse por completo o que a las trabajadorxs sexuales debería, por el contrario, dárseles derechos y protecciones laborales, no debemos empantanarnos en este momento en desacuerdos acerca de cómo pensamos que debería detenerse la violencia de género en el trabajo sexual.
Empecemos por tomarnos un momento para reconocer sencillamente que la violencia generalizada y estructural a través de la historia contra este silenciado grupo de personas es un asunto de derechos humanos. El trabajo forzado de todos los hombres y mujeres, desde los trabajadores del campo a los trabajadores de industrias clandestinas y esclavos sexuales, es injusto. Todos podemos estar de acuerdo en esto. Defender los derechos de las trabajadorxs sexuales no está reñido con luchar contra la trata; de hecho, según ha demostrado DMSC, el sindicato de trabajadoras sexuales de la India, con 60.000 mujeres afiliadas, las trabajadoras sexuales pueden ser los agentes más eficaces sobre el terreno en la lucha contra la trata sexual y la implicación de menores en la prostitución.
A la luz de los recientes acontecimientos que están aumentando la atención prestada a la violencia de género, desde las Naciones Unidas al One Billion Rising de Eve Ensler y a las manifestaciones del Día Internacional de las Mujeres, me gustaría ver a feministas y activistas de derechos humanos unidos en torno a unos pocos puntos con los que podemos estar todos de acuerdo:
Las mujeres todavía sufren de discriminación y desigualdad. Las que eligen el trabajo sexual son a menudo las que experimentan esta desigualdad más intensamente.
La desigualdad económica, la persistente diferencia salarial entre hombres y mujeres, la diferencia por géneros en el acceso a la escolarización en muchas partes del mundo, el exorbitante coste de la formación y un sistema quebrado de deuda educacional, la todavía abrumadora responsabilidad femenina del cuidado de los hijos… estos son los temas en los que están trabajando las feministas.
Y estas son también las causas por las que las personas entran en el trabajo sexual, sea voluntaria o involuntariamente.
No las castiguemos más por las injustas condiciones que ellas no han creado.
El feminismo es para todas las mujeres, y los derechos humanos son para todas las personas. Nadie merece ser sometido a violencia.
Las personas que se dedican al comercio sexual hacen resaltar algunas de las más profundas contradicciones de la sociedad, las fracturas en los marcos de referencia que más apreciamos. Es una prueba importante de la fuerza y consistencia de nuestros marcos ideológicos: la prueba de si podemos o no hacerlos extensivos a los miembros más marginados de nuestra sociedad.
A la hora de unirse en la lucha contra la violencia de género, hagamos de 2013 el año en el que la violencia contra las trabajadoras sexuales llega por fin a la conciencia colectiva como un asunto de derechos humanos.
Kate Zen es feminista y activista de derechos humanos en primer lugar y, en segundo, antigua dominatrix y estudiante de ciencias sociales.
Incluir a todas las mujeres es una campaña para hacer visible la violencia contra las trabajadoras sexuales en el marco de la lucha contra la violencia de género dentro de la defensa de los derechos humanos de las Naciones Unidas.
IAwoman.org. “¿No soy yo una mujer?” está actualmente buscando activistas en los medios, investigadores y artistas para montar una campaña para incluir el tema de la violencia contra las trabajadoras sexuales en la Comisión de la ONU sobre el Estado de las Mujeres que tendrá lugar en 2015.
Por Kate Zen
http://www.policymic.com/articles/30812/why-are-sex-workers-left-out-of-the-violence-against-women-conversation
“Maté a tantas mujeres que me cuesta llevar la cuenta… Mi plan era matar a tantas mujeres que creyera que eran prostitutas como fuera posible… Escogía a prostitutas como mis víctimas porque eran fáciles de atrapar sin que nadie se diera cuenta.”
— Gary Ridgewood, el “Asesino de Green River,” 15 de noviembre de 2003, Seattle, Washington
En Noviembre de 2001, el asesino en serie Gary Ridgewood fue detenido al salir de la Fábrica de camiones Kenworth en Renton, Washington, donde había trabajado en silencio durante más de treinta años. Llevando una vida por lo demás normal, con su horario de trabajo de nueve a cinco, consiguió asesinar en su tiempo libre, sin que nadie se enterara, a más de 49 mujeres, casi todas prostitutas, y enterró sus cuerpos en las zonas boscosas que rodean Kings County, cerca de de donde vivía y trabajaba.
“Escogía a prostitutas como mis víctimas porque son lo que más odio y no quería pagarlas a cambio de sexo”, dijo Ridgewood a los periodistas del Seattle Post Intelligence. El hecho de que muchos de estos asesinatos pasaran sin ser descubiertos durante más de veinte años revela que Ridgewood no era el único sospechoso de estar cometiendo estos atroces asesinatos. La cruel actitud de la policía y los jueces hacia las trabajadoras sexuales y el odioso estigma que la mayoría de la sociedad lanza sobre este grupo marginalizado de personas, son la causa de cientos y cientos de muertes que pasan impunes y ocultos durante absurdos e inhumanos períodos de tiempo.
Aunque la prostitución es a menudo estereotipada como la “profesión más vieja” del mundo, las entre cuarenta y cuarenta y dos millones de personas que se estima que trabajan en esta profesión en todo el mundo siguen sin ser reconocidas como trabajadoras y carecen de los derechos laborales básicos. Según un estudio de enero de 2012 de la Fundación Scelles, tres cuartas partes de estos 40-42 millones tienen entre 13 y 25 años de edad, y el 80% de ellos son mujeres. La tasa de homicidios para mujeres prostitutas se estima que es de 204 por 100.000, según un estudio longitudinal publicado en 2004. Esto constituye una tasa de mortalidad ocupacional superior a la de cualquier otro grupo de mujeres que se haya estudiado.
Pero, a pesar de todo esto, no existe casi ninguna mención de la violencia contra las trabajadoras sexuales en ningún debate de derechos humanos en las Naciones Unidas acerca de la violencia contra las mujeres. La semana pasada, al cierre de la 57ª sesión de la Comisión sobre la Situación de las Mujeres en las Naciones Unidas, el Secretario General Ban-Ki Moon reafirmó el compromiso de hace siete años de la ONU de centrarse en combatir la violencia contra las mujeres hasta 2015:
“La violencia contra las mujeres es una odiosa violación de los derechos humanos, una amenaza global, un atentado contra la salud pública y un ultraje moral”, declaró Ban-Ki Moon, “Independientemente de dónde viva, cuál sea su cultura, cual sea su sociedad, todas las mujeres y niñas tienen derecho a vivir sin miedo”.
Pero, en palabras de la sufragista negra Sojourner Truth: “¿No soy yo una mujer?”
¿Por qué las trabajadoras sexuales no son parte del debate sobre la violencia contra las mujeres? Las trabajadoras sexuales son hijas, hermanas, madres y miembros de la comunidad que viven en tu ciudad, viajan en tus autobuses, comen en tus restaurantes, y leen en tus bibliotecas. Aunque una mayoría de trabajadoras sexuales son mujeres o se identifican como mujeres, muchos son también hijos, hermanos, padres y amantes. Gays, heteros, negras, blancas, altas, bajas, ricas y pobres, las trabajadorxs sexuales vienen de una variedad de diferentes extracciones, y se dedican al trabajo sexual por una variedad de razones diferentes. Algunas de ellas migran a través del mundo en busca de mejores oportunidades y algunas otras son víctimas de trata contra su voluntad. Algunas son adictas a las drogas y otras tienen títulos universitarios; estos dos grupos no son mutuamente excluyentes. Tú, o alguien a quien tú quieres, conocéis probablemente a un/a trabajador/a sexual; quizás has amado incluso a un/a trabajador/a sexual.
El estigma mantiene a este sector masivo en la clandestinidad, y también somete a las trabajadoras sexuales a violencia física impune por parte de clientes, empleadores y policía; así como a la violencia del aislamiento social y la vergüenza asumida. El estigma está en la raíz de las odiosas actitudes que perdonan el abuso y la impunidad, las leyes discriminatorias que mantienen en la clandestinidad al sector y las nocivas condiciones de trabajo que resultan de ocultarse en las sombras de la sociedad. De acuerdo con la socióloga Elizabeth Bernstein, la prostitución de nuestros días es un fenómeno muy diferente de lo que fue en el pasado. La tecnología de Internet, la globalización, la creciente disparidad de riqueza, la crisis económica, la deuda de los estudiantes y los cambios en las costumbres y representaciones sexuales, han jugado todos un papel en la cambiante naturaleza de este sector. La red ha hecho a la prostitución de calle menos visible en ciudades como San Francisco, a la vez que anunciarse online es cada vez más prevalente entre las trabajadoras sexuales de todo el espectro económico.
Lxs trabajadoras sexuales difieren mucho entre diferentes clases, razas y localizaciones —no existe una narrativa común a todas ellas. La suposición difundida por el bienintencionado movimiento antitrata es que la mayor parte de las personas que comercian con sexo son víctimas de trata, y están siendo forzadas a trabajar en contra de su voluntad y sus castas intenciones. Sin embargo, las estadísticas usadas para probar esto no han sido todo lo consistentes o fiables que es necesario.
Para muchas personas, el trabajo sexual es un acto de autodeterminación y resistencia para luchar contra desigualdades más opresivas. A la vez que las trabajadoras inmigrantes se encargan cada vez más del trabajo emocional de cuidados a dependientes en las industrias de servicios de las ciudades globales, hay algunas que deciden dedicarse al trabajo sexual como una alternativa más lucrativa dentro de mercados laborales discriminatorios por razones de clase y género. El trabajo sexual es uno de los pocos sectores laborales en los que las mujeres son pagadas más que los hombres, y las madres pueden negociar a veces un horario flexible para cuidar a los hijos. Para una persona con una discapacidad o sin acceso a la educación superior, puede ser también el modo más pragmático de ganar dinero, con unas barreras de entrada relativamente bajas.
Para los clientes con una discapacidad, el trabajo sexual puede ser un medio asistido de explorar su sexualidad, como ha demostrado la trabajadora sexual australiana Rachel Wotton, que dirige una ONG de trabajo sexual con clientes discapacitados. A la vez que hay muchos trabajadores inmigrantes explotados, forzados a aceptar un trabajo mal pagado en malas condiciones para pagar los costes de la inmigración, también hay muchos estudiantes de ingresos medios, luchando por arreglárselas con sus deudas de estudiantes, su escasez de tiempo y el mal ambiente económico. Lxs estudiantes universitarixs son una parte cada vez mayor de la población de trabajadoras sexuales en Inglaterra y Gales.
El rápido crecimiento del comercio sexual en las pasadas dos décadas está compuesto principalmente por personas de nuestra generación, incluyendo estudiantes de nuestras propias escuelas. Si este es tu caso: sal, Aspasia, sal. Juntos, podríamos hacer esto más seguro a los demás. Todas las personas implicadas en el comercio sexual se beneficiarían de una mayor comprensión y un menor estigma. Como sociedad, sólo podemos hacer frente a la violencia si estamos dispuestos a permitir que la realidad salga a la luz. La generación del milenio tiene la oportunidad de redefinir la manera como se percibe el trabajo sexual en el siglo veintiuno. Mientras hace furor entre bienintencionadas feministas y activistas antitrata el debate acerca de si la prostitución debería o no, idealmente, existir, yo no entraré aquí en el mismo. Se crea que la prostitución deberia eliminarse por completo o que a las trabajadorxs sexuales debería, por el contrario, dárseles derechos y protecciones laborales, no debemos empantanarnos en este momento en desacuerdos acerca de cómo pensamos que debería detenerse la violencia de género en el trabajo sexual.
Empecemos por tomarnos un momento para reconocer sencillamente que la violencia generalizada y estructural a través de la historia contra este silenciado grupo de personas es un asunto de derechos humanos. El trabajo forzado de todos los hombres y mujeres, desde los trabajadores del campo a los trabajadores de industrias clandestinas y esclavos sexuales, es injusto. Todos podemos estar de acuerdo en esto. Defender los derechos de las trabajadorxs sexuales no está reñido con luchar contra la trata; de hecho, según ha demostrado DMSC, el sindicato de trabajadoras sexuales de la India, con 60.000 mujeres afiliadas, las trabajadoras sexuales pueden ser los agentes más eficaces sobre el terreno en la lucha contra la trata sexual y la implicación de menores en la prostitución.
A la luz de los recientes acontecimientos que están aumentando la atención prestada a la violencia de género, desde las Naciones Unidas al One Billion Rising de Eve Ensler y a las manifestaciones del Día Internacional de las Mujeres, me gustaría ver a feministas y activistas de derechos humanos unidos en torno a unos pocos puntos con los que podemos estar todos de acuerdo:
Las mujeres todavía sufren de discriminación y desigualdad. Las que eligen el trabajo sexual son a menudo las que experimentan esta desigualdad más intensamente.
La desigualdad económica, la persistente diferencia salarial entre hombres y mujeres, la diferencia por géneros en el acceso a la escolarización en muchas partes del mundo, el exorbitante coste de la formación y un sistema quebrado de deuda educacional, la todavía abrumadora responsabilidad femenina del cuidado de los hijos… estos son los temas en los que están trabajando las feministas.
Y estas son también las causas por las que las personas entran en el trabajo sexual, sea voluntaria o involuntariamente.
No las castiguemos más por las injustas condiciones que ellas no han creado.
El feminismo es para todas las mujeres, y los derechos humanos son para todas las personas. Nadie merece ser sometido a violencia.
Las personas que se dedican al comercio sexual hacen resaltar algunas de las más profundas contradicciones de la sociedad, las fracturas en los marcos de referencia que más apreciamos. Es una prueba importante de la fuerza y consistencia de nuestros marcos ideológicos: la prueba de si podemos o no hacerlos extensivos a los miembros más marginados de nuestra sociedad.
A la hora de unirse en la lucha contra la violencia de género, hagamos de 2013 el año en el que la violencia contra las trabajadoras sexuales llega por fin a la conciencia colectiva como un asunto de derechos humanos.
Kate Zen es feminista y activista de derechos humanos en primer lugar y, en segundo, antigua dominatrix y estudiante de ciencias sociales.
Incluir a todas las mujeres es una campaña para hacer visible la violencia contra las trabajadoras sexuales en el marco de la lucha contra la violencia de género dentro de la defensa de los derechos humanos de las Naciones Unidas.
IAwoman.org. “¿No soy yo una mujer?” está actualmente buscando activistas en los medios, investigadores y artistas para montar una campaña para incluir el tema de la violencia contra las trabajadoras sexuales en la Comisión de la ONU sobre el Estado de las Mujeres que tendrá lugar en 2015.
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