Para comentar este artículo dejo el testimonio de Mara Elisa (autora de "Las ocultas"), lo hace mejor que yo y el de otra compañera Sofía
http://aquiconcomentarios.blogspot.com.es/2012/05/causas-de-la-prostitucion-voluntaria.html?showComment=1338412746880
http://sofiatalcual.blogspot.com.es/?zx=250f2bdf5c7b4b42
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Después de leer el reportaje sobre prostitutas universitarias en "Mujer Hoy" (el suplemento del ABC), no puedo evitar decir algo. En primer lugar, aconsejo la lectura de dicho reportaje, porque amplía muchas cosas de las que comento en mi libro. Recoge otros testimonios de mujeres que eligen voluntariamente la prostitución y sin plantearse en principio nada más que aumentar sus ingresos y conseguir, así, mejorar su nivel de vida.
Si me hubieran entrevistado cuando tenía veinticuatro años, hubiera dicho más o menos lo mismo que ellas (salvando diferencias alusivas a la logística del puterío, ya que yo siempre preferí trabajar en casas, y ellas son chicas "de contactos") Hoy tengo muchas cosas que añadir a mi testimonio, pero eso es porque, entre mis veinticuatro años y mis cuarenta, he andado un camino interior particular.
Pero en fin, a lo que iba. Hay una frase que me ha chirriado en medio de todo el reportaje, y es la que dice una psicóloga, para "explicar" por qué estas chicas eligen prostituírse: "Es la cultura del mínimo esfuerzo, lo que los padres hemos inculcado a nuestros hijos", opina Mara Cuadrado, psicóloga clínica especialista en adolescentes".
Bueno. Aquí es donde hago un punto y aparte y digo lo que sé: primero, que es mentira que la prostitución sea un trabajo de "mínimo esfuerzo" (el dichoso mito del dinero fácil). Lo parece, e incluso puede llevarnos a engaño el propio testimonio de las mujeres que ejercen de putas, pero de "mínimo esfuerzo", nada. En mi libro lo explico, pero de todos modos no era ésto lo que quería comentar extensamente, porque ya he abundado en este asunto en otras ocasiones. Lo que quería rebatir, aquí, es esa idea de que una mujer, si se hace puta, es porque sus padres se lo hayan dado todo migado. ¡No se puede generalizar así, frivolizando el sufrimiento que a muchas mujeres las lleva a prostituirse!
La mayor parte de putas que conocí, inclusive yo misma, procedíamos más bien de familias donde no se vivía la abundancia, o donde, al menos, se crió a los hijos con un autoritarismo que abarcaba también una restricción en lo que a gastos se refiere. Hay que tener en cuenta que muchas mujeres eligen trabajar como prostitutas porque están hartas de ser pobres, o de tener que batallar como leonas (casi siempre vencidas) para conseguir cosas que necesitan. En este panorama no encaja, precisamente, que te lo hayan dado todo hecho, o estar acostumbrada a recibir cualquier cosa sin esfuerzo. A las mujeres entrevistadas habría que preguntarles cómo fue su infancia, su adolescencia, o por qué no es su familia quien les costea los estudios (entre otras cosas) Por supuesto, habrá casos en los que sí exista ese "malcriamiento", pero desde mi perspectiva (y tengo conocimiento de causa) eso son excepciones, no la tónica dominante.
En mi libro dije que hace años empezaba a darse el fenómeno de mujeres jóvenes que se iniciaban en la prostitución, ya no para cubrir necesidades básicas, sino para satisfacer vicios consumistas. Y me pareció obvio que esa tendencia iba a ir en aumento, porque cada vez hay más productos que uno siente que "necesita" consumir. Sin embargo, incluso en estos casos no creo que se pueda hablar de que la "culpa" de la prostitución sea de unos padres demasiado blandos. En realidad, si acaso hay "culpa", ésta es compartida por toda una sociedad que elige el modelo consumista como si fuera una virtud, y se inclina ante el mito del éxito rápido, del pelotazo.
(A la izda. pintura de Shawn Downey)
De hecho, muchas prostitutas éramos mujeres que, de acuerdo, en algún momento caímos en el consumismo, pero procedíamos de familias muy austeras. Y muchas, incluso, éramos o habíamos sido personas maltratadas en algún momento de nuestras vidas.
De hecho, muchas prostitutas éramos mujeres que, de acuerdo, en algún momento caímos en el consumismo, pero procedíamos de familias muy austeras. Y muchas, incluso, éramos o habíamos sido personas maltratadas en algún momento de nuestras vidas.
Mi caso y el de La Dorada son un ejemplo de infancias educadas en la restricción y la vigilancia moral extrema, pero la mayoría de mis otras compañeras de oficio seguían un patrón restrictivo en un nivel o en otro. Precisamente parte del "engache" al puterío procedía del "subidón" que nos daba nadar entre dinero, después de una vida tan sobria, que hasta para repetir de un plato tenías que negociar o suplicar a tus padres. Y no porque nunca hubiera más comida en la despensa, sino porque "no era bueno pedir tanto" El gran miedo de muchos padres de putas actuales fue, precisamente, que no nos convirtiéramos en unas caprichosas consentidas. ¿Qué paradoja, no?
También recuerdo la dureza con la que algunas compañeras de oficio criticaban a las mujeres (jóvenes) que pedían limosna en la calle: "Que pongan el coño a trabajar, como nosotras. Que se lo curren" Para estas prostitutas, la idea de mendigar era intolerable, siempre y cuando fueras joven y pudieras "esforzarte" como las del gremio hacíamos. O sea, que para nosotras la vivencia de la prostitución no tenía nada que ver con un "vivir del cuento" o "no dar ni golpe", sino al contrario. Lo vivíamos como un trabajo arduo, costoso, sólo que, eso sí, sus resultados económicos eran muy rápidos.
De hecho, las mujeres entrevistadas en el reportaje del ABC lo dicen muy claro: eligen prostituirse porque les permite ganar dinero rápido, trabajando pocas horas al día, con un horario que pueden compatibilizar con los estudios. (La dificultad de compaginar una carrera con un trabajo que te permita independizarte de tus padres es exactamente lo mismo que denuncié hace días, en una entrada de este blog) Pero parece que no se termina de encajar la realidad, tal cual la cuentan las propias prostitutas, y por eso la misma psicóloga, más adelante, acusa veladamente a estas mujeres de no querer trabajar en algo más humilde (limpieza, supermercado, etc) No se entiende que la mujer que se prostituye no lo hace porque se le caigan los anillos si limpia, o trabaja detrás de un mostrador, sino por otras razones más complejas.
Volviendo al consumismo, éste es un vicio globalizado, colectivo. Puedes haber educado a tus hijos como a ciudadanos de la vieja Esparta, pero si vives en una sociedad que grita a todos los vientos que, si no tienes esto o aquello (o si no gastas x cantidad de dinero en lo de más allá), eres un nadie, un perdedor, y no cuentas una mierda, tu celulita de austeridad no resistirá el embate externo y el consumismo se irá colando por los resquicios hasta atrapar a tus hijos. En ocasiones, el vicio consumista los devorará, los hará suyos por completo. Otras veces no. En todo caso, la responsabilidad de esa situación no es (ni mucho menos) exclusiva de los padres, o de cómo hayan educado éstos a sus hijos. La responsabilidad es COMPARTIDA por los padres, los hijos y...atención: por todas las otras personas que sean o hayan sido un referente para ellos. Y en este último saco caben muchas personas.
Las raíces de la prostitución son múltiples. Los factores que hacen que una mujer elija ser puta son como gotas que van llenando un vaso y que, sólo si rebasan cierta cantidad, pesan lo suficiente como para inclinar la balanza hacia un lado (el de la prostitución) También se pueden comparar con pequeños arroyos que, sólo al reunirse y confluir unos con otros, pueden dar lugar a un río grande (o corriente fuerte) en pro de la prostitución.
En mi caso, hubo oscuras memorias de abusos infantiles, fuertes conflictos con mis padres, hostigamiento y mobbing escolar en la adolescencia, fuertes complejos de inferioridad, crisis emocionales por desengaños amorosos y de otros tipos, desengaño espiritual, hartazgo por no tener dinero propio, ni independencia, deseo de estudiar cosas que no estaban en la universidad (cuyas matrículas y costos, por lo tanto, excedían a los costos habituales), y finalmente, sí, un ansia devoradora de ser una consumidora "normalizada", o sea: una mujer más de las que compran habitualmente una serie de productos y se mantienen, así "al día, renovadas, atractivas", como rezan prácticamente todas las publicaciones dirigidas a un público femenino. Y me dejo factores en el tintero, pero es que tengo que resumir.
Cada una de estas cosas no hubiera provocado, por sí sola, que yo me hiciera puta. Pero todas juntas, sí. Puede que incluso con la mitad de ellas tampoco hubiera elegido hacerme puta, no lo sé. Pero con ese "pack" al completo, digamos que la tendencia en pro de la prostitución se hizo tan fuerte, que finalmente resultó insoportable resistirse a ella. Elegí ser puta porque realmente sentía que "era lo que tenía que ser" y "era lo mejor, en mis circunstancias". Me parecía, incluso, que se trataba de una especie de destino inevitable que alguna inteligencia invisible había trazado para mí, y que aceptarlo era lo más sensato. Cuando inicié finalmente mi vida como puta experimenté un alivio considerable, y toda mi vida pareció florecer, impulsada por la poderosa energía del dinero que, ¡por fin! llegaba a todas las partes de mi existencia, cubriendo todas mis necesidades (o lo que yo sentía como tales) e incluso permitiéndome soñar con futuros proyectos prometedores...
Con los años, mi vida fue evolucionando hacia otros derroteros, pero eso ya es otra historia. Si nos detenemos en el punto en el que recién había iniciado mi vida como mujer que trabaja de puta "todos los días, unas horas por la tarde", esa era mi verdad. Y no, no se atisbaba en ella ni rastro de una educación blanda ni acomodaticia. Al contrario.
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Evidentemente es un tema en el que me siento cercana e identificada. Soy escort y, aunque ya no estudio en la universidad, he sido universitaria y aún estudio alguna que otra cosita. Yo soy una de esas chicas... Aunque por mí se pague más que por Silvia o Diana, pero no creo que esto importe mucho para hablar de este tema.
¿El mínimo esfuerzo?
Quizás sea cierto lo que dice el artículo sobre que vivimos en la cultura del mínimo esfuerzo. Es cierto: a ninguna persona le gusta trabajar de más. ¿Es acaso malo un trabajo porque se gane más dinero que en otro? Tampoco, ¿verdad? No vamos ahora a decir que el trabajo más honorable y digno es aquél en el que ganemos menos.
La remuneración de cada trabajo se "calcula" por la cantidad de personas que pueden ejercerlo. Si hubiese en el pais 10 millones de arquitectos, no ganarían tanto. Limpiar escaleras se paga poco porque cualquier persona mayor de edad está formada para hacerlo, y lo mismo pasa para ser cajera de un centro comercial...
¿Por qué asumir que trabajar 8 horas al día de Lunes a Viernes y cobrar 900€ al mes es mejor que ser puta y cobrar 3000€? ¿Me esfuerzo menos? No creo, es un trabajo distinto. No hay que esforzarse menos, tampoco creo que más, hay que esforzarse de otro modo. Tengo que estar arreglada, tengo que tener lencería en buenas condiciones, tengo que ser simpática y tratar a un desconocido como a mi mejor amante.
Es cierto que parece que sólo trabajemos cuando estamos en una habitación, pero a veces le echas muchas horas de espera, de preparación y tienes un horario mucho más flexible.
Pero sí, hay una cosa cierta, puta podemos ser cualquiera también. No nos piden tener una carrera, ni nada. Conviene ser joven y mona pero, oye, algunas chicas no son monas ni jóvenes y trabajan igual. Y a mucha gente le puede parecer injusto que una niña de 18 años cobre tres veces más que un hombre de 40 años.
Pero, eso sí, si lo pensamos friamente no es un trabajo que se pague demasiado bien: probad a parar a una mujer cualquiera y ofrecerla 70€ por un polvo de 1 hora. Yo cobro más por 1 hora pero, muchas chicas tampoco estarían dispuestas a hacer esto por lo que cobro. La clave es que si trabajas bien, tienes más clientes y ganas más. Así de fácil, así de justo. Si no eres buena en esto, no ganas dinero.
Adicciones
El artículo habla de las drogas y yo también he tocado este tema. Yo nunca he esnifado coca y nunca he fingido que lo hacía. A más de una compañera le he dicho que no sea idiota y que ni se le ocurra probarla... Algunas han caído en este mundo.
Pero la adicción que más me interesa comentar es la propia adicción a ser puta. Existe y me temo que muchas la tenemos. Es difícil dejar esta profesión una vez que te has acostumbrado. Consigues dinero, puedes vivir en una casa normal, no depender de tus padres, ayudar económicamente a tus padres y tener calidad de vida.
Yo no gasto tanto dinero. Ahorro mucho (no es fácil soltar mucho dinero a tus padres porque, es cierto, no lo puedes justificar frente a ellos), a veces voy al cine, a veces me tomo algo en la calle, me compro ropa y zapatos (pero salvo un par, nada caros). No vivo como una chica que gane 3000€ al mes. Vivo bien, pero sin excesos.
Lo complicado es que da miedo dejar del todo algo que te da de comer. Tengo ideas para un futuro cercano y trato de llevarlas a buen puerto pero... ¿quién me dice que funcionarán? Quizá fracase y tenga que empezar de cero de nuevo... Y posiblemente lo hiciese volviendo a ser puta.
El futuro
¿Me arrepentiré de lo que estoy haciendo? No lo sé. Espero que no, pero conozco chicas que se arrepienten de su matrimonio y no creo que debamos volvernos locos por eso... Siempre es posible arrepentirse de las elecciones tomadas, y siempre es posible sacar lecciones positivas de tus elecciones y fracasos.
Sigo sin poder considerar como algo "malo" el ser puta. No soy objetiva, pero no creo que debamos echarnos las manos en la cabeza porque existamos. Cada una de nosotras tiene una vida distinta, y unos motivos distintos para meternos en esto y no dejarlo (aún).
Las modelos o actrices también ganan mucho por relativamente pocas horas de trabajo. Un futbolista puede ganar muchísimos millones de euros por jugar 90 minutos a la semana. Los directivos de bancos o empresas en pérdidas ganan millones pese a que despidan personas. Un profesor gana muy poco por educar a la población. ¿Acaso estas cosas no son preocupantes de otro modo?
La dignidad se lleva con tus acciones y no creo que se pierda por practicarle una felación a un hombre.
Besitos
Ofrecen servicios sexuales para mantener un elevado tren de vida y lo hacen sin remordimientos. Son estudiantes que han elegido libremente llevar una doble vida. Una decisión que puede marcarlas irremediablemente.
Recibe 40 llamadas telefónicas al día, de lunes a viernes. De ellas, dos culminan en citas que acaban entre sus sábanas. Encuentros de media hora por los que cobra 70 euros. Dice que sabe lo que hace. Le gusta y, además, que le permite llevar una vida independiente. Hablamos de una prostituta madrileña que cumplió 18 años en julio del año pasado. Fue en ese momento cuando decidió hacerse puta. Y no le molesta el calificativo: "Es lo que soy", afirma. Dos meses después de introducirse en este furtivo mundo comenzó su carrera universitaria. Prefiere no especificar cuál, pero apunta que de la rama de Derecho. Desde entonces lleva una doble vida. Esta joven atiende en la Red al nombre de Diana Le Blanc: "Universitaria. Tengo 18 añitos y recibo en mi piso privado de Diego de León (Madrid)... Ven a conocerme y seguro que repites", reclama en una página de anuncios.
Diana afirma que más que para pagarse los estudios "es para vivir bien". "Con el plan Bolonia –añade– o estudias o trabajas. Las clases son presenciales y si me meto en un supermercado o en una tienda de ropa, tendría que faltar. Además, trabajaría ocho horas por 900 euros al mes. Con el sexo gano 1.200 en menos de dos semanas y así soy mi propia jefa. No me compensa otra cosa. Me saco en medio mes lo que me cuesta un año de carrera".
Su aspecto no denota opulencia ni, por supuesto, que se dedica a la prostitución. Viste jeans y camiseta oscura ancha. Desprende un perfume agradable. "Escada. Por supuesto no la utilizo con los hombres. No hay que dejar rastros", confía mientras sorbe un café con leche en una cafetería cercana a su centro de encuentros.
Un plazo establecido
Piensa dedicarse al oficio más antiguo del mundo dos años más. Lo tiene claro, o eso dice: "En tercero de carrera me iré de Erasmus. En cuarto voy a vivir del cuento con los ahorros de todo este tiempo".
Silvia Silvido, como se hace llamar en la Red y en las películas pornográficas que protagoniza, también se pone plazo para dejar ambas cosas: tres años. Para entonces ya tendrá 30 y esta psicopedagoga habrá terminado su formación universitaria en Filología Inglesa; incluso habrá finiquitado la hipoteca de su casa en Las Rozas, por la que paga 1.800 euros al mes.
Su silueta extremadamente delgada y alta y su pelo rubio platino son sus principales reclamos, además de la palabra "universitaria". "Muchas la utilizan para conseguir más clientes", explica. Basta con realizar varias llamadas para comprobarlo.
Silvia lleva siete años ofreciendo su cuerpo en grado escort –alta categoría–. "Esto me permite una formación que no podría tener con otro trabajo normal: viajar por el mundo, estudiar idiomas y acudir a las clases de la universidad. Quien diga que es para pagarse la carrera es mentira. Da para mucho más". Silvia maneja cuatro idiomas: inglés, francés, alemán e italiano.
La parte ciega
Los especialistas en psicología y las mujeres que han pasado por este mundo muestran aquello de lo que no hablan estas profesionales del sexo. "Es la cultura del mínimo esfuerzo, lo que los padres hemos inculcado a nuestros hijos", opina Mara Cuadrado, psicóloga clínica especialista en adolescentes. En los dos últimos años ha atendido a tres jóvenes (dos de ellas, menores) que voluntariamente ejercían la prostitución de alto standing esporádicamente. "El único móvil es tener dinero y para conseguirlo no les importaba tener sexo con desconocidos. Les permite vivir por encima de las posibilidades de cualquier chica de su edad, con lo que ello conlleva: liderazgo, ir a la moda con ropa cara, tener tecnología puntera...". Para esta especialista, el problema reside en que no se dan cuenta de dónde se están metiendo ni los problemas que puede conllevar. "A veces la causa es la comodidad. Hay jóvenes que prefieren dedicarse a la prostitución antes que trabajar en una cocina o en limpieza. En el ámbito universitario, muy tecnificado, internet puede jugar un papel facilitador", considera Valentín Martínez-Otero, doctor en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid.
Tren de vida adictivo
Según describen los especialistas, el perfil de joven que contempla este oficio como fuente de ingresos es el de chicas que quieren encontrar sensaciones distintas y nuevas, les gusta el riesgo, el lujo y destacar por encima de las de su edad. Lo complicado es salir de ese mundo y bajarse de ese tren de vida. En la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituida (Apramp) y la Asociación de Mujeres de la Noche Buscando el Día (Amunod) comparten esta opinión. Una de las responsables de Apramp explica que han atendido pocos casos de universitarias que se dedicasen a la prostitución. Las que atendían a este perfil "nos pedían atención psicológica porque se sentían vacías y no encontraban el sentido de por qué seguían haciéndolo".
Mónica Galdós, mediadora laboral de la asociación Amunod, apunta, por su experiencia, que es muy posible que algunas no salgan de ello. "El alto standing tiene una franja de edad. A partir de los 30 bajas la categoría. Muchas acaban en una whiskería si no salen a tiempo, o en casas de citas, o en las calles. Tenemos casos como estos".
María (nombre ficticio) fue prostituta de forma voluntaria durante 20 años. Lo dejó hace seis y ahora ha vuelto a caer después de que la despidieran de un trabajo "normal". "Ponerse un plazo con esto es imposible. Quieres comprarte muchas cosas. Al final, es una enfermedad. Estás enganchada y hay que añadirle que es muy fácil pasar al mundo de las drogas porque los clientes te incitan a que lo hagas", relata. Pero tanto Silvia como Diana niegan que hayan entrado en ese círculo. "Para hacer este trabajo hay que saber fingir y engañar. Igual que haces creer al cliente que estás llegando al clímax, simulas que te estás metiendo una raya", coinciden las dos.
¿Y cómo se entra? "Todo comenzó en juego de rol de internet con 15 años –cuenta Diana–. En él interpretaba un papel de prostituta y me hacía llamar Diana Le Blanc. Solo escribía. Era algo virtual. Quizás eso y la serie de televisión "700 euros. Diario secreto de una call girl" [donde la protagonista se introduce en el mundo de la prostitución de lujo para ganar dinero] influyeron en que diera el paso". La primera toma de contacto de esta joven, que oculta su rostro para las fotos, con el sexo de pago llegó con una casa de citas de Madrid. "Me pagaban 1.200 euros mensuales, llegase al número de clientes que llegase. A las 12 de la mañana había que estar en pie y a las dos de la madrugada una se iba a dormir. De lunes a viernes, interna en el piso. Estuve tres días. No me gustó el ambiente, aunque te trataban muy bien. Y llegué a la conclusión de que podía sacar más dinero por mi cuenta". Fue así como decidió hacerse sus fotos y colgar varios anuncios en la Red. Su negocio ahora va como la seda.
Sin embargo, la entrada de Silvia en la prostitución fue muy distinta. Tenía 18 años cuando comenzó a bailar en una barra en Inglaterra. Era un show erótico sin nada de sexo. "Unos clientes me dijeron que podía hacerlo igual pero acostándome con hombres. Al principio me enfadé, pero me lo pensé mejor y comencé en este mundo". Desde el principio ha sido independiente, nunca le ha rendido cuentas a nadie.
Para Diana, lo peor de su trabajo es la mentira y la doble vida. "Cuando salgo con mis amigas el fin de semana soy otra. No puedo contárselo a nadie. Tampoco justificar nada, ni siquiera meter el dinero en el banco. Eso sí, no me influye para el estudio. Lo que no me interesa recordar, lo olvido. Soy fría". Esta duplicidad se refleja en las dos casas que tiene en Madrid. La vivienda donde cita a sus clientes está en Diego de León. Por ella paga 200 euros a la semana. Otras dos chicas, también prostitutas, abonan el mismo precio por otras dos habitaciones. De lunes a viernes duerme en la Plaza Elíptica, compartiendo piso con un compañero que no sospecha de su otra cara. El beneficio mensual que obtiene por el sexo de pago son 3.500 euros, restándole 1.400 de gastos fijos. "Todo el dinero que se mueve es negro, tanto en las casas de citas como lo que nos llevamos nosotras", detalla.
Silvia, por el contrario, no oculta su negocio ni a la familia, ni a los amigos, ni a sus compañeros de clase. Más de un disgusto se ha llevado por ello, sobre todo en la universidad, donde han intentado chantajearla para obtener sexo gratis. "No lo han conseguido", asegura. Su familia estuvo sin hablarle un año. "Cuando vieron que me sacaba los estudios, el trato fue normal, y así continúa, aunque no les gusta. Mi madre dice a otras personas que soy modelo para una revista de moda", sonríe mientras lo cuenta.
Por el contrario, Silvia vive con su novio, que es actor porno, desde hace cinco años en su casa de Las Rozas. Allí ya no lleva a nadie para mantener encuentros. "Te roban cosas de casa en plan fetiche", explica. Esta mujer, que se define como egoísta y materialista, suele tener dos citas al día. Cobra 100 euros la media hora; de 200 para arriba a partir de ahí. Eso más las generosas propinas, superiores a 100 euros, y regalos que le dejan los clientes. Cuando realiza algún viaje fuera puede alcanzar hasta los 3.000 euros. Además, sabe sacar beneficio a las redes sociales. Suele obtener 6.000 euros mensuales limpios. "También tengo muchos gastos: peluquería, uñas, lencería, ropa, coche. Se gana mucho, pero hay que mantenerse", expresa.
Enfrentarse al futuro
De cara al día de mañana, tanto una como otra se preguntan si les quedarán secuelas psicológicas. María, la exprostituta que ha vuelto al oficio, asegura que sí. Silvia, por su parte, dice que le preocupa la posibilidad de arrepentirse, pero al mismo tiempo afirma que lo haría de nuevo si pudiera volver atrás en el tiempo. Diana prefiere quitarle hierro: "No creo que me afecte en un futuro. Al revés, se aprende mucho acerca del trato de las personas. Aprendes a vivir sola. Dependo de mí para todo. Quizás cuando tenga 50 años piense "¿qué he hecho?", pero ahora no tengo esa mentalidad”.
El psicólogo Valentín Martínez-Otero menciona entre los problemas psicológicos más frecuentes "sentimientos de culpa y vergüenza, baja autoestima, depresión, trastornos de ansiedad, evasión a través de drogas o alcohol... muchos de estos negativos efectos pueden verse agravados por llevar una doble vida, con ocultación a la familia, de la que se pueden alejar". Depende de cada caso, de la personalidad de la joven, de su historia emocional y de las circunstancias en que haya ejercido. Pero lo cierto es que su beneficio inmediato, al final, tiene un precio.
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