Las prostitutas venden mucho más que sexo. A su lado los hombres se sienten apreciados, mimados, valorados. En resumidas cuentas, se sienten alguien. Ellas saben como manipular su vanidad; es su negocio. Son capaces de proporcionarles, previo pago, un “subidón” de autoestima. Algunos asiduos clientes pueden llegar a decir: “como me tratan ellas no lo hace ninguna”. Y se olvidan de que esos dechados de amabilidad y encanto pasan factura, nunca mejor dicho.
Las putas, como los restaurantes, se pueden medir en estrellas, y claro, los servicios no son los mismos en una pensión que en un hotel de lujo. La prostitución, tanto selecta, como geishas, hetairas o la puta de la esquina, pueden tener más o menos conversación y arte, pero siempre son sumisas. Esa es la clave, hacer que el hombre se sienta un señor servido por la esclava. La fantasía del harén parece que pervive y no sólo se trata de tener muchas mujeres a disposición sexual, sino de tener quien les adule y les sirva.
Lo anteriormente expuesto ayuda a entender las razones que pueden llevar a hombres jóvenes y atractivos a frecuentar los servicios de prostitutas. Chicos que podrían ligar fácilmente y que sin embargo prefieren el atajo del contrato de servicios. Recordamos el caso de un joven profesional de clase acomodada, con un buen sueldo y muy buena planta, que se gastaba al mes un buen pellizco con “chicas de vida alegre”. Acudía a consulta porque cada vez se sentía más dependiente de ese tipo de relación, y no es que tuviera alguna inclinación sexual inconfesable o rara. Por otro lado, él no tenía ningún problema para tener sexo, tenía dos o tres relaciones fijas discontinuas con chicas inteligentes y bien situadas con las que podía pasar agradables veladas; pero no se sentía tan cómodo en esas relaciones, sin duda más equilibradas, en las que él tenía que repartir de igual a igual.
Algunos hombres temen exponerse a ser juzgados por sus habilidades sexuales y les agobia la preocupación por satisfacer las necesidades de ellas. Prefieren ser el centro de atención incondicional de las mujeres de pago, dónde no tienen que hacer ningún esfuerzo para que fluya la interacción. Las prostitutas se encargan de satisfacer sus deseos, y sobre todo están seguros de que no van a ser rechazados. Algo de eso les debe pasar también a algunos hombres poderosos, como digamos Berlusconi. Da la impresión de que necesitan comprar favores sexuales a diestro y siniestro para saciar su inconmensurable afán de poder.
Os preguntaréis el por qué de la preocupación, si él se lo pueden pagar y es una transacción entre adultos libres ¿qué problema hay? En este caso, nos parecen de interés, además de las consideraciones de género y psicología profunda, que por complejidad y extensión no se exponen, incidir en que comodidad y felicidad no son sinónimos. Lo que escuchamos en consulta sobre este tema es que pueden sentirse muy cómodos con el sexo pagado, pero la interacción con prostitutas no les hace felices, durante el rato que están con ellas puede ser divertido, pero después se sienten vacios y tristes. Esto nos lleva a reflexionar sobre la complejidad de las relaciones humanas y la conducta sexual, y de cómo los factores emocionales tienen un destacado papel en el grado de satisfacción sexual. No basta con el contacto físico y el intercambio de fluidos, los vínculos emocionales son la chispa que aporta gratificación y felicidad.
¿Cuál es tu actitud respecto al tema? ¿Te has encontrado alguna vez en esta situación? ¿Son para ti sinónimos felicidad y comodidad?
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