Al parecer el PP está hecho un verdadero lío con el asunto de la prostitución. En su seno conviven partidarios de la regulación, de multar a las que la ejercen en la calle, de multar a los clientes y de prohibirla del todo, al parecer. En el PP tienen el mismo lío que muchos otros partidos y que la sociedad en general. En mi opinión, y ojala me equivoque, finalmente triunfará la opción regulacionista para las empresas de la prostitución (proxenetas, mafias y demás) y la prohibicionista para las mujeres que la ejercen en la calle. Es decir, lo de siempre, ventajas para los poderosos y explotación, e incluso persecución, para quienes menos tienen.
Hay gente que todavía se asombra de que haya un sector del PP partidario de regular la prostitución, pero a mí me asombra que haya tardado tanto en emerger porque, sin duda esa es la postura más coherente con el neoliberalismo más extremo. ¿Cómo es posible pensar que haya algo que debe quedar fuera de la lógica del mercado? La educación, la sanidad o el cuerpo: el sexo, los órganos, la sangre, lo que sea…todo debe estar regido por la ley de la oferta y la demanda y no hay más consideraciones. Esperanza Aguirre lo tiene claro: “¿si alguien quiere vender sexo ¿por qué no? ¿Por qué iba a quedar el cuerpo, el sexo o cualquier otra cosa fuera del ámbito del mercado? Libertad, dicen, libertad para vender tu cuerpo o algo de él, o tu tiempo, o tu fuerza de trabajo o para poner un negocio. Ya lo sabemos: libertad para negociar desde posiciones completamente dispares, pero en eso consiste el capitalismo, al fin y al cabo. Por eso estoy segura que el PP terminará adoptando, al final, una regulación sobre la prostitución enfocada al beneficio empresarial, coherente con su ideología y con todas sus políticas y que en absoluto tendrá en cuenta la opinión de las mujeres que la ejercen.
Si los empresarios/mafiosos pueden estar tranquilos, las mujeres que se dedican a la prostitución en la calle pueden echarse a temblar porque les va a pasar lo mismo que a los que rebuscan en la basura, les caerá una multa que, naturalmente, no podrán pagar y que no evitará tampoco que se sigan prostituyendo, sólo que será mucho más peligroso. De lo que se trata es de “limpiar” la calle, de que lo feo no se vea, de estigmatizarlas y perseguirlas. Es una cuestión ideológica: los pobres son peligrosos, tienden a la delincuencia y molestan. Se trata también de que las mujeres que ejercen por su cuenta no tengan más remedio que “aceptar” someterse a la explotación de los empresarios.
La moralina antisexual o religiosa que tradicionalmente ha estado vinculada a la prostitución ha desaparecido o es residual. Siempre se ha dicho que la sociedad conservadora o religiosa abominaba de la prostitución porque abominaba del sexo, especialmente del sexo no reproductivo, pero esto no ha sido exactamente así. Lo cierto es que la Iglesia y los sectores más conservadores, siempre vieron la prostitución como un mal menor y necesario en todo caso para evitar el desorden completo al que, de no existir esta institución, la sociedad estaba abocada dada la incontinencia sexual masculina, que era (y es) percibida culturalmente como sujeta a impulsos irrefrenables que “necesitan” de un contingente de mujeres, distintas de las mujeres propias y decentes, que les den cauce. La alternativa era, al parecer, manadas de hombres salvajes violando a las mujeres de otros por las calles, el caos. Ni la iglesia ni la ideología más conservadora han odiado o rechazado nunca la prostitución (de la que, por cierto, han usado profusamente) sino que a lo que odian es a las mujeres, y a las prostitutas especialmente, culpables ambas de muchos males que aquejan a la humanidad (es decir, a los hombres).
Si lo que se quiere es evitar que la prostitución se ejerza en la calle la alternativa de multar al cliente es, no solamente la más justa, sino también la más efectiva. Por una parte porque los clientes se sienten, por lo general, ciudadanos respetables que están ejerciendo casi un derecho o satisfaciendo “una necesidad” irreprimible. Ser identificados por la policía y quizá multados no sólo sería una buena enseñanza social, sino que, además, resultaría seguramente efectivo, ya que son ellos los que tienen mucho que perder. Las multas, en este caso, sí serían disuasorias. No en el caso de ellas, naturalmente. Pero sin embargo, esta opción es la menos utilizada por los poderes públicos (excepto en Suecia) señal de que nuestros gobernantes siguen pensando que, por las razones antes dichas, los hombres no son culpables de nada, sino, si acaso, pobres y débiles varones sometidos a indecibles provocaciones. Esta debe ser la opinión del Ministro del Interior que prepara una ley que, al parecer, va a optar por la solución de multar a las mujeres que estén en la calle.
No hay espacio aquí para abordar un tema tan sumamente complejo como este de la prostitución, que tiene un poco de todo: de sexismo, capitalismo, discriminación económica y cultural, de racismo, xenofobia, misoginia… y que es abordado desde tantas perspectivas como perspectivas ideológicas y culturales son posibles. Y como el asunto tiene tantos matices sólo diría que no deberíamos olvidar nunca que la prostitución es un dispositivo que, entre otros muchos, sirve para disciplinar y controlar, para enseñar, transmitir, producir, un determinado tipo de sexualidad y también de relación entre hombres y mujeres.
Mientras exista la prostitución la igualdad sexual es imposible porque esta institución es el resultado (y es al mismo tiempo uno de los pilares fundamentales) de un sistema sexual determinado, que marca la desigualdad y la jerarquía sexual. Pero las mujeres que se prostituyen ni tienen la culpa de esto, ni son tampoco víctimas pasivas del mismo, como nos ocurre a todas y todos los que vivimos y trabajamos en un sistema económico y sexual desigual e injusto. Las feministas y las personas de izquierdas en general tenemos que combinar el rechazo y la lucha contra la institución con la solidaridad y el apoyo a estas mujeres que hacen con sus vidas lo que pueden, lo mismo que cualquiera de nosotras, dentro de sus posibilidades, siempre más limitadas cuanto más pobre se es. Si lo que algunos medios anuncian termina convirtiéndose en realidad, entonces las medidas que el PP va a tomar contra la prostitución serán las peores y las más injustas posibles. El único antídoto contra la prostitución es la igualdad entre hombres y mujeres, así como la expansión de unas relaciones sexuales éticas que tengan siempre en cuenta el bienestar y el goce del otro.
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